Dos días después apareció una breve nota en tres de los periódicos parisinos de la mañana. En las notas se decía que el cuerpo de un súbdito sudamericano llamado Frederik Peters, junto con el de otro hombre aún no identificado -pero del que también se pensaba que sería sudamericano- habían sido hallados en un apartamento, cerca de la rue de Rennes. Ambos hombres -continuaba diciendo la nota- habían recibido heridas de bala y se creía que se habían disparado mutuamente durante un tiroteo que habría sido el desenlace de una pelea por asuntos de dinero. Una importante suma había sido hallada en el apartamento.
Esa era la única referencia al caso. La atención pública, en aquellos momentos, estaba dividida entre las circunstancias de una crisis internacional y las andanzas de un asesino que operaba en los suburbios, valiéndose de un hacha.
En realidad, Latimer no leyó aquellas notas hasta varios días después de aquel en que fueron publicadas.
Poco después de las nueve de la mañana del día en que las autoridades policiales recibieron su anónimo, el escritor se había marchado de su hotel, hacia la estación del Este. Allí cogería el Orient Express.
Con el primer correo de la mañana había llegado a su poder una carta. El sello era búlgaro, había sido despachada en Sofía y, sin duda alguna, la había escrito Marukakis.
Sin leerla, Latimer la guardó en uno de sus bolsillos. No volvió a pensar en ella durante toda la mañana.
Horas más tarde, cuando el expreso corría a través de las colinas que se alzan al oeste de Belfort, Latimer recordó que había recibido aquella carta. La buscó, abrió el sobre y comenzó a leerla:
«Mi querido amigo:
Su carta me ha encantado. He sentido un gran placer al recibirla. Y he sentido no poco asombro (le ruego que me disculpe) al enterarme de que ha triunfado en la difícil tarea que se había propuesto. En realidad, no esperaba que usted la llevara a cabo.
Los años consumen tanto de nuestra sensatez que inevitablemente hacen desaparecer al mismo tiempo buena parte de nuestras locuras. Espero saber algún día por usted de qué modo una locura enterrada en Belgrado pudo ser desenterrada en Ginebra.
Me han parecido de interés los datos sobre el Banco de Crédito Eurasiático. En pago le voy a contar algo que tal vez le resulte interesante.
Como quizá ya sepa, hace poco tiempo se produjo una situación diplomática tensa entre este país y Yugoslavia. Como también sabrá, los servios tienen motivos para sentirse molestos. Si Alemania y sus aliados los húngaros, atacaran el territorio servio desde el norte; si Italia atacara desde Albania, por el sur, y por el oeste, desde el mar, y si Bulgaria se lanzara contra Servia desde el este, esa región sería conquistada en poco tiempo.
La única alternativa de salvación que se le presenta al país servio estriba en que los rusos desvíen las fuerzas alemanas y húngaras, lanzando sus tropas a través de Rumania, a lo largo del ferrocarril de la Bukovina.
Pero, ¿qué puede temer Bulgaria frente a Yugoslavia? ¿Pone en peligro este país la soberanía búlgara? La idea, en sí, es absurda. No obstante, durante los tres o cuatro últimos meses se ha esparcido un mar de propaganda en este sentido; se dice que Yugoslavia planea un ataque contra Bulgaria. "La amenaza al otro lado de la frontera" es la frase clave. Si este tipo de cháchara no fuera tan peligroso, cualquiera se echaría a reír. Pero la técnica ha sido siempre la misma.
Todo comienza con palabras que muy pronto se convierten en realidades concretas. Cuando no existen hechos que puedan servir de base a las mentiras, todo es cuestión de crear esos hechos: de la nada.
Hace dos semanas se produjo el inevitable incidente fronterizo. Unos campesinos búlgaros han sido tiroteados por algunos súbditos yugoslavos (se dice que eran soldados) y uno de los campesinos ha muerto.
La indignación popular ha sido enorme; ha habido manifestaciones callejeras contra los demoníacos servios. Las redacciones de los periódicos se han visto con una sobrecarga de trabajo.
Una semana después de esos hechos, el gobierno anunció nuevas compras de cañones antiaéreos, destinados a reforzar las defensas de las provincias del Oeste. Estas compras han sido hechas a una firma belga, mediante un préstamo negociado en el Banco de Crédito Eurasiático.
Y ayer mismo ha llegado a esta oficina una noticia sumamente extraña.
Como resultado de una investigación especial abierta por el gobierno de Yugoslavia, se ha podido comprobar que los cuatro hombres que han disparado contra los campesinos búlgaros no eran soldados yugoslavos, y lo que es más, tampoco eran súbditos yugoslavos. Provienen de distintos países y dos de ellos han cumplido, en Polonia, diversas penas por actividades de índole terrorista.
Estos hombres habían sido pagados para ocasionar el incidente. Al parecer, el dinero les fue entregado por un individuo al que ninguno de ellos conocía y del que no saben nada, excepto que había viajado desde París para contratarles.
Y todavía más. Esa noticia fue transmitida a París. Al cabo de una hora, el jefe de mi periódico me dio instrucciones precisas: había que eliminar la noticia y enviar un démenti [60] a todos los suscriptores.
Divertido, ¿verdad? Pocas personas serían capaces de figurarse que una organización tan poderosa como el Banco de Crédito Eurasiático puede llegar a demostrar que posee una sensibilidad tan exquisita.
¿Qué decir de su Dimitrios?
Un escritor de teatro dijo una vez que hay cierto tipo de situaciones que no pueden ser llevadas a escena. Son situaciones frente a las cuales el público no puede sentir ni aprobación ni desaprobación, simpatía o antipatía: situaciones de las que sólo se puede salir avergonzado o sumido en la zozobra y de las que no se puede sacar ninguna lección moral, por muy amarga que sea.
Creo que sería posible definir a ese escritor como una persona perteneciente a ese grupo de hombres desdichados que, con gran confusión, no distinguen las diferencias entre las estúpidas vulgaridades de la vida real y la existencia ideal de la imaginación. Es posible.
A pesar de todo, me he sorprendido a mí mismo preguntándome si no simpatizo con él. ¿Sería posible hallar una explicación que defina a Dimitrios o debemos abandonar esa idea, disgustados y vencidos?
Me resulta tentadora la idea de considerar razonable y justo el hecho de que haya muerto tan violenta y desagradablemente como ha vivido. Pero también éste es un camino demasiado ingenuo para huir del problema. Así no lograremos explicar el porqué de la conducta de Dimitrios: sólo encontraremos una disculpa para no hacerlo.
Es necesario que se den ciertas condiciones especiales para que se produzca un cierto tipo de criminales que esas mismas condiciones tipifican. He intentado definir esas condiciones… pero no lo he logrado con éxito.
Cuanto sé es que mientras la fuerza ejerza sus derechos, mientras el caos y la anarquía, enmascarados bajo el lema del orden y la sensatez, se impongan, aquellas condiciones existirán.
¿Cómo remediarlo? En fin, voy a dejarle: creo verle bostezando y me digo que, si le aburro, jamás volverá a escribirme y nunca sabré si está disfrutando de su estadía en Paris, si ha encontrado allí nuevos Bulic, otras madame Preveza y si nos volveremos a ver pronto por Sofía.
De acuerdo con mis últimas informaciones, la guerra no estallará hasta la primavera; o sea que aún nos queda un tiempo para dedicarnos a esquiar. Aquí, estos últimos días de enero son propicios para hacerlo. Las carreteras están en pésimo estado, pero las pistas (si logras llegar hasta ellas) son magníficas. Esperaré con ansiedad sus noticias y su promesa de venir a visitarme.
Me despido con mis más sinceros recuerdos.
N. MARUKAKIS.»
Latimer dobló la carta y la guardó en uno de sus bolsillos. ¡Excelente persona ese Marukakis! Ya le escribiría en cualquier momento, en cuanto tuviera algo de tiempo libre. Porque, de momento, debía dedicarse a solucionar varios problemas de gran importancia. Necesitaba, con mucha urgencia, un método perfecto para cometer un crimen y una multitud de sospechosos que sirvieran como cortina de humo y como entretenimiento.