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– En cuanto ahorre suficiente pasta -le dijo-, voy a dejar esta vida y meterme en el mundo del espectáculo.

Era imposible no sentir pena por ella, imposible no entristecerse por su pueril banalidad, pero Nashe había ido demasiado lejos ya para permitir que eso se interpusiera en su camino.

– Creo que serás una actriz maravillosa -le dijo-. En cuanto empecé a bailar contigo me di cuenta de que eras una bailarina de verdad. Te mueves como un ángel.

– Follar te mantiene en forma -dijo ella muy seria, afirmándolo como si fuese un hecho comprobado médicamente-. Es bueno para la pelvis. Y si hay una cosa que he hecho mucho en los dos últimos años es follar. A estas alturas debo ser tan flexible como una contorsionista.

– Da la casualidad de que conozco a algunos agentes en Nueva York -dijo Nashe, ya incapaz de contenerse-. Uno de ellos tiene ahora un gran montaje y estoy seguro de que le interesaría hacerte una prueba. El tipo se llama Sid Zeno. Si quieres puedo llamarle mañana y concertar una cita.

– No estamos hablando de cine porno, ¿verdad?

– No, no, nada de eso. Zeno se dedica exclusivamente a la cosa de calidad. Esta llevando a algunos de los mejores talentos jóvenes del cine de ahora.

– No es que no estuviera dispuesta a hacerlo, entiéndeme. Pero una vez que te metes en eso es difícil salir. Te encasillan y luego nunca tienes la oportunidad de hacer ningún papel con la ropa puesta. Quiero decir que mi cuerpo está bien, pero tampoco es nada extraordinario. Yo preferiría hacer algo donde realmente pudiera interpretar. Ya sabes, conseguir un papel en un serial de televisión de los que ponen por el día, o tal vez incluso intentar algo en una comedia de situación. Puede que no te resulte evidente, pero cuando me pongo, puedo ser muy graciosa.

– No hay problema. Sid también tiene buenos contactos con televisión. Ahí fue donde empezó en realidad. En los años cincuenta fue uno de los primeros agentes que trabajaba exclusivamente para televisión.

Nashe apenas sabía ya lo que decía. Lleno de deseo, pero temiendo a medias lo que sucedería con ese deseo, siguió parloteando como si pensara que la chica podía creerse realmente las tonterías que le estaba diciendo. Pero una vez que pasaron al dormitorio, no le decepcionó. Empezó por dejar que la besara en la boca, y como Nashe no había osado esperar tal cosa, instantáneamente imaginó que se estaba enamorando de ella. Era cierto que su cuerpo desnudo era menos que hermoso, pero una vez hubo comprendido que ella no iba a meterle prisas ni a humillarle demostrando su aburrimiento, ya no le importó su aspecto. Hacía mucho tiempo, después de todo, y cuando se tumbaron en la cama ella demostró los talentos de su excesivamente atareada pelvis con tanto orgullo y abandono que a él ni se le ocurrió que el placer que ella parecía estar sintiendo pudiera no ser auténtico. Al cabo de un rato su cerebro estaba tan revuelto que perdió la cabeza y acabó diciéndole un montón de idioteces, cosas tan estúpidas e inapropiadas que si no hubiese sido él quien las decía habría pensado que estaba loco.

Lo que le propuso fue que se quedara allí y viviera con él hasta que acabase el muro. El la cuidaría, le dijo, y una vez que el trabajo estuviera terminado se irían juntos a Nueva York y él se encargaría de llevar su carrera profesional. Nada de Sid Zeno. El lo haría mucho mejor porque creía en ella, porque estaba loco por ella. No vivirían en el remolque más que un mes o dos y ella no tendría que hacer nada más que descansar. Él haría todas las comidas y todas las tareas domésticas y para ella serían unas vacaciones, una forma de olvidar los últimos dos años. La vida en el prado no era mala. Era tranquila, sencilla y buena para el alma. Pero él ahora necesitaba compartirla con alguien. Llevaba demasiado tiempo solo y creía que ya no podía continuar así. Era demasiado pedirle a nadie, dijo, y la soledad estaba empezando a volverle loco. La semana anterior casi había matado a alguien, un niño inocente, y temía que le ocurrieran cosas peores si no hacía algunos cambios en su vida muy pronto. Si ella aceptaba quedarse allí con él, haría cualquier cosa por ella. Le daría lo que quisiera. La amaría hasta que estallara de felicidad.

Afortunadamente, pronunció este discurso con tal pasión y sinceridad que no le dejó a ella otra posibilidad que pensar que era una broma. Nadie podía decir tales cosas con la cara seria y esperar que le creyeran, y la propia locura de la confesión de Nashe fue lo que le salvó de la más absoluta vergüenza. La chica le tomó por un bromista, un excéntrico con el don de inventar historias disparatadas, y en lugar de decirle que se muriera (que es lo que habría hecho si le hubiese tomado en serio), sonrió ante la trémula súplica que había en su voz y le siguió el juego como si fuera lo más divertido que había dicho en toda la noche.

– Estaré encantada de vivir aquí contigo, cariño -le contestó-. Lo único que tienes que hacer es ocuparte de Regis y me traslado mañana temprano.

– ¿Regis? -dijo él.

– Ya sabes, el tipo que organiza mis citas. Mi chulo.

Al oír esa respuesta, Nashe comprendió lo ridículas que debieron de sonar sus palabras. Pero el sarcasmo de la chica le había dado una segunda oportunidad, una vía para escapar al inminente desastre, y antes de dejar ver sus sentimientos (el dolor, la desdicha, el abatimiento que sus palabras le habían causado), saltó de la cama desnudo y dio una palmada con fingida exuberancia.

– ¡Estupendo! -exclamó-. Mataré a ese cabrón esta noche y entonces tú serás mía para siempre.

La chica se echó a reír entonces como si una parte de ella disfrutase en realidad oyéndole decir aquellas cosas, y en el momento en que él tomó conciencia de lo que aquella risa significaba, sintió surgir en su interior una extraña y poderosa amargura. Él también se echó a reír, uniéndose a ella para conservar el sabor de aquella amargura en la boca, para recrearse en la comedia de su propia abyección. Luego, sin saber por qué, de pronto se acordó de Pozzi. Fue como una descarga eléctrica, y la sacudida estuvo a punto de tirarle al suelo. No había pensado en Jack en las últimas dos horas y el egoísmo de ese descuido le mortificó. Dejó de reír con una brusquedad casi aterradora y enseguida empezó a vestirse, metiéndose el pantalón a tirones, como si una alarma acabara de sonar en su cabeza.

– Sólo hay un problema -dijo la chica riéndose aún un poco, decidida a prolongar el juego-. ¿Qué pasará cuando Jack vuelva del viaje? Quiero decir que estaremos un poco apretados, ¿no crees? Además, él es atractivo, ya sabes, y puede que haya noches en las que me apetezca acostarme con él. ¿Qué harías tú entonces? ¿Te pondrías celoso o qué?

– Esa es la cuestión -dijo Nashe con voz repentinamente grave y dura-. Jack no volverá. Desapareció hace más de un mes.

– ¿Qué quieres decir? Creí que habías dicho que estaba en Texas.

– Me lo inventé. No hay ningún trabajo en Texas, no hay magnate del petróleo, no hay nada de nada. El día después de que tú vinieras aquí para la fiesta, Jack trató de escapar. Le encontré tirado delante del remolque a la mañana siguiente. Tenía fractura de cráneo y estaba inconsciente, tirado en un charco de su propia sangre. Es muy probable que haya muerto, pero no estoy seguro. Eso es lo que quiero que averigües para mí.