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Pozzi suspiró con disgusto, como para expulsar de su mente todo el desdichado episodio.

– Por lo menos no hay daños irreparables -continuó-. Mis viejos huesos ya se arreglarán, pero no puedo decir que esté encantado de haber perdido el dinero. No podía haberme ocurrido en peor momento. Tenía grandes planes para ese montoncito de billetes, y ahora estoy pelado, tengo que volver a empezar. Mierda. Juegas limpio, ganas, y acabas perdiendo igual. No hay justicia. Pasado mañana tenía que participar en una de las más importantes partidas de mi vida, y ahora no podré. No tengo ni una puta posibilidad de reunir en dos días la cantidad que necesito. Las únicas partidas que sé que se van a jugar este fin de semana son de poca monta, una porquería total. Aunque tuviera suerte, no podría sacar más de un par de grandes. Y eso como mucho.

Fue esta última afirmación la que finalmente indujo a Nashe a abrir la boca. Una pequeña idea se le había pasado por la cabeza y cuando las palabras acudieron a sus labios, ya estaba esforzándose por controlar su voz. Todo el proceso no duraría en total más de un segundo o dos, pero eso fue suficiente para cambiarlo todo, para lanzarle por el borde del abismo.

– ¿Cuánto dinero necesitas para esa partida? -preguntó.

– Nada por debajo de los diez mil -dijo Pozzi-. Y eso es el mínimo posible. No podría entrar con un centavo menos.

– Parece un proyecto muy caro.

– Era la oportunidad de una vida, amigo. Una invitación a Fort Knox.

– Si ganases, puede. Pero el hecho es que podrías perder. Siempre hay ese riesgo, ¿no?

– Claro que hay riesgo. Estamos hablando de póquer, ése es el nombre del juego. Pero de ninguna manera podría perder. Ya he jugado con esos payasos una vez. Habría sido coser y cantar.

– ¿Cuánto esperabas ganar?

– Una tonelada. Una jodida tonelada.

– Dame un cálculo aproximado. Una cifra redonda.

– No sé. Treinta o cuarenta mil, es difícil de calcular. Tal vez cincuenta.

– Eso es mucho dinero. Mucho más de lo que se estaban jugando tus amigos de anoche.

– Eso es lo que estoy tratando de decirte. Estos tipos son millonarios. Y no tienen ni idea de cómo se juega a las cartas. Quiero decir que son unos ignorantes, esos dos. Te sientas con ellos y es como jugar con Laurel y Hardy.

– ¿Laurel y Hardy?

– Así es como yo les llamo, Laurel y Hardy. Uno es gordo y el otro es flaco, igual que Stan y Oliver. Son auténticos tontos del culo, amigo, un par de cretinos integrales.

– Pareces muy seguro de ti mismo. ¿Cómo sabes que no son un par de buscavidas?

– Porque los he investigado. Hace seis o siete años compraron a medias un billete de la lotería del estado de Pennsylvania y ganaron nada menos que veintisiete millones de dólares. Fue uno de los premios más grandes de todos los tiempos. Unos tipos que tienen toda esa pasta no van a molestarse en estafar a un jugador de poca monta como yo.

– ¿No te estarás inventando todo esto?

– ¿Para qué iba a inventármelo? El gordo se llama Flower y el flaco Stone. Lo gracioso es que los dos tienen el mismo nombre de pila: William. Pero a Flower le llaman Bill y a Stone, Willie. No es tan lioso como parece. Cuando estás con ellos no hay problema en diferenciarlos.

– Como Mutt y Jeff.

– Sí, exacto. Son una verdadera pareja cómica. Como esos tipos tan graciosos de la tele, Ernie y Bert. Sólo que éstos se llaman Willie y Bill. Suena bien, ¿no? Willie y Bill.

– ¿Cómo les conociste?

– Les conocí en Atlantic City el mes pasado. Hay una partida allí a la que voy a veces y ellos tomaron parte en ella durante un rato. A los veinte minutos habían perdido cinco mil dólares cada uno. En mi vida he visto una forma más estúpida de apostar. Pensaban que podían conseguirlo todo a base de faroles, como si fueran los únicos que supieran jugar y los demás estuviéramos deseando caer en sus infantiles trampas. Un par de horas después me fui a uno de los casinos a curiosear un poco y allí estaban otra vez, en la mesa de la ruleta. Se me acercó el gordo…

– Flower.

– Eso es, Flower. Se me acercó y me dijo: “Me gusta tu estilo, hijo, sabes jugar al póquer.” Y luego me dijo que si alguna vez me apetecía una partidita amistosa con ellos, estarían encantados de que me pasara por su casa. Así fue como sucedió. Le dije que sí, que me encantaría jugar con ellos alguna vez. Y la semana pasada les llamé y fijamos la partida para este próximo lunes. Por eso estoy tan quemado por lo que pasó anoche. Hubiera sido una experiencia maravillosa, un auténtico paseo por la Avenida del Gordo.

– Has dicho “su casa”. ¿Quiere eso decir que viven juntos?

– No se te escapa una, ¿eh? Sí, eso es lo que he dicho: “su casa”. Parece un poco raro, pero no creo que sean un par de maricones ni nada de eso. Los dos tienen cincuenta y tantos años y los dos han estado casados. La mujer de Stone murió y Flower está divorciado de la suya. Tienen un par de hijos cada uno y Stone incluso es abuelo. Era optometrista antes de que le tocara la lotería, y Flower era contable. Tipos corrientes de clase media. Simplemente da la casualidad de que viven en una mansión de veinte habitaciones y tienen unas rentas de un millón trescientos cincuenta mil dólares al año libres de impuestos.

– Ya veo que has estado haciendo los deberes.

– Ya te lo he dicho, les he investigado. No me gusta entrar en una partida cuando no sé con quién estoy jugando.

– ¿Haces algo aparte de jugar al póquer?

– No, nada más. Sólo juego al póquer.

– ¿Ningún trabajo? ¿Nada que te respalde cuando tienes una mala racha?

– Una vez trabajé en unos grandes almacenes. Fue el verano después de terminar el instituto, y me metieron en la sección de zapatería de caballeros. Era un espanto, te lo digo yo, lo peor de lo peor. De rodillas y agachado, como un perro, teniendo que respirar aquellos olores a calcetín sucio. Me entraban ganas de vomitar. Lo dejé al cabo de tres semanas y no he vuelto a tener ningún trabajo fijo.

– Así que te va bien.

– Sí, me va bien. Tengo mis altibajos, pero nunca me he encontrado en una situación de la que no pudiera salir. Lo principal es que hago lo que quiero. Si pierdo, soy yo el que pierde. Si gano, el dinero es mío. No tengo que aguantar la mierda de nadie.

– Eres tu propio jefe.

– Exacto. Soy mi propio jefe. Hago lo que me da la gana.

– Entonces debes ser un jugador muy bueno.

– Soy bueno, pero aún tengo mucho que aprender. Estoy hablando de los grandes, de los Johnny Moses, los Amarillo Slim, los Doyle Brunson. Quiero entrar en la misma liga que esos tíos. ¿Has oído hablar del Binion’s Horseshoe Club de Las Vegas? Ahí es donde se juega el Campeonato Mundial de Póquer. Dentro de un par de años estaré listo para jugar con ellos. Eso es lo que quiero hacer. Reunir dinero suficiente para comprar mi participación en esa partida y codearme con los mejores.