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A pesar del barniz educado con el que tiñó sus palabras, el significado estaba más claro que el agua. Susanna le sostuvo la mirada y vio el explícito desafío de sus ojos.

– Prefiero un caballo con brío -replicó-. Mientras que tú -inclinó la cabeza con gesto pensativo y le miró con los ojos entrecerrados-, probablemente elegirías algo tan poco sutil como ese semental. Todo músculo y nada de cerebro.

Dev soltó una carcajada.

– No pagaría tanto dinero por algo que podría llegar a matarme.

– Entonces, has cambiado -contestó Susanna con tono educado. Y añadió al ver que Dev arqueaba las cejas con un gesto desafiante y burlón-: Absurdos viajes a México en busca de tesoros, misiones ridículamente peligrosas para la Marina Británica, un estúpido viaje al Ártico durante el que abordaste otro barco como si fueras un pirata… -se interrumpió al ver que Dev la miraba divertido.

– Así que has estado siguiendo mi carrera -musitó-. Qué inesperado y halagador. ¿No me podías olvidar, Susanna?

Susanna había seguido todos y cada uno de los pasos de la carrera de Devlin, pero no quería que él lo supiera. Eso solo serviría para alimentar su vanidad y para dar lugar a preguntas embarazosas sobre por qué le importaba tanto. Preguntas que Susanna ni quería ni podía contestar.

– Leo los diarios -respondió, encogiéndose de hombros-. Todas esas noticias me han convencido de que eres tan imprudente como siempre pensé.

– Imprudente -respondió Dev con un extraño tono de voz-. Sí, siempre lo he sido, Susanna.

A los diecisiete años, Susanna adoraba su naturaleza salvaje, un contrapunto a su aburrida y predecible vida. Se había dejado deslumbrar, cegar por la emoción del riesgo. Sus encuentros secretos eran maravillosamente ilícitos. La vivencia del riesgo la había cautivado. Aunque una pequeña parte de su mente le decía que Dev era demasiado atractivo, demasiado emocionante como para poder formar parte de su vida, quería creer que era posible. Y aun sospechando en secreto que Dev solo le había propuesto matrimonio porque quería acostarse con ella, estaba decidida a creer que la amaba. Durante un solo día y una noche, se había entregado ciegamente al placer, sintiéndose viva por primera vez desde hacía años. A la mañana siguiente, había comenzado a dudar y después, había cometido su gran error.

Tragó saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta. Ya era demasiado tarde para arrepentirse de su falta de valor y de fe. No sabía por qué sentía de pronto aquella tristeza, como si hubiera dejado escapar algo valioso cuando, a lo largo de todos aquellos años, Dev había demostrado ser tan irresponsable, imprudente y peligroso como ella había sospechado que llegaría a ser.

– Ya no soy Susanna, soy Caroline Carew, ¿recuerdas?

Dev alargó la mano y la agarró de la manga. Susanna alzó la mirada hacia él y le sorprendió ver un brillo de puro enfado en sus ojos.

– Así que te deshiciste de tu nombre, al igual que de todo lo demás -musitó-. Tenías mucha prisa por olvidar tu antigua vida, ¿verdad?

Susanna se encogió.

– Uno tiene que intentar distanciarse de los errores del pasado. Y Caroline es mi segundo nombre -se interrumpió-. Espero poder confiar en que recuerdes que ahora soy Caroline Carew.

Dev le sostuvo la mirada durante varios segundos y Susanna casi se estremeció ante el oscuro enfado que vio en ellos. El corazón le latía a toda velocidad y sentía una fuerte presión en el pecho.

– Odio que pienses que puedes confiar en mí en ningún aspecto -respondió Dev en tono de falsa amabilidad-. Al fin y al cabo, ¿la ambigüedad no es la sal de la vida?

– Devlin -la voz aristocrática y aburrida de Fitz los interrumpió.

Dev soltó el brazo de Susanna como si de pronto le abrasara, se enderezó y se volvió hacia Fitz con una reverencia.

– Alton -lo saludó con frialdad.

Fitz desvió la mirada de Devlin para fijarla en el rostro de Susanna. Ésta tuvo que presionar sus manos enguantadas para evitar que le temblaran. Había algo en la presencia física de Devlin que la conmovía profundamente. Durante años, se había esforzado en erigir una fuerte fachada que la protegiera del mundo y había llegado a creer que era capaz de enfrentarse a cualquier cosa. Pero Dev podía derribar esa fachada con solo una mirada.

– Lady Carew -comenzó a decir Dev. Susanna advirtió el énfasis que ponía en aquel nombre-, estaba intentando decidir si acepta tu recomendación, Alton.

Susanna vio que Fitz fruncía el ceño ante aquella velada crítica a su decisión.

– Es un caballo muy hermoso, mi señor -intervino rápidamente Susanna para reparar el daño-, pero no termino de decidirme. Siempre puedo alquilar un caballo y considero que quizá sea más divertido tener mi propio caballo de carreras.

Creyó oír un bufido burlón de Dev, pero a lo mejor había sido alguno de los caballos. Fitz suavizó su expresión como por arte de magia.

– ¡Un caballo de carreras! -exclamó entusiasmado-. Una idea genial, lady Carew. ¡Genial!

– Estoy segura de que sería emocionante ir a verle correr, y también apostar por él, por supuesto -añadió Susanna, deslizando la mano en su brazo.

– Solo si uno tiene el bolsillo lleno -replicó Dev secamente. Deslizó la mirada sobre Susanna, deteniéndose en aquel vestido de montar que realzaba la curva generosa de sus senos-. Pero olvidaba que vos estáis muy bien dotada, ¿no es cierto, lady Carew?

La dirección de su mirada hizo sonrojarse a Susanna. Recordaba perfectamente que Dev había hecho mucho más que contemplar aquellas curvas.

– Os pido que disculpéis a Devlin -intervino Fitz-. A pesar de que su primo le envió a Eton, siento tener que decir que la educación no hace al hombre.

– Desde luego -su mirada chocó con la fría mirada de Dev-. Estoy, como acabáis de decir, dotada de muchos valores de los que vos carecéis, sir James, entre ellos, las buenas maneras.

– Y en otro tiempo fui un hombre sin escrúpulos -musitó Dev, sin mostrar intención alguna de disculparse. Había un brillo travieso en su mirada-. Pero vos ya me conocéis, lady Carew. Estáis al tanto de todos mis secretos.

– No tengo interés en saber nada de vos, sir James -replicó ella fríamente.

El corazón le latía a toda velocidad. ¿Hasta qué punto estaría Devlin dispuesto a arriesgarse? Sabía lo que estaba intentando hacer Dev. Quería insinuar que había algo más en Susanna de lo que se veía a primera vista. Que tenía, más que un romántico y misterioso pasado, un pasado sórdido. Que quizá hubiera sido incluso meretriz. Quería sugerir que, aunque pretendiera hacerse pasar por una viuda rica, no era la clase de persona con la que un noble querría casarse, sobre todo habiendo una debutante virginal como Francesca Devlin esperando pacientemente sus atenciones.

– ¿Lady Emma no ha venido contigo, Devlin? -preguntó Fitz con toda intención.

Tensó la mano alrededor del brazo de Susanna. Ésta descubrió que no le gustaba en absoluto aquel gesto, pero dominó las ganas de apartarle y le sonrió dulcemente. Fitz estaba tan cerca de ella que sus cuerpos se rozaban.

– No -contestó Dev-. A Emma no le gustan los caballos, a no ser que estén haciendo algo tan funcional como tirar de su carruaje -hizo una reverencia-. Ya veo que no soy bienvenido en este lugar. Os dejaré para que malgastéis vuestro dinero en un caballo de carreras, lady Carew.

– Qué considerado de vuestra parte -replicó Susanna-. Buenos días.

Podía sentir la tensión en el cuerpo de Fitz mientras permanecían juntos, esperando a que Dev se alejara de allí.

– Como ya he dicho, lady Carew, Devlin se ha mostrado sumamente descortés con vos. ¿Estáis segura de que no hay nada entre vos y él, aparte del hecho de que sea un viejo conocido?