Maldiciendo mentalmente a Dev por aquella intromisión, Susanna esbozó la más convincente de sus sonrisas.
– Conocí a sir James en la propiedad que tiene su primo en Balvenie cuando apenas era una niña, milord -respondió-. Me temo que no me gustó y cometí el error de demostrárselo. Sir James era insufriblemente vanidoso y pretendía que todas las damas se rindieran a sus pies. Jamás me perdonó que no lo hiciera.
No había caído a sus pies. Había caído directamente en su lecho. Pero advirtió aliviada que Fitz sonreía.
– En la propiedad de Grant, ¿eh? Es un buen hombre, Grant, pero apenas tiene donde caerse muerto. Toda la familia es un desastre. No pueden presumir de linaje y Dev parece llevar sangre maldita en sus venas.
A Susanna le sorprendió oír que despreciaba a Chessie de tal manera, especialmente cuando sus atenciones hacia ella habían sido tan notorias y seguramente tenían fines honorables. Pero era perfecto para sus propios planes. Chessie había sido derrotada, por buena que fuera, y Devlin no podría hacer nada para evitarlo.
Sonrió y le estrechó el brazo a Fitz.
– Me pregunto si tendríais tiempo para acompañarme a una bodega. Necesito comprar un buen champán para hacer un regalo y estoy segura de que vos conocéis los mejores vinos.
Fitz parecía sumamente complacido. Susanna clavó la mirada en una de las palas que utilizaban para limpiar los establos, preguntándose hasta cuándo podría continuar adulándole sin que su conducta comenzara a resultar sospechosa. Un hombre tan inteligente e ingenioso como Dev la habría descubierto al instante, pero el ego del marqués de Alton no parecía tener límite.
– Os acompañaré encantado, lady Carew -respondió Fitz-. Y después, quizá podamos celebrarlo tomando una copa juntos -esbozó una sonrisa cargada de insinuaciones-. Disfrutaría mucho tomando una copa con vos, solo nosotros dos.
– Sí, sería maravilloso -musitó Susanna-. Teniendo en cuenta mi situación y lo poco que conozco de Londres, aprecio en gran manera el contar con un amigo en el que apoyarme.
Apartó la mano del brazo de Fitz y comenzó a caminar delante de él, permitiendo que apreciara el suave movimiento de sus caderas bajo la falda de terciopelo del vestido de montar. Sentía la mirada de Fitz fija sobre ella y también su frustración, porque, una vez más, había conseguido eludir el clima de intimidad que Fitz estaba intentando crear entre ellos. La frustración alimentaba la ansiedad, y eso era precisamente lo que Susanna quería de él. Sonriente, giró en la esquina y caminó directamente hacia Devlin, que esperaba recostado contra el marco de la puerta con una mirada de abierta admiración.
– Hermosa jugada, Susanna -susurró, acariciando al hacerlo los mechones de pelo que escapaban del sombrero de la joven-. Debes de tener mucha práctica en el arte de la seducción.
– No te imaginas cuánta -confirmó Susanna.
Advirtió que Fitz se detenía para hablar con Richard Tattersall y maldijo aquel retraso. Lo último que quería era alentar a Dev y darle otra oportunidad de minar lo que hasta entonces estaba consiguiendo.
– Pensaba que te habías ido -le reprochó.
– Desgraciadamente, no he sido capaz. Sentía un deseo casi sobrecogedor de ver en acción los métodos que emplean las aventureras de hoy en día -la miró a los ojos sonriendo-. Eres una profesional consumada, Susanna.
– Y tú un maldito incordio -le espetó Susanna.
Dev le besó la mano. Susanna intentó apartarla, pero él se la retuvo con fuerza. A pesar de la tela del guante, aquel contacto la abrasaba.
– Elige otra víctima -musitó Devlin-. Deja a Fitz en paz, o podrías quedarte sin ninguna.
– No, es a Fitz a quien quiero.
Apareció un oscuro fogonazo en los ojos de Dev.
– Mentirosa. Es a mí a quien quieres.
Susanna alzó la barbilla. Sí, era cierto que todavía era susceptible a su presencia, pero había llegado la hora de ponerle en su sitio.
– Estás completamente equivocado. Estás tan pagado de ti mismo que te consideras irresistible -apartó la mano-. Es posible que lo seas para lady Emma, al fin y al cabo, es demasiado joven como para saber lo que le conviene -continuó diciendo-, pero te aseguro que una viuda rica puede aspirar a algo mejor que a un cazafortunas arruinado.
– No pretendía decir que quisieras casarte conmigo… otra vez -respondió Dev con falsa amabilidad. Posó la mirada sobre su boca-. Me refería a que deseas…
– Que te alejes de mí -le interrumpió Susanna-. Y rápido. Y espero que no me causes más problemas -añadió-, a no ser que quieras que yo haga lo mismo contigo.
Dev se echó a reír.
– Estoy deseando que lo hagas -inclinó la cabeza-. Buena suerte, lady Carew.
– No necesito suerte. Tengo las habilidades que necesito para conseguir lo que quiero. Y ahora vuelve rápidamente con tu encantadora heredera -añadió-, antes de que otro aventurero sin principios te la robe.
Dev asintió.
– Supongo que sabes de lo que estás hablando -le hizo una reverencia-. A vuestro servicio, lady Carew.
– No te creo ni por un momento.
De los ojos de Dev desapareció todo rastro de diversión.
– En otro tiempo estuve completamente a tu servicio, Susanna. Fui completamente tuyo.
Alzó la mano a modo de despedida y se alejó, dejando a Susanna temblando. Porque supo que Dev había dicho la verdad. Había sido suyo. Ella había destrozado todo lo que los había unido y no volvería a recuperarlo jamás.
Capítulo 5
No había nada, pensó Dev, comparable a un grupo de personas mal avenidas que no eran capaces de soportar su mutua compañía, pero se veían obligadas a fingir que estaban pasando un rato maravilloso. Estaba lloviendo, se encontraban en la catedral de St. Paul, visitando las tumbas porque Susanna había expresado su deseo de conocer los rincones más esotéricos de Londres. Devlin no había comprendido a qué demonios estaba jugando hasta que había oído a Fitz alabándola por ser tan inteligente como bella. Era extraordinariamente astuta. Y Fitz, un auténtico estúpido, pensó Dev. Pero al hijo de los duques de Alton le gustaba considerarse un hombre culto y qué mejor que mostrarle a la deslumbrante lady Carew aquel histórico lugar en el que estaban enterrados los héroes de la patria.
– ¿Te importaría volver a recordarme qué estamos haciendo aquí? -le preguntó Chessie malhumorada-. Se suponía que esta tarde debería estar asistiendo a la sesión musical de lady Astridge. Solo a ti se te ocurre traerme a este mausoleo para que pueda ver a Fitz prodigando todas sus atenciones a lady Carew -retorció su bonito rostro con una expresión de disgusto-. Si hubiera querido torturarme, me habría quedado en casa leyendo un libro malo.
Dev llevó a su hermana tras uno de los pilares de la catedral. Le habría gustado decirle que dejara de comportarse como una niña caprichosa, pero suponía que Chessie tenía motivos para ello. Desde hacía quince días, el nombre de Susanna, o, mejor dicho, su supuesto nombre, estaba en boca de todo el mundo. La alta sociedad estaba impactada por la llegada de aquella viuda bella y adinerada. Los periódicos seguían todos y cada uno de sus movimientos, las tiendas de moda le enviaban vestidos con la esperanza de que los luciera en los bailes a los que asistía. Y Fitz estaba comenzando a comportarse como si no recordara quién era Chessie siquiera, tan deslumbrado estaba por su nuevo objetivo. Para Chessie, profundamente enamorada de Fitz y en aquel momento despreciada e ignorada, debía ser insoportable. Dev sintió una oleada de compasión por su hermana pequeña, que había estado a punto de comprometerse y en aquel momento estaba siendo desairada. El sufrimiento de Chessie era visible. Había adelgazado, se la veía triste y había perdido su brillo. Toda la ciudad se reía de ella. Emma le había hablado a Dev de los rumores que corrían, y parecía haber encontrado un cierto placer en hacerlo, pensó Dev.
– Estamos aquí para frustrar los planes de lady Carew -le explicó con calma-. Y no lo vas a conseguir comportándote como una niña enfadada.