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– Me temo que tanta cultura me está causando dolor de cabeza, milord. Es posible que esté bien para intelectuales como lady Carew -le dirigió a Susanna una sonrisa-, pero ya sabéis que yo no soy un ratón de biblioteca. ¿Qué os parece si vamos a buscar un refrigerio a Gunters?

Dev sonrió. Había que reconocer que el acercamiento de Chessie había sido directo. Y, al fin y al cabo, solo había seguido su consejo, que era mostrarse como completamente opuesta a Susanna. Afortunadamente, funcionó. Fitz pareció aliviado ante la perspectiva de poder escapar y, aunque solo fuera durante unos segundos, Susanna pareció absolutamente furiosa, antes de atemperar su irritación y sonreír, mostrándose de acuerdo con el plan. Chessie, que por fin había capturado la atención de Fitz, se pegó a él como una lapa. En el momento en el que Fitz estaba a punto de ofrecerle el otro brazo a Susanna, Dev dio un paso adelante y se interpuso entre ellos.

– Veo que tenéis una guía, lady Carew -comentó-. ¿Podríais decirme si lord Nelson está enterrado en este lugar?

Susanna se vio obligada a detenerse. Fitz y Chessie pasaron por delante de ellos, dirigiéndose hacia la puerta. Estaban ya enfrascado en una conversación. Chessie miraba a Fitz sonriente, la luz había vuelto a sus ojos. Al parecer, había recuperado toda su vivacidad una vez había vuelto a convertirse en el centro de las atenciones de aquel noble.

En cambio, los ojos verdes de Susanna brillaban de enfado, más que de placer, mientras contemplaban la inocente expresión de Dev.

– Lord Nelson no solo está enterrado aquí -contestó en tono educado-, sino que, seguramente, está retorciéndose en su tumba al pensar que un antiguo capitán de la Marina podría no saberlo -alzó la mirada hacia él, tensa de furia y frustración-. Conocíais de antemano la respuesta a esa pregunta, ¿no es cierto, sir James?

– Ha sido lo mejor que se me ha ocurrido en este momento -admitió Dev, sin muestra alguna de arrepentimiento-. Quería hablar contigo.

– ¿Otra vez? Me temo que no me siento halagada por tu inclinación a buscar mi compañía.

– Quizá sería más apropiado decir que quería entretenerte -admitió Dev.

Su brusca sinceridad le valió una mirada asesina.

– Soy consciente de ello. Entiendo perfectamente tu estrategia.

Ignoró el brazo que Dev le ofrecía y comenzó a caminar hacia la puerta. Uno de los guías estaba corriendo ya para llamar a un carruaje de alquiler. El tiempo había cambiado bruscamente y el cielo estaba cubierto de nubes grises. La lluvia caía desde los canalones, encharcando el pavimento del exterior de la catedral.

– Me temo que tendréis que compartir el carruaje conmigo, lady Carew -le advirtió Dev muy educadamente, mientras Fitz ayudaba a Chessie a subir al primer vehículo-. A menos que prefiráis montar con el señor Walters.

– Me temo que no tengo dónde elegir -replicó Susanna.

Su forma de tamborilear la guía con los dedos enguantados traicionaba su enfado.

– Considérame el menor de los males -le aconsejó Dev mientras el carruaje en el que iba su hermana desaparecía de vista-. A no ser, añadió, que prefieras regresar a Berkeley Square bajo la lluvia. Y me temo que no puedo ofrecerte un paraguas con el que protegerte.

Susanna le miró exasperada.

– Intenta no hacer esperar a los caballos -añadió Dev al verla vacilar.

Susanna suspiró irritada.

– ¡Oh, de acuerdo!

Aceptó la mano que Dev le ofrecía para ayudarla a subir, pero le tocaba con tanta repugnancia como si sufriera una enfermedad contagiosa. Una vez dentro del oscuro y diminuto interior, le soltó bruscamente y se dirigió hacia el extremo más alejado del asiento. Dev se sentó frente a ella, estiró las piernas y las cruzó a la altura de los tobillos, rozando con ellas el dobladillo del vestido. Susanna apartó las faldas con un gesto brusco, como si temiera que pudiera contaminarla.

Dev sonrió en medio de la oscuridad.

– Es fácil distraer a Fitz. Si quieres que solo se fije en ti, vas a tener que sujetarlo con mano dura.

Susanna le miró entonces.

– Fitz es como un niño pequeño en una confitería.

No hizo esfuerzo alguno por disimular su frustración y a Dev casi le gustó. No había artificio alguno en Susanna. Tampoco fingía que tuviera otro interés en Fitz que no fuera el de su título. Aunque a su pesar, Dev no podía menos que admirar su honestidad. Si hubiera fingido afecto por el marqués, la habría despreciado por hipócrita.

– Una metáfora muy adecuada. Dulces y bonitas golosinas para atrapar a Fitz -deslizó la mirada sobre Susanna con gesto de abierta admiración-. Sin lugar a dudas, te considera un manjar que está deseando desenvolver.

– Pues me temo que no podrá disfrutarlo pronto.

– No, imagino que no. Si eres capaz de negarle tus favores durante algún tiempo, podrás sacar mucho más de él.

Aquello le valió otra mirada fulminante de aquellos ojos verdes.

– Gracias por tu consejo. Pero te aseguro que me tengo en mucha más consideración que la que merecería si fuera a convertirme en la meretriz de Fitz tan fácilmente.

Desvió la mirada hacia las húmedas calles. Mostraba un perfil exquisito bajo aquel coqueto sombrero de plumas: las pestañas negras y tupidas, la línea de su mejilla, pura y dulce, y unos labios que parecían siempre a punto de sonreír. Los rizos de ébano se curvaban sobre su cuello. Eran tan sedosos y negros que Dev sintió la necesidad irresistible de acariciarlos para comprobar si eran realmente tan suaves como parecía. Era extraordinario, pensó con cinismo, que una persona tan corrupta como Susanna Burney pudiera resultar tan atrayente. Era increíble que su crueldad no asomara estropeando la bella imagen de aquella viuda cautivadora. Sí, suponía que aquello formaba parte de su habilidad. No intentaba competir con la inocencia de las debutantes. Ella apelaba a la sofisticación y al encanto. Realmente, no podía decirse que pareciera una cortesana. Era una mujer con clase, con talento, y muy bella. Pero también ella se vendía al mejor postor, siempre y cuando hubiera matrimonio de por medio.

– ¿Pretendes seducir a Fitz para que se case contigo? -le preguntó.

Susanna le miró entonces con expresión burlona.

– Qué pregunta tan vulgar. No pienso contestarla.

– Como tú misma has dicho, una viuda puede utilizar su experiencia a su favor.

A los labios de Susanna asomó una sonrisa.

– Es cierto. De la misma forma que un libertino podría usar sus conocimientos y sus habilidades para atrapar a una joven heredera.

Se hizo un tenso silencio entre ellos en medio de la claustrofóbica oscuridad del carruaje. La lluvia repiqueteaba en el techo. Las ruedas salpicaban al cruzar los charcos de la carretera.

– Deja de mirarme -le pidió Susanna fríamente-. Dedícate a mirar por la ventana.

– Londres lo veo cada día. Te estoy admirando.

Susanna se echó a reír.

– Lo dudo mucho.

– En un sentido estético. Eres muy bella, Susanna, y no estoy diciendo nada que tú no sepas.

– Puedes ahorrarte los cumplidos -respondió Susanna desdeñosa-. Me siento más cómoda con el silencio.

– Solo estaba intentando ser agradable.

Susanna le dirigió una mirada de desdén.

– Dudo que seas capaz de hacer nada de forma agradable.

– Hice el amor contigo de forma más que agradable, ¿no te acuerdas?

– No.

Susanna volvió la cabeza para que Devlin no pudiera ver su expresión. Su voz había sido fría, pero Dev había detectado una intensa emoción tras sus palabras. ¿Desconcierto? ¿Incomodidad? Seguramente, una mujer tan experimentada como Susanna no podía sentirse avergonzada por una referencia al pasado compartido, así que, a lo mejor, sencillamente, le irritaba haberle dado oportunidad de sacar a relucir el tema de su apasionado encuentro. Devlin sintió la repentina necesidad de continuar acosándola.