– Seguro que lo recuerdas. Fuiste tan salvaje y apasionada en tu respuesta como ninguna otra mujer que haya conocido.
Por un momento, pensó que Susanna iba a ganar aquella batalla dialéctica limitándose a ignorar su provocación, pero era demasiado flagrante como para pasarla por alto. Vio brillar los ojos de Susanna en respuesta a aquel desafío y sintió el placer del triunfo al haber sido capaz de provocar aquella reacción.
– Qué dulce por tu parte recordarme después de tanto tiempo -contestó cortante-. Pero me temo que para mí no fue una experiencia memorable.
Mentira.
La palabra pareció quedar flotando entre ellos. Dev vio sus mejillas teñirse de rojo, como si Dev hubiera pronunciado aquella palabra en voz alta. Cambió de postura y se encogió de hombros.
– A lo mejor has tenido tantas experiencias después que la memoria te falla -repuso educadamente.
Susanna le miró con profundo desprecio.
– A lo mejor estás confundiendo mi pasado amoroso con el tuyo, Devlin. He oído decir que, antes de tu compromiso con Emma, no eras muy quisquilloso a la hora de elegir. Al parecer preferías la cantidad a la calidad.
Touché. No podía negar que había sido un entusiasta calavera.
– Una vez más, me siento halagado por la atención que prestas a mi vida -contestó Devlin-. ¿Tienes algún interés en mi vida sentimental?
– ¡Por supuesto que no! -respondió Susanna, roja de enfado.
– Pues todo evidencia lo contrario. Aunque me resulta extraño que mi exesposa…
– Siempre has tenido una gran opinión de ti mismo -le interrumpió Susanna-. O quizá sea más correcto decir un concepto equivocado de ti mismo.
– Me declaro culpable. Pero hay ciertas cosas en las que destaco.
Susanna elevó los ojos al cielo.
– ¿Por qué necesitan presumir tanto los hombres de su potencia sexual?
– Si lo prefieres, puedo demostrártela, en vez de hablar de ella.
En ese momento, fue Susanna la que sonrió con expresión burlona y mirada desafiante.
– ¿Intentarías seducirme? No creo que te atrevas.
Devlin soltó una carcajada.
– Es peligroso desafiarme.
Susanna negó con la cabeza.
– Hablas por hablar. No serías capaz de hacer nada que pudiera poner en riesgo tu compromiso con Emma.
– No tendría por qué enterarse.
Se había comportado como un monje durante los dos años anteriores, tenía que admitirlo, por razones de honor y por el simple hecho de que Emma le enviaría al infierno si llegaban hasta ella rumores de infidelidad. Emma jamás toleraría las discretas aventuras con cortesanas ante las que otras esposas y prometidas hacían la vista gorda. Era demasiado posesiva. Devlin sabía que aquella demanda de fidelidad no tenía nada que ver con sus sentimientos, sino que era una señal más de que le había comprado y era ella la que dictaba su conducta.
Susanna era la única mujer que jamás le traicionaría, porque él conocía todos sus secretos.
La mera idea le robó la respiración. Le gustaba. Sí, le seducía más de lo que debería. Cuando Chessie había sugerido aquella tarde que debería intentarlo para alejar a Susanna de Fitz, no había tomado en serio aquella posibilidad. Pero en aquel momento se estaba tomando la idea muy en serio. Hacer el amor con Susanna otra vez, desvelar su cuerpo a su mirada, a sus caricias… presionar los labios contra aquella piel sedosa, saborearla y volver a sentir su respuesta. Se excitó al pensar en ello.
– Podría contarle a lady Emma que has intentado seducirme -repuso Susanna, poniendo brusco fin a sus fantasías.
– Sé demasiado de ti. Nunca me denunciarías por miedo a que pudiera traicionarte.
Se miraron a los ojos con mutua hostilidad e idéntico deseo. Un deseo que parecía elevar la temperatura del oscuro carruaje.
– No me gustas.
Había un deje de algo indescifrable en su voz que hizo arder la sangre de Devlin. Susanna podía negar aquella atracción todo lo que quisiera, pero él la conocía. La había deseado desde el momento que la había visto caminando hacia él en el salón de baile, y sabía que ella sentía lo mismo que él.
– ¿Serías capaz de hacer el amor con una mujer que no te gusta, solo para demostrarle que se equivoca?
– Desde luego -contestó Dev-. Pero no sería ése tu caso, Susanna. Haría el amor contigo porque te deseo, y tú responderías por la misma razón.
Vio el escalofrío que provocaron sus palabras. Susanna quería negarlas, pero algo la obligaba a guardar silencio. Dev le tomó la mano y le quitó el guante, tirando de los dedos uno a uno hasta dejar al descubierto su piel desnuda. Una mano cálida, delicada y suave, todo lo que Susanna no era, reposó en la de Devlin. Éste rozó sus dedos con los labios. Quería hacerla temblar. Quería demostrarle que no era indiferente a él para que no pudiera volver a negarlo. Giró la mano y presionó los labios contra el pulso que latía en la muñeca. A pesar de la inexpresividad del semblante de Susanna, latía a toda velocidad.
– Pareces nerviosa -musitó contra la palma de la mano.
– En absoluto -respondió Susanna con voz fría-. Solo tengo curiosidad por ver hasta dónde eres capaz de llevar esta farsa.
Dev le lamió la mano con una delicada caricia. Susanna tenía un sabor delicioso, dulce y salado al mismo tiempo, un sabor que hizo subir un escalón más su atracción hacia ella.
– Podría llevarla mucho más lejos -respondió. La soltó y notó el escalofrío de alivio que la sacudió-. Solo te he besado la mano -dijo con delicadeza-, ¿te ha gustado?
– No, no me ha gustado -su tono era firme, pero Devlin había sentido su temblor.
– Pero si estás temblando.
Se inclinó para acariciar los mechones de ébano que rozaban su cuello. Los rizos se enroscaron confiadamente en sus dedos. Eran más suaves que la seda y de ellos se desprendía la más delicada esencia a rosas. Una esencia que le provocaba y envolvía sus sentidos.
Rozó delicadamente con los nudillos la delicada piel de su cuello. Susanna contuvo la respiración y aquel sonido casi imperceptible bastó para traicionarla. Devlin dibujó con el dedo la base de su cuello y descendió ligeramente con los dedos hasta el rico encaje que perfilaba el escote del vestido. Aquella filigrana de encaje era más blanca que la cremosa piel que se escondía bajo él. Diseñado para despertar el deseo carnal dando una apariencia de irreprochable inocencia, ocultaba y enmarcaba al mismo tiempo los senos henchidos.
Devlin experimentó la fiera necesidad de desgarrar el encaje y deslizar la mano bajo la seda, posarla sobre su seno y sentir el pezón endurecido contra su palma. Aquel juego que había comenzado como un desafío y una provocación, había cambiado de pronto. En aquel momento, y a pesar de toda su experiencia, era él el que estaba excitado como un adolescente mientras Susanna parecía más fría que la lluvia invernal. Sin embargo, el rápido latido de su pulso y el brillo de sus ojos la traicionaban.
Devlin deslizó el dedo entre el valle de sus senos y la sintió estremecerse bajo su contacto. Estaban muy cerca. Devlin podía oír su respiración ligeramente agitada y disfrutar del rubor que teñía su piel, coloreando su palidez. Tenía la boca ligeramente entreabierta y se mordía el labio inferior. El cuerpo entero de Devlin se tensó ante aquella imagen. No era capaz de pensar en nada que no fuera en el hecho de que tenía que besarla en ese mismo instante, pero conservaba suficiente cordura como para saber que, a pesar de su aparente aquiescencia, si lo intentaba, probablemente Susanna le clavaría una horquilla.
No iba a correr ese riesgo. Rápido como el rayo, le sujetó las muñecas y se las envolvió con la tira del bolso. Susanna soltó un grito ahogado, pero él la sujetó con fuerza, obligándola a mantener las manos en el regazo.
– Solo quiero evitar que puedas hacerme daño -apenas reconocía su voz, ronca y endurecida por el deseo.