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Susanna podría morderle, por supuesto, pero él lo disfrutaría. Era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.

Vio relampaguear la furia en sus ojos, pero bajo su enfado, adivinó también una fascinación que hizo rugir en su interior un hambre voraz.

– Eres un estúpido -le insultó Susanna, con la voz ya no tan firme.

– Un pirata. Y lo sabes -tiró del cordón del bolsito.

Con aquel movimiento obligó a Susanna a acercarse. Devlin inclinó entonces la cabeza para tomar sus labios.

Eran unos labios suculentos que temblaron bajo los de Devlin como los de una debutante que acabara de recibir su primer beso. Parecían inseguros, faltos de práctica, como si Susanna no hubiera besado a nadie en mucho tiempo. Dev vaciló un instante, completamente desconcertado por aquella respuesta. Ni por un instante la supuso inocente. Su historia la contradecía. La propia Susanna había negado su inocencia con sus palabras, pero aun así, su falta de sutileza hablaba por sí misma. No había fingimiento alguno entre ellos. Era como si, desde el momento en el que la había besado, todas las barreras se hubieran derrumbado y ya no hubiera enfado ni resentimiento. Solo quedaban un dulce anhelo y un punzante deseo. Por un momento, Dev se sintió envuelto en una peligrosa emoción. Justo entonces, Susanna abrió los labios bajo los suyos y al disfrutar de aquel sabor tan sorprendentemente familiar, tan tentador, sus sentidos parecieron enloquecer. Se olvidó de todo y soltó el cordón para abrazarla y besarla con voracidad, con pasión y con una ternura cada vez más profunda.

Enredó su lengua con la suya, invitándola a una danza de sensualidad. El deseo crecía en su interior como una fiera llama. Sabía que pronto no sería capaz de pensar en nada que no fuera en hacer el amor con Susanna en un carruaje de alquiler infestado de pulgas y a plena luz del día. Se obligó a recordarse que no podía ceder a su propio intento de seducción. Se suponía que estaba intentando demostrarle algo a Susanna, no perdiéndose en ella. Aun así, parecía incapaz de resistirse. No quería desearla, pero, al mismo tiempo, era incapaz de evitarlo.

Apartó los sedosos rizos que ocultaban su cuello para posar en él sus labios. Sintió su piel fría bajo su caricia y se sintió como un hombre hambriento al que acabaran de ofrecerle maná en medio del desierto. Su capacidad de control estaba seriamente amenazada. Le bajó ligeramente el vestido y le mordisqueó suavemente la curva del hombro. Su piel olía delicadamente a miel. Él no había sido nunca aficionado a la miel, pero en aquel momento, ansiaba saborearla. Quería lamer el cuerpo entero de Susanna. Era tal el hambre que sentía que estaba casi al borde del desmayo.

El corpiño del vestido crujió suavemente al deslizarse unos centímetros más. Dev sintió el encaje contra sus labios y la cálida suavidad del seno de Susanna bajó él, incitándole a retirar la tela para poder saborearlo con los labios. Gimió.

Susanna posó entonces la mano sobre su pecho y le apartó. Dev estaba tan sorprendido que le permitió alejarse de él.

– ¿Ya has terminado de demostrar lo que querías? -parecía ligeramente aburrida.

Dev tardó unos segundos en abrirse paso entre el clamor de su cuerpo y concentrarse en lo que le decían. Cuando lo consiguió, vio que Susanna estaba ajustándose el provocativo escote del vestido y atusándose el pelo, colocando los rizos bajo el sombrero, que se había ladeado ligeramente durante su abrazo. Su rostro era una máscara perfecta, pálido, compuesto. La máscara indiferente de una dama.

La incredulidad y la sorpresa devoraban el interior de Devlin, que continuaba experimentando un deseo intenso y, lo que resultaba más desconcertante, una traicionera sensación de afinidad con aquella mujer, cuando para Susanna, todo aquello no parecía haber sido más que un desafío.

– ¿Estabas fingiendo? -le preguntó.

Susanna le miró con el rostro carente de toda expresión. Lo único que podía decirse de ella era que parecía ligeramente desconcertada.

– Por supuesto que estaba fingiendo, ¿tú no?

– Yo… -sentía un extraño vacío en el corazón-. Esa respuesta tan inocente -continuó diciendo-, ¿era fingida?

Susanna esbozó una sonrisa que le hizo sentirse tremendamente estúpido.

– A los hombres parece gustarles -susurró.

– Y tú siempre les das lo que quieren -replicó Dev.

Sentía la amargura subiendo como la bilis por su garganta.

– Si de esa forma puedo conseguir lo que quiero.

Dev la agarró por los hombros y buscó en sus ojos cualquier cosa que pudiera indicarle que estaba mintiendo, el más leve indicio de que la tormenta que se había desatado en su interior también la había conmovido a ella. Susanna le sostuvo desafiante la mirada.

– No te creo -le dijo Dev-. Tú también me deseabas.

Susanna se encogió de hombros y se apartó de él.

– Me importa muy poco lo que pienses. Estabas intentando demostrar algo y has fracasado.

Devlin la soltó y se hundió en el asiento. El deseo le había abandonado y se sentía frío y vacío. Las palabras de Susanna no eran más que un saludable recuerdo de hasta qué punto se había convertido en una mujer cínica.

– Creo que prefiero ir andando a continuar soportando esta… conversación -dijo Susanna.

Golpeó el techo del carruaje y el conductor se detuvo en seco.

– Como quieras -respondió Devlin, sonriendo burlón-. ¿Tan pronto huyes de mí, Susanna? Pero si apenas he empezado a seducirte…

Le sostuvo la mirada. En la penumbra del carruaje, los ojos de Susanna aparecían oscuros e insondables.

– Por lo menos ya sé cuál es tu debilidad -continuó diciendo Devlin-. Finges ser indiferente a mí, pero no es cierto.

– Me temo que tu punto débil sigue siendo la vanidad -respondió fríamente Susanna-. Que tengas un buen día.

Abrió y bajó a la calle. La puerta del carruaje se cerró bruscamente tras ella. Dev soltó una carcajada.

Mientras el carruaje avanzaba, pudo verla por última vez. Permanecía en la acera, con aspecto frágil, como una princesa de cuento de hadas bajo la lluvia, necesitada de protección. Pronto avanzaron dos caballeros hacia ella, desplegando sus respectivos paraguas. Dev sacudió la cabeza con una sonrisa irónica en los labios. Pero aun así, continuaba siendo sensible a las artimañas de Susanna. Todavía llevaba su fragancia impregnada en la piel y sentía el calor de sus labios. Aquella conciencia de los sentidos avivó su deseo y le hizo sentirse vacío, frustrado por el deseo insatisfecho, aun sabiendo que todo había sido una farsa. Le habría gustado creer que Susanna era una mujer honesta, que la pasión que parecían haber compartido era real, y cuando se había dado cuenta de que en el caso de Susanna todo había sido una actuación, había vuelto a sentirse como un ridículo ingenuo. Había intentado demostrar la debilidad de Susanna y, en cambio, había destapado la suya.

Capítulo 6

Susanna caminaba a toda velocidad a lo largo de Ludgate Street, dirigiéndose hacia Holborn. Era un día gris, con el cielo cubierto de nubes. Una lluvia ligera, pero penetrante, empapaba las calles y salpicaba los hombros de su pelliza. Era consciente de que, para cuando llegara a su casa, iba a tener el aspecto de una rata empapada y de que la pluma del sombrero estaba destrozada. No había querido aceptar los ofrecimientos de protección de ninguno de los caballeros que habían acudido en su ayuda. Sabía, por propia experiencia, que siempre esperaban algo a cambio. De hecho, prácticamente habían estado a punto de llegar a las manos, disputándose quién debería ayudarla. Sabía que no debería haber abandonado el carruaje tan precipitadamente en medio de la lluvia, pero lo único que en aquel momento le importaba era escapar a la provocación de Devlin.

Le parecía imposible, absurdo e irritante continuar siendo, después de tanto tiempo, vulnerable al contacto de Devlin. Debería ser supremamente indiferente a él después de tantos años, pero no era así. Era peligrosamente sensible a su cercanía. La habían tocado otros hombres, incluso había permitido que alguno la besara cuando era absolutamente imprescindible para su trabajo, pero la experiencia siempre la había dejado indiferente. Sin embargo, Dev solo necesitaba mirarla para que se le hiciera un nudo en el estómago, comenzara a temblar y se entregara a él con el mismo abandono que una debutante ingenua. Era degradante, sobre todo, cuando lo único que él pretendía era demostrar que continuaba teniendo algún efecto sobre ella. Se llevó la mano a los labios y una oleada de calor envolvió todo su cuerpo. Oh, por supuesto que continuaba siendo susceptible a sus encantos. Había deseado prolongar eternamente aquel beso, rendirse a aquel delicioso placer, sentir las manos de Dev sobre su cuerpo y redescubrir el júbilo que había encontrado en sus brazos tantos años atrás. Y se despreciaba por aquel deseo. Había luchado con denuedo para matar su amor por Dev en el pasado. No iba a desfallecer en aquel momento.