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– ¿Quién es esa mujer? -preguntó con la voz ligeramente ronca.

Algo extraño, una premonición, cosquilleaba por su espalda. Él era el menos supersticioso de los hombres, pero sintió un aire frío acariciando su piel a pesar de que en el salón de baile de los duques de Alton el calor era sofocante.

Comprendió que Chessie también había sentido algo. Estaba tan tensa como las cuerdas de un violín y había palidecido. Un estremecimiento recorrió su cuerpo.

– Una mujer rica -contestó con amargura-. Una mujer bella y conveniente para Fitz que, seguramente, le han presentado sus padres esta noche para que me olvide.

– Tonterías -la tranquilizó-. Será otra mujer con cara de caballo nacida de esas relaciones endogámicas que…

– Dev -le reprochó Chessie, en el momento que una noble viuda pasaba por delante de ellos con gesto de manifiesta desaprobación.

La música terminó con un sonoro acorde y hubo aplausos en el salón. Fitz caminó hacia ellos junto a su pareja. Era obvio que pretendía presentarle a Chessie. Dev no estaba seguro de si aquello debería tranquilizarle o preocuparle.

– ¡Dev! -también Emma acudió a su encuentro, jadeante y sonrojada, arrastrando a Freddie Walters tras ella-. ¡Ven a bailar conmigo!

Por primera vez desde que podía recordar, Dev no obedeció inmediatamente a la imperiosa demanda de Emma. En cambio, observaba con atención a la mujer que acompañaba a Fitz. La recién llegada no estaba en los albores de la juventud, se aproximaba más a su edad que a la de Chessie. La edad, o la experiencia, o ambas cosas quizá, le infundían una confianza de la que no parecía consciente. Caminaba con la misma elegancia con la que Dev la había visto bailar, con una desenvoltura que acentuaba el sinuoso vuelo del vestido de gasa. La tela acariciaba sus senos y sus caderas envolviéndolos como el beso de un amante. No había un solo hombre en el salón, pensó Dev, que no estuviera mirándola fijamente, con la boca seca de deseo y la mente poblada de imágenes que intentaban reproducir aquellas curvas desnudas.

O quizá aquello fuera una fantasía.

Era una mujer pálida, con la piel casi traslúcida y las pecas características de las mujeres celtas. El contraste entre sus ojos, de un verde muy vivo, y el pelo negro, era impactante, excitante, incluso. Le daban un aspecto frágil y mágico, como el de una ninfa o un hada, demasiado exótico para ser humano. Llevaba los rizos negros recogidos en lo alto de la cabeza en un revuelo de tirabuzones sujetos por una peineta de resplandecientes diamantes. Unas joyas a juego adornaban su esbelto cuello y sus muñecas. No era una pariente pobre, por tanto. Tenía un aspecto magnífico.

Y le resultaba curiosamente familiar.

A Dev se le paralizó el corazón para, casi inmediatamente, comenzar a latirle a toda velocidad. Por un instante, se sintió como si todo se hubiera detenido: la música, las conversaciones, la respiración. Durante largo rato, fue incapaz de hablar o pensar.

Habían pasado casi diez años desde la última vez que había visto a Susanna Burney. Su último recuerdo de ella no era fácil de olvidar: Susanna gloriosamente desnuda y profundamente dormida en la cama que habían compartido tras su breve y apasionada noche de bodas. Cuando aquella noche había apagado las velas, Dev no sabía que no volvería a verla nunca más.

A la mañana siguiente, Susanna había desaparecido, y, con ella, su matrimonio. Ese mismo día, le había hecho llegar una nota. En ella le decía que todo había sido un terrible error y le suplicaba que no fuera tras ella. Había dicho que buscaría ella misma la anulación del matrimonio. Joven y orgulloso como era, enfadado, traicionado y herido, Dev la había dejado marchar.

Dos años después, tras regresar de su primera misión en la Marina Real, había reconsiderado el abandono de su díscola esposa y había viajado hasta Escocia con intención de encontrarla. Se había dicho a sí mismo que era solo por curiosidad, para asegurarse de que había sido efectiva la anulación de su matrimonio. Tenía planes para el futuro, proyectos ambiciosos, y en ellos no estaba incluida una joven a la que había seducido y con la que se había casado en un impulso, para luego dejarla marchar. Rompió a sudar al recordarse llamando a la puerta de la rectoría para enfrentarse a los tíos de Susanna. Estos le habían dicho que Susanna había muerto. Todavía podía recordar la fuerte impresión que había derrotado a su determinación. Quería a Susanna mucho más de lo que pensaba.

Pero en aquel momento, Susanna Burney le parecía muy viva.

El enfado y la perplejidad batallaban en su interior. Se enfrentó a su indiferente e ignorante mirada y una segunda oleada de furia rugió en su interior. Susanna estaba fingiendo no conocerlo.

– ¡Dev!

Emma le tiró de la mano, reclamando su atención. Un ceño afeaba el habitual equilibrio de sus facciones.

Emma, su prometida, una mujer rica, bien relacionada que iba a proporcionarle todo lo que siempre había querido.

Dev nunca le había hablado de su precipitado y fracasado primer matrimonio. Eran muchas las cosas que no le había contado a Emma. Se decía a sí mismo que era porque había puesto fin a sus indiscreciones del pasado, pero lo cierto era que su prometida era una mujer celosa y posesiva y no podía predecir su reacción ante una revelación como aquélla. Dev no quería ponerla a prueba y arriesgar el castillo de naipes que había levantado para sí mismo y para Chessie.

Un gélido cosquilleo de tensión descendió por su espalda. El daño que Susanna podría llegar a hacerle era incalculable. Si revelaba el más mínimo detalle de su pasado, Emma pondría fin a su compromiso y Dev perdería todo aquello por lo que tanto había trabajado.

Observó que Susanna se acercaba y posaba la mano en el brazo de Fitz con un gesto de evidente confianza. Inclinaron la cabeza el uno hacia el otro. Ella le sonreía a su acompañante como si fuera el hombre más fascinante del universo. Fitz, pensó Dev, parecía completamente deslumbrado. Se sonrojaba como un joven enamorado por primera vez.

Susanna alzó la mirada y la cruzó con la de Dev durante un largo momento. Dev no fue capaz de interpretar su expresión. Continuaba sin haber en ella ninguna señal de reconocimiento y no había el menor rastro de nerviosismo en su comportamiento.

Dev sintió frío, mucho frío. Se enderezó, cuadró los hombros y se preparó para ser presentado a su esposa, que creía fallecida.

Capítulo 2

Susanna no le reconoció hasta que ya era demasiado tarde para salir corriendo e igualmente imposible esconderse. Aunque, por supuesto, lo de correr no era su estilo.

El baile que habían organizado los duques estaba abarrotado y la presión de los invitados había dificultado la visión de Susanna. Hacía un calor sofocante en el salón, apenas se podía respirar y el ruido era tal que no podía oír lo que Fitz le decía mientras la acompañaba a lo largo de la pista. Le había comentado algo sobre que quería presentarle a unos amigos, un gesto que Susanna había considerado muy amable, puesto que no conocía a nadie en Londres. Y en el momento en el que la multitud se había despejado, se había descubierto mirando a James Devlin. El aire había abandonado sus pulmones, la cabeza había comenzado a darle vueltas y había estado a punto de desmayarse. Solo una rígida autodisciplina había impedido que terminara en el suelo.

Fitz no había notado su incomodidad. No era, pensó Susanna, un hombre observador. Atractivo, encantador, mimado, arrogante… Había descubierto aquellos rasgos de su personalidad a los cinco minutos de ser presentados. A los diez, ya sabía que era un enamorado de los caballos y los vinos. Quince minutos después, había llegado a la conclusión de que era un hombre sensible a la belleza de una mujer, algo que le sería útil, puesto que era una mujer bella y estaba decidida a seducirle.