Dev sonrió con amargura.
– Una vez más, demostráis que habéis estado siguiendo mis pasos. Debo fascinaros.
Advirtió un brillo de irritación en su mirada.
– Oh, en absoluto. Pero hasta Edimburgo ha llegado la noticia de que el famoso aventurero sir James Devlin ha sido comprado por una heredera a cambio de setenta mil libras al año y ahora languidece encerrado en casa, donde está a entera disposición de su prometida.
Dev dejó escapar el aire entre los dientes. Sentía la tensión en los hombros, presionando la tela de la casaca. Esperaba no terminar reventando las costuras. No podría permitirse el lujo de comprar una casaca nueva. Ya le debía a su sastre una exorbitante suma de dinero. Pero, desde luego, Susanna había conseguido sacarle de quicio a los cinco minutos de su encuentro. Tenía un talento especial para ello. Dev sabía que no debería caer en sus provocaciones, pero al parecer, no era capaz de evitarlo.
– Mientras que vos, lady Carew, habéis recorrido un largo camino. O quizá sea más preciso decir que habéis realizado un empinado ascenso. De sobrina de un maestro a viuda de un barón hasta llegar a las vertiginosas alturas del marquesado -la recorrió de pies a cabeza con la mirada-. Podríamos decir que esta noche vuestro vestido está a la altura de vuestras ambiciones.
Susanna soltó una carcajada.
– Debéis estar de muy mal humor esta noche, sir James, para reprocharme que me haya convertido en una cazafortunas cuando vos sois un profesional. ¿Ha sido la cena con vuestra heredera la que os ha puesto de tan mal humor?
– Apuesto a que no ha sido tan emocionante como vuestra cita con Fitz -replicó Dev sombrío.
– Hemos ido al restaurante Rules -replicó Susanna. Esbozó una seductora sonrisa-. Hemos comido ostras que, como bien sabéis, son el alimento del amor.
– Siempre me han parecido repugnantes y viscosas.
Fitz reclamó entonces la atención de Susanna. Se sentó a su lado y le señaló a Dev con frialdad que Emma estaba esperando a sentarse. Dev adivinó la sombra de una sonrisa en los labios de Susanna cuando ésta vio la expresión enfurruñada de Emma y su tensa figura.
Estaban a punto de levantar el telón.
– ¿Esa mujer fue otra de tus amantes? -le susurró Emma a Dev, ignorando el hecho de que la función había empezado.
Al igual que muchos de sus contemporáneos, Emma no iba al teatro a disfrutar de la obra, sino a ver y ser vista. De hecho, era perfectamente capaz de pasarse hablando toda una representación. Pero aun así, en aquella ocasión, su susurro hizo que varias cabezas se volvieran hacia ella.
– No -respondió Dev cortante-. Ni es mi amante ni lo ha sido nunca.
No estaba mintiendo, pero aun así, conocía íntimamente todos los rincones de aquel cuerpo exquisito. Tragó saliva. Nunca había tenido una memoria particularmente buena. Por lo menos para las Matemáticas, la Geografía, la navegación o cualquier otro tema que pudiera serle de utilidad. Por lo tanto, resultaba irónico que en las circunstancias menos adecuadas imaginables, recordara todos los centímetros de la sedosa piel de Susanna deslizándose bajo su mano, la forma que se arqueaba bajo sus caricias e incluso el fuego que se encendía en sus ojos en medio de aquel sensual placer. Cambió incómodo de postura. El asiento estaba duro como una piedra. Igual que él. Rezó al cielo para que Emma no mirara hacia un lado y descubriera su inapropiada reacción. Era capaz de gritar de indignación y montarle una escena.
Los sentidos de Dev solo eran conscientes de la presencia de Susanna. Estaba sentada delante de él, ligeramente vuelta hacia la derecha, y podía verla por el rabillo del ojo. Parecía concentrada en la representación. La luz iluminaba el vestido dorado y la delicada curva de sus hombros. Su perfume le envolvía. Verbena y miel, un olor dulce con algunas notas acidas, como la propia Susanna. Podía ver los rizos que escapaban a la diadema y acariciaban su nuca. Quería alargar la mano, tocarlos, deslizar el dedo por su espalda. Quería sentir la seda del vestido bajo su mano, el calor del cuerpo de Susanna bajo…
Emma le clavó el abanico en las costillas, dejándole sin respiración y jadeando de dolor. Le estaba fulminando con la mirada por estar más pendiente de Susanna que de ella y de la obra, y no podía culparla por ello, aunque discrepara de sus métodos. Intentó concentrarse en la representación, pero al parecer, solo era capaz de recordar la exquisita bendición de hacer el amor con Susanna. Podía recordar la esencia dulce y salada de su piel mientras se acurrucaba contra él agotada y saciada. Podía sentir el cosquilleo de su pelo contra su pecho desnudo y el roce de sus piernas enredadas con las suyas bajo las sábanas. Podía saborear sus besos. Recordaba haber permanecido despierto durante horas, escuchando el sonido de su respiración, dibujando su mejilla perfecta, su cuello, descendiendo por la curva de sus hombros mientras sus labios seguían el rastro de sus manos, embriagándose en su sabor. Se recordaba descendiendo hasta sus senos para despertarla con una urgencia que le había hecho reír entre sus brazos mientras volvían a hacer el amor. Había sido una unión extremadamente frágil, pero en aquel entonces le había parecido un encuentro dulce y honesto sobre el que cimentar una vida en común. Recordaba los labios de Susanna entreabriéndose bajo los suyos y el pequeño gemido de aquiescencia y rendición que había escapado de ellos la primera vez que la había besado. En aquel momento se había sentido invencible y dispuesto a comerse el mundo entero.
El arrepentimiento y la tristeza lo golpearon con impactante intensidad. Había construido sus sueños sobre una mentira. Todos aquellos sentimientos, todas sus esperanzas en el futuro, no tenían más fundamento que su imaginación y el engaño de Susanna. Le había utilizado. Desde el principio hasta el final, le había visto únicamente como un medio, como un primer paso en el camino que la llevaría a convertirse en duquesa.
Dev volvió ligeramente la cabeza. Vio que Fitz se había apoderado de la mano enguantada de Susanna y estaba apartando la tela del guante para besarle la muñeca, como había hecho el propio Dev en el carruaje. Experimentó un rabioso sentimiento de posesión que le sorprendió tanto como le disgustó. No le convenía continuar deseando a su exesposa. Tenía que frenar aquellos sentimientos. Su relación había terminado mucho tiempo atrás.
Observó a Susanna retirar la mano, aunque con suficiente lentitud como para que aquel gesto no pudiera interpretarse como un rechazo. Estaba riendo y miraba a Fitz con el ceño ligeramente fruncido por haberla distraído de la obra. Un movimiento inteligente, pensó Dev, combinar la sofisticación con un infantil entusiasmo por la representación. En medio de todos aquellos espectadores que asistían al teatro únicamente por moda, el supuesto interés de Susanna se revelaba como fresco y encantador. Pero, al menos así se lo parecía a Dev, era tan falso como su estima por Fitz.
El telón bajó anunciando el final del primer acto y el volumen de las conversaciones en el teatro alcanzó proporciones ensordecedoras. Fitz y Susanna estaban tan absortos el uno en el otro que no parecieron advertir que la primera parte de la obra había terminado. Dev observó a Fitz mientras éste se inclinaba para susurrarle algo al oído, quedando tan cerca de ella que parecía a punto de besar la delgada columna de su cuello. Se detuvo allí, permitiendo que su aliento acariciara los tiernos rizos que rodeaban su oreja. Dev sintió crecer el enfado dentro de él. Observó a Susanna, que curvaba los labios con la más tentadora sonrisa. Había vuelto ligeramente la cabeza, de modo que Fitz pudiera ver aquella sonrisa coqueta, y le apartó después, juguetona, con un delicado golpe de abanico. Fitz le quitó el abanico, lo sostuvo fuera de su alcance y ella, riendo, intentó recuperarlo. En aquel momento, Dev deseó darle a Fitz un buen puñetazo. Apretó las manos a ambos lados de su cuerpo. Aquellos coqueteos tan explícitos eran habituales en aquellos círculos, pero estaban sacándole de quicio. Por supuesto, se dijo a sí mismo, su frustración solo tenía que ver con Chessie. Era consciente de que sus posibilidades de convertirse en marquesa de Alton estaban disminuyendo por momentos, y todo porque Susanna era una maquinadora sin principios y Fitz un joven consentido y arrogante, acostumbrado a conseguir todo lo que quería.