Susanna le descubrió mirándola. Volvió a sonreír. En aquella ocasión, asomó un brillo burlón desde las profundidades de sus ojos verdes. Dev desvió la mirada. Deseaba estrangularla con tal violencia que resultaba inquietante. De hecho, se alegró sinceramente cuando Emma posó la mano en su brazo y le pidió recatadamente que la acompañara a hablar con la señorita Daventry, que estaba en el siguiente palco. Fueron juntos, sumándose a la multitud de espectadores que iban visitando los diferentes palcos para saludar a amigos y conocidos.
En otros momentos, recordó Dev, aquélla era la parte de la velada que más disfrutaba. Emma le había presentado a numerosos contactos que le habían resultado muy útiles. Había podido acceder a un ámbito de la sociedad que en otro tiempo estaba completamente fuera de su alcance y aquella posibilidad le atraía y deslumbraba más allá de toda lógica. Cuando había conocido a Emma, Dev estaba en la cumbre de su celebridad. Era un héroe, un buscador de tesoros que acababa de regresar de México, el niño mimado de la alta sociedad. Había disfrutado de la notoriedad de su nombre y había utilizado sin ningún pudor su fama y los contactos de Emma para ascender socialmente. Susanna tenía razón cuando le acusaba de ser un cazafortunas. Pero no solo buscaba el dinero, sino también las ventajas y el ascenso social que su situación podía reportarle.
Sin embargo, aquella noche, todo aquel proceso le parecía sin sentido y mortalmente aburrido. Quizá porque estaba muy cerca de conseguir todo lo que deseaba y ya no encontraba ningún elemento de desafío. Dev pensó en su futuro como marido de Emma, en aquel elegante y monótono modo de vida, temporada tras temporada, año tras año, sin ningún objetivo real, y descubrió que estaba casi a punto de bostezar. Advirtió que lady Daventry, una noble viuda, estaba frente a él y convirtió su bostezo en una sonrisa.
– Buenas noches, señora.
Tomó su mano, se inclinó con suprema elegancia y besó la mano enguantada con un anticuado gesto de galantería.
A las damas de más edad siempre les gustaban aquellas demostraciones de cortesía y a menudo se quejaban de la falta de modales de las generaciones más jóvenes. Lady Daventry se sonrojó y farfulló:
– Emma, querida, deberías casarte con este joven antes de que me fugue yo con él.
Dev sonrió mecánicamente y dijo todo lo que se suponía debía decir en aquellas circunstancias. Emma fue arrastrándole de grupo en grupo. Dev sentía su mano sobre su brazo como una esposa de hierro a medida que avanzaban. Aquélla, se recordó a sí mismo, era una de las razones por las que le había propuesto matrimonio. Era bella, rica, tenía muy buenas relaciones y…
Y ya nada de eso parecía importarle en absoluto.
Dev se quedó petrificado allí donde estaban. Aquello, se recordó, era todo lo que siempre había querido: dinero, éxito y estatus. Y todavía continuaba deseando el dinero, la fama y todo lo que con ello podía conseguir, pero cuando Emma volvió a tirarle del brazo, tuvo la sensación de que el precio a pagar era exageradamente alto.
– ¡Dev! ¡Dev! -le susurró Emma al oído.
Al principio, Dev pensó que estaba urgiéndole a responder a alguna obligación social, pero después, comprendió horrorizado que Emma estaba aprovechando el breve momento de intimidad que le daba el estar detrás de una columna para estrecharse contra él y susurrarle al oído:
– Ven conmigo esta noche.
Dev sintió la humedad de su lengua en la boca en lo que asumió era un inocente intento de erotismo.
– Podemos vernos en el jardín -propuso Emma-. Te quiero -y sus palabras fueron acompañadas de un nuevo acercamiento de su cuerpo contra el suyo.
Le soltó en el momento en el que Freddie Walters se acercaba. Dio media vuelta y se alejó, no sin antes dirigirle a Dev la que pretendía ser una seductora sonrisa. Durante varios segundos, Dev fue incapaz de moverse. A menos que hubiera malinterpretado la situación, y no parecía que hubiera mucho lugar para malentendidos, su virginal prometida acababa de proponerle que la sedujera.
Esperaba notar algo. Una sensación de triunfo habría sido una buena respuesta. Había sido extremadamente paciente con Emma, la había tratado con el respeto que su condición de rica heredera exigía. Era cierto que aquel respeto se debía a que era consciente de que si seducía a Emma o si se fugaba con ella, sus padres la dejarían sin un solo penique y él terminaría casado con una niña mimada y sin dinero. Pero en aquel momento, Emma estaba intentando seducirle y Dev pensó que debería sucumbir elegantemente, ir después a ver a los padres de la joven y decirles que después de dos años de abstinencia, Emma y él se habían dejado arrastrar por el amor que sentían. Presionaría para que se celebrara pronto la boda y estaba convencido de que, a aquellas alturas y estando la reputación de Emma en juego, lord Brooke y su esposa tendrían en consideración su sugerencia.
Aquel plan perfecto solo tenía un inconveniente.
No quería llevarlo a cabo.
No deseaba a Emma en absoluto y ni siquiera estaba seguro de que pudiera seducirla en el caso de que se lo propusiera.
Rompió a sudar. Pensó en seducir a Emma. Lo pensó con todo lujo de detalles, tal como había recordado los momentos compartidos con Susanna. Pero en aquella ocasión, su cuerpo permaneció obstinadamente indiferente. Golpeó con la mano el pilar de mármol, en gesto de pura exasperación. Maldita fuera, se lamentó, se suponía que él era un libertino. Aquél era un regalo, la recompensa que había estado esperando. Debería estar listo y preparado para explotarlo, para saltar el jardín vallado y seducir a Emma en el cenador o contra cualquier árbol del jardín. Debería hacer el amor con ella hasta tenerla tan arrebatada por aquel placer sensual que le suplicara que se casara con ella. Debería estar ansioso por aquel encuentro. Al fin y al cabo, Emma era una mujer deliciosamente bella, además de deliciosamente rica.
Bajó la mirada. No parecía estar sucediendo nada en el interior de los pantalones. No estaba ansioso. Estaba moribundo.
Le asaltó una nueva oleada de inquietud. ¿Qué ocurriría si decidía aceptar la invitación de Emma y llegado el momento no podía cumplir? Jamás en su vida había tenido aquel problema. Solo en una o dos ocasiones, y porque estaba completamente bebido.
De modo que la conclusión era innegable. No deseaba a Emma. No la deseaba en absoluto. Lo que él quería…
Algo se movió de pronto en su línea de visión.
Era una mujer vestida con un traje dorado que moldeaba de tal manera su cuerpo que Dev deseó atraparla, desprenderla del vestido como si estuviera abriendo un regalo, hundir el rostro contra su piel desnuda e inhalar su esencia, enredar los dedos en sus sedosos rizos negros y perderse en ella una y otra vez hasta que ambos estuvieran completamente saciados.
Todos sus sentidos se tensaron. Tenía el cuerpo entero en alerta. Observó a Susanna, que se escabullía de la habitación para dirigirse a uno de los pasillos. El vestido dorado brillaba como una delicada telaraña.
No deseaba a Emma, su hermosa, rica e influyente prometida. Deseaba a Susanna, su bella y pérfida exesposa.
Evidentemente, tenía un serio problema.
Capítulo 8
Susanna estaba cansada. Ninguna de sus misiones le había causado nunca tantos problemas como lo estaba haciendo aquélla. Normalmente, disfrutaba del desafío, pero en aquel momento, le dolía la cabeza, le dolían los pies embutidos en aquellos adorables zapatos dorados y, curiosamente, parecía dolerle también el corazón. Las atenciones de Fitz comenzaban a ser más frecuentes y obvias. Susanna deseó que no fuera un libertino. Los libertinos eran más difíciles de controlar que otros hombres. Requerían más esfuerzos, había que tener más cuidado al manejar la situación y para mantenerlos a raya.