La intención de Fitz, Susanna lo sabía perfectamente, era conseguir llevarla a su lecho lo antes posible. El hecho de que fuera una conocida de sus padres no le detendría. Estaban participando ambos en el juego de la seducción, en una danza que él creía que terminaría en una satisfactoria aventura. Fitz era un hombre de deseos muy simples, había comprendido Susanna. Y en aquel momento la deseaba a ella. También era extremadamente caprichoso y mimado, estaba acostumbrado a conseguir todo lo que quería.
Pero a ella no la tendría.
Su intención era fascinar a Fitz y, simultáneamente, frustrarle. Su trabajo era parecido al de un malabarista de circo: mantener todas las pelotas en el aire y no dejar caer ninguna, como, desgraciadamente, había ocurrido el día anterior, cuando Devlin había conseguido distraerla. Susanna cerró los ojos y sofocó la irritación que aquel recuerdo despertaba. No podía permitir que Dev volviera a sacarla de sus casillas. Había tenido que trabajar muy duramente para recuperar el terreno perdido y conseguir la invitación de aquella noche.
No tenía ninguna intención de convertirse en la amante de Fitz. Lo último que le apetecía era tener a aquel hombre como amante y, en cualquier caso, aquélla era una cuestión de negocios, no de placer. Corría el peligro de perder la influencia que tenía sobre Fitz si éste saciaba su deseo. Podría, en ese caso, buscar de nuevo los virginales encantos de la señorita Francesca Devlin y entonces, ella lo perdería todo. Tenía que conseguir que Fitz quisiera casarse con ella. Su manera de funcionamiento habitual consistía en conseguir la petición matrimonial, aceptarla y, al cabo de un par de meses, confesar arrepentida que había actuado precipitadamente, que había cambiado de opinión y que todo había sido un error. Si su estrategia había tenido éxito en el pasado, no había ningún motivo para suponer que Fitz no iba a ser la próxima víctima de su cuidadosamente calculado engaño.
La única pega era Devlin. Susanna no quería admitir sus dudas, pero aquél era el caso más complicado que se le había presentado y, además, flirtear con otro hombre bajo la constante mirada de Dev estaba demostrando ser muy complicado. Suspiró y se llevó los dedos a las sienes, donde comenzaba a palpitarle la cabeza. A Dev no le vendría mal embotellar su antipático gesto de desaprobación y vendérselo a las carabinas. Ganaría una fortuna y no necesitaría venderse a una rica heredera.
Observó a Fitz desde su asiento. Se había desviado cuando iba a buscarle una limonada con hielo, que a esas alturas ya debía de estar caliente, para acercarse a saludar a unos amigos y conocidos del palco que tenían frente a ellos. Donde quiera que fuera, se convertía en el centro de atención de las damas. Revoloteaban a su alrededor como mariposas de colores brillantes deleitándose en el calor del sol. Fitz fue avanzando desde el palco por el pasillo en curva para regresar al lado de Susanna. Ésta vio en ese momento que era abordado por una más que conocida cortesana. En menos de lo que dura un parpadeo, Fitz se inclinó para susurrarle algo al oído, la mujer asintió y continuó avanzando entre el crujido de la seda. Susanna sonrió con cinismo. A lo mejor Fitz era más inteligente de lo que parecía. Se había dado cuenta de que no iba a compartir su lecho aquella noche y había hecho los arreglos pertinentes para satisfacer su deseo carnal.
– Veo que Fitz desdeña vuestros encantos a cambio de los de la señorita Kingston, lady Carew.
Era una voz irritantemente familiar. Susanna alzó la mirada. Dev estaba frente a ella, supremamente elegante con el chaleco blanco y dorado, el lino inmaculado de su camisa y unos diamantes tan brillantes que casi la deslumbraban. Susanna había oído decir que cuando Dev había llegado a Londres tras sus aventuras, llevaba pendientes de perlas. Al parecer, a las damas les encantaba. Aquel exceso inicial parecía haberse sofocado o, al menos, haberse transmutado en un mejor gusto, y más caro también. Pero continuaba conservando cierta tendencia a la ostentación, y sus ojos mantenían el brillo del antiguo pirata, del aventurero James Devlin, el hombre que había tomado tres barcos enemigos en un solo ataque, había ganado un tesoro en un juego de azar y, si los rumores eran ciertos, había seducido a la hija de un almirante contra la vela mayor del barco.
Vio el brillo burlón de su mirada. Devlin se sentó a su lado sin pedirle permiso.
– Quizá -continuó diciendo-, tus artes amatorias no sean tan sofisticadas como imaginas y Fitz ya se ha aburrido de ti -cambió de postura-. Si me permites darte un consejo, ayer en el carruaje me besaste como una inexperta…
– Ahórrate tus consejos para quien te los pida -le espetó Susanna.
Sabía que Devlin estaba intentando provocarla, y lo estaba consiguiendo sin esforzarse apenas. Al parecer, cualquier cosa que Dev le dijera atravesaba rápidamente sus defensas y se le clavaba directamente en el corazón. Devlin tenía una capacidad de herirla que a Susanna ni le gustaba ni comprendía.
Dev sonrió y se encogió de hombros.
– Muy bien. Cambiaremos de tema. Ser un cazafortunas puede llegar a ser terriblemente aburrido, ¿no es cierto? -estiró sus largas piernas y la miró de reojo con expresión divertida-. No parece que te estés divirtiendo mucho, pero no me sorprende. Me temo que Fitz no es el más agudo de los interlocutores. Su conversación carece de chispa.
– Estoy disfrutando enormemente de la velada -respondió Susanna cortante.
– Por supuesto que sí -Dev curvó los labios en una sonrisa-. Después de haber invertido tanto tiempo, energía y paciencia en despertar el interés de Fitz, de pronto -chasqueó los dedos-, él te abandona por una cortesana.
– No me importa -replicó Susanna, y estaba siendo completamente sincera.
Sintió la fría mirada de Dev escrutando su rostro y se preguntó qué vería en él.
– No -contestó Dev al cabo de unos segundos. Un ceño se insinuaba en su frente-. No parece que te preocupe. Qué extraño -dijo en tono pensativo-. Eso solo significa que Fitz te importa muy poco.
Susanna se encogió ligeramente de hombros. No iba a fingir por Fitz un afecto que no sentía. Dev descubriría su mentira. Parecía conocerla suficientemente bien como para comprender lo que realmente sentía.
– Cualquier mujer que confíe en la fidelidad de un hombre está condenada a sufrir una desilusión.
Dev la miró con los ojos brillantes y expresión impasible.
– Una filosofía bastante negativa de la vida -musitó.
– Y realista -replicó Susanna con cierta amargura, incapaz de contenerse.
– Siento que hayas tenido que llegar a esa conclusión. No sabía que tu marido fuera un mujeriego -se interrumpió-. ¿O te refieres a tus amantes?
– No pienso hablar de mis amantes -replicó Susanna.
Dev esbozó una mueca.
– Bueno, por lo menos eso es algo que a mí no puedes reprocharme -musitó-. No me diste la oportunidad de serte infiel. Escapaste demasiado rápido del lecho nupcial.
– No estoy hablando de nosotros, y prefiero que cambiemos de tema. ¿Os ha gustado la primera parte de la actuación, sir James? -preguntó, cambiando también de tratamiento y de tono.
– Oh la actuación ha sido insuperable -había cierta amargura en su voz-, pero no la he disfrutado particularmente -giró en la silla para mirarla directamente a los ojos-. ¿O te referías a la obra de teatro?
– Esta noche parecéis decidido a discutir conmigo.
– Sí -se mostró de acuerdo Dev-, supongo que sí -soltó una carcajada-. Considero que has fingido perfectamente tu entusiasmo cuando seguramente la obra te ha resultado aburrida.
– Eso no es cierto -protestó Susanna, un tanto dolida por su cinismo-. Adoro el teatro. Viendo una obra, uno puede escapar de la realidad y…