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– Por supuesto -dijo Devlin con impoluta cortesía-. Vuestro marido, aquél que os enseñó tan duras lecciones sobre la fidelidad. ¡Un hombre muy misterioso, por cierto! Debería intentar averiguar algo sobre él.

– Me temo que habéis llegado demasiado tarde, puesto que está muerto -replicó Susanna.

– Estoy seguro -replicó Dev, y Susanna sí detectó entonces una amenaza en su voz-, de que podré averiguar algo sobre él.

Susanna tomó aire. La situación era cada vez más peligrosa. Cuando había inventado la existencia de sir Edwin, no se le había ocurrido pensar que nadie pudiera tener algún interés en investigar su pasado. No había ningún motivo para que nadie quisiera hacerlo. Pero eso había sido antes de que Dev reapareciera en su vida con aquella mirada inquisidora y sus preguntas comprometidas.

– Por supuesto, yo misma podría hablaros de sir Edwin, pero no deseo estropearos la diversión. Supongo que disponéis de mucho tiempo, o estáis muy aburrido -alzó la mirada en el momento en el que Emma regresaba al palco del brazo de Freddie Walters. Emma le dirigió a Dev una mirada tan ardiente que, por un momento, Susanna temió que pudieran prenderse las butacas. Dev, que parecía supremamente incómodo, la descubrió mirándole y la fulminó con la mirada.

– Quizá deberíais dedicar vuestro tiempo a vuestra prometida -le sugirió Susanna-. Parece estar más que deseosa de vuestra compañía.

– Gracias, lady Carew, pero no necesito que me deis consejos sobre mi vida amorosa -le espetó Dev.

– Os suplico que me perdonéis -Susanna le dirigió una mirada glacial-. Puesto que habéis pasado tanto tiempo dándome consejos, he pensado que debería devolveros el favor. Al fin y al cabo, es un privilegio que me concedo en tanto que soy vuestra amiga.

Vio algo en los ojos de Dev que le hizo sentirse débil y ligeramente mareada.

– Pero nosotros no somos amigos. Podemos ser muchas cosas, pero no somos amigos en absoluto.

Se levantó, hizo una reverencia y se alejó de allí, dejando a Susanna temblando estremecida. No, Devlin y ella no eran amigos. No podían ser amigos. Tampoco eran unos antiguos amantes cuya pasión se hubiera apagado. Entre ellos continuaba ardiendo el deseo. Había algo tórrido, sombrío y furioso presto a estallar en cualquier momento. Y ella deseaba que lo hiciera, comprendió Susanna con una punzada de miedo. Fitz no despertaba nada en ella, salvo la más profunda indiferencia. Pero Devlin… Siempre había sentido en exceso por Devlin. Un exceso de amor y un exceso de culpabilidad.

Cuando se levantó el telón para dar paso al segundo acto, volvió a fijar su atención en el escenario e intentó concentrarse. No permitiría que Dev le hiciera perder la razón cuando había tantas cosas en juego. Cuando tenía tanto que perder.

Capítulo 9

Emma llevaba una eternidad esperando a Dev. A esas alturas, el rocío le empapaba los zapatos y sentía frío por dentro y por fuera. En realidad, era una noche calurosa, pero se respiraba en el aire la proximidad de la tormenta. Oyó el reloj de la iglesia de St.Michael marcando la una y media. Supo que Dev no iba a ir. No la deseaba.

Se sentó en un banco de piedra, al lado de un estanque ornamental, y fijó la mirada en sus oscuras profundidades. No sabía si sentirse aliviada o desilusionada. Ni siquiera estaba segura de por qué había intentado seducir a Dev. Estaba muy aburrida, suponía, y habría sido algo emocionante. Además, sentía curiosidad. Dev tenía fama de haber sido un mujeriego, pero durante los dos años que llevaban comprometidos, se había comportado con ella con la más tediosa propiedad. Le parecía muy injusto que Londres estuviera lleno de mujeres que habían disfrutado de las libertinas atenciones de Devlin mientras ella, su prometida, no tenía la menor idea de lo que era ser seducida por él. Y, seguramente, eso no estaba bien.

Al principio de su compromiso, todo le parecía mucho más emocionante. En aquel entonces, Dev era laureado como un héroe. Era un osado aventurero, famoso por su valor, por su ingenio y por sus múltiples encantos. Emma lo había visto, se le había antojado y lo había comprado con la promesa de su fortuna. Quería casarse inmediatamente con él, pero justo entonces, había muerto un aburrido pariente y la familia se había visto obligada a guardar luto. Después, había comenzado la temporada de caza y así había pasado todo un año, al que le había seguido otro y al final, Emma estaba comenzando a pensar que aquella boda jamás se celebraría.

De hecho, estaba comenzando a preguntarse si quería que se celebrara.

Sabía que sus padres se habían opuesto a aquel matrimonio desde el principio, y quizá tuvieran razón. Ella quería casarse con un aventurero, pero después del tiempo pasado, no podía desprenderse de la sensación de haber comprado una estafa. De modo que quizá fuera mejor que Devlin no estuviera allí. Había cambiado de idea sobre la seducción. Además, estaba segura de que también en ese aspecto le había sobrevalorado.

Se levantó y se dirigió al interior de la casa. El chal se le enganchó en la rama de uno de los arbustos del jardín y se detuvo para soltarlo, una maniobra difícil en la oscuridad. Mientras lo hacía, distinguió por el rabillo del ojo una sombra en la oscuridad. Oyó también una pisada sobre la grava. Giró bruscamente, desgarrando la delicada tela del chal y el corazón se le subió a la garganta.

Vio a un hombre en el camino de la entrada. Evidentemente, acababa de saltar la cerca que rodeaba el jardín y en aquel momento se estaba sacudiendo el polvo de las manos y alisándose la chaqueta. El corazón de Emma comenzó a latir a toda velocidad. De modo que, al final, Devlin había decidido acudir a la cita.

De pronto, Emma se sintió pequeña y asustada, como si acabara de liberar al genio de la lámpara y no fuera capaz de obligarle a volver a su interior. Le vio caminar hacia ella a grandes zancadas, sin prisa alguna, pero con firme determinación. Emma tragó saliva.

– He cambiado de opinión -graznó al verle acercarse.

Presionó las manos en la falda del vestido y se sintió temblar.

– ¿Sobre qué?

– Sobre la posibilidad de seducirte… -se le había secado completamente la garganta.

– Qué desilusión -respondió el hombre. Se encogió de hombros-. Pero, puesto que acabamos de conocernos, quizá sea preferible. Así podréis dedicar algún tiempo a conocerme antes…

Emma advirtió la diversión en su voz, y cuando el recién llegado avanzó hacia una zona iluminada por la luna, comprendió que había cometido un error. Aquel hombre no era Devlin, aunque en corpulencia y altura se pareciera mucho a él. Pero Dev era rubio, y aquel desconocido muy moreno. Tenía un porte confiado y arrogante que resultaba curiosamente atractivo. No era joven, tenía más años que Dev, pero le sonrió de una forma que la hizo desear devolverle la sonrisa. Era extraño. E inquietante.

– Os ruego que me disculpéis -dijo Emma precipitadamente, aunque en realidad, era él el que había entrado sin autorización en el jardín de sus padres-. Pensaba que erais mi prometido. Se suponía que debíamos encontrarnos aquí.

– ¿Para que pudierais seducirle?

El hombre le tomó la mano y Emma se descubrió sentándose a su lado en el banco de piedra. No estaba muy segura de cómo había llegado a aquella situación.

– Qué sinvergüenza -se lamentó el hombre-, dejaros aquí plantada. Y qué ingrato ha de ser para rechazar tamaño ofrecimiento -añadió con expresión pensativa, mientras contemplaba a Emma con admiración bajo la luz de la luna-. ¿Por qué queríais seducirle?

Emma se sonrojó.

– Estaba aburrida y pensé que podía ser divertido -le explicó-. ¡Llevamos dos años comprometidos y jamás me ha tocado siquiera! Y no sé por qué os estoy contando todo esto a vos -añadió enfadada-. ¿Quién sois?

El hombre hizo una reverencia burlona.

– Thomas Bradshaw, hijo ilegítimo del fallecido duque de Farne, enteramente a vuestro servicio, mi señora.