Выбрать главу

Emma se quedó sin habla. Jamás había conocido a un hijo ilegítimo. Los hijos ilegítimos no eran la clase de personas que su madre aprobaba. Sin embargo, Thomas Bradshaw parecía y hablaba como un caballero. Aunque también tenía un aspecto peligroso. Emma no podía explicar por qué, pero lo sabía. Lo sentía. Un escalofrío le recorrió la espalda.

– ¿Qué estáis haciendo en el jardín de mis padres? -preguntó.

Se sintió mejor, con un mayor control sobre la situación, cuando asumió el papel de dama aristocrática. Sin embargo, Bradshaw hizo añicos su confianza con el simple gesto de tomarle la mano nuevamente. Su contacto la dejó sin habla. El calor del guante de cuero sobre su mano desnuda era como una caricia.

– Estoy trabajando -contestó Bradshaw, como si eso lo explicara todo.

– ¿Trabajando?

Emma frunció el ceño. Nunca había conocido a nadie que trabajara para ganarse la vida. Devlin había trabajado en el pasado, aunque participar en una misión de la Marina no era un trabajo normal, además era algo completamente aceptable para un caballero.

– ¿Qué clase de trabajo? -le preguntó.

– Hacéis muchas preguntas -Bradshaw continuaba mostrándose divertido-. Yo… averiguo cosas sobre la gente. Y persigo a delincuentes…

Una respuesta emocionante. Lo suficiente al menos como para provocarle otro escalofrío, aunque solo fuera por el hecho de que el propio Thomas Bradshaw pudiera ser más peligroso que cualquier criminal.

– Dudo que podáis encontrar a ningún delincuente en nuestro jardín -respondió remilgada.

Le vio sonreír.

– Eso nunca se sabe -su mirada se tornó seria, intensa-. Vuestro prometido, quizá. Parece un estúpido, o algo peor. ¿Quién es?

Emma no fue capaz de reprimir una risa.

– Se llama sir James Devlin -contestó y vio que Bradshaw abría los ojos como platos.

– Vaya, pero si es un auténtico calavera.

– Eso es lo que me dice la gente -contestó Emma irritada-, pero yo no tengo ninguna prueba de ello.

– ¿Y pensabais que la tendríais pidiéndole que tomara vuestra virginidad?

Emma se sonrojó, e intensamente en aquella ocasión.

– ¡No me parece una pregunta muy adecuada!

– Quizá tampoco lo sea esta conversación -Bradshaw sonrió-. Ni tampoco el aburrimiento es una razón suficientemente buena como para seducir a un hombre. ¿Qué otra cosa os gustaría hacer para que vuestra vida resultara más emocionante?

En la mente de Emma comenzó a sucederse toda una procesión de imágenes. Eran muchas las cosas que quería hacer. Casi todas ellas prohibidas.

– Me gustaría ir a tomar algo a una cafetería -comenzó a decir-, y bailar en una taberna, no en un salón de baile, y jugarme grandes cantidades de dinero. Me gustaría que asaltaran mi carruaje unos salteadores de camino, y besar a un hombre que no sea un caballero…

Bradshaw la besó. Ella lo había pedido, había pronunciado aquellas palabras con toda deliberación, como una provocación, y en aquel momento no pudo menos que experimentar una intensa sensación de triunfo. La excitación la atravesó como un rayo, dejándola estremecida entre sus brazos. Fue un beso delicado, prometedor, pero que le negaba la plenitud que anhelaba. La dejó deseando mucho más. Cuando los labios de Bradshaw abandonaron los suyos, la frustración y el deseo la habían dejado sin aliento.

Bradshaw le apartó un mechón de pelo de la mejilla.

– Así que deseáis todas las cosas de las que pretenden protegeros -le dijo.

Le enmarcó el rostro con las manos y la atrajo hacia él. En aquella ocasión, el beso fue más demandante y cuando la soltó, Emma no fue capaz de contener un suspiro de anhelo.

Bradshaw deslizó una mano en la suya.

– Ven conmigo -como Emma no se movió, inclinó la cabeza y sonrió-. ¿Qué te detiene, Emma?

Emma, que todavía estaba temblando, tembló todavía más al oírle pronunciar su nombre de aquella manera. No se preguntó por qué lo sabía. Estaba demasiado arrebatada por sus sentimientos. Tenía la piel empapada en sudor, más ardiente que aquella calurosa noche, y el cuerpo tenso de anticipación y excitación. Aun así, vaciló. Aquello no estaba bien. Thomas Bradshaw era un desconocido y, por encima de su deseo, resonaba una pequeña voz, ¿la de su madre? ¿La de su institutriz quizá? ¿La de su carabina?, que le advertía de los peligros de permitir demasiadas licencias a un extraño. De hecho, a aquel desconocido le había permitido tomarse excesivas libertades.

– No puedo -contestó con un hilo de voz, y sintió que toda la excitación la abandonaba.

Bradshaw volvió a sonreír, le besó la palma de la mano y la soltó.

– Quizá la próxima vez.

Se levantó y se perdió entre las sombras tan rápidamente como había llegado. Emma se sintió como si estuviera despertando de un trance. Agarró el chal y se envolvió en él con manos temblorosas, intentando encontrar algún consuelo en sus ligerísimos pliegues. De pronto, se descubría asustada, aunque bajo su miedo, continuaba ardiendo una corriente de excitación.

«La próxima vez», había dicho. ¿Habría una próxima vez? No. O, al menos, quería creer que no la habría. Estremecida, corrió hacia la casa y, en la oscuridad de su lecho, soñó.

Dev llegaba tarde, muy tarde, y más que ligeramente bebido. El reloj marcó las dos cuando giró en Curzon Street. Las calles estaban vacías, solo vio a un hombre desapareciendo en una esquina, una sombra oscura recortada contra la negra noche. Con la escasa luz de la luna, Dev no pudo distinguir su rostro, pero tuvo la extraña impresión de que era alguien conocido, una persona a la que había visto anteriormente. Sintió también un cosquilleo de advertencia, una suerte de premonición alertando a sus sentidos de un inminente peligro. Pero el hombre desapareció en medio de aquella noche, silenciosa y cargada.

Dev posó la mano en el pestillo de la puerta del jardín. Nunca había llegado a casa de Emma por aquella calle. En realidad, no le apetecía acercarse por ninguna. Había pasado las últimas dos horas en el club, buscando el ardor de la pasión en el fondo de una botella de brandy. Lamentablemente, su deseo por Emma no era más intenso que a primera hora de la noche, lo que quería decir que era inexistente. Aun así, aquélla era la llave del futuro. Tenía que tomarla. Tenía que seducir a Emma y utilizar la seducción para presionar y casarse cuanto antes. Solo entonces podría asegurar su fortuna y su posición social.

Levantó el pestillo. La puerta se abrió y Dev se adentró en el jardín.

Nunca había estado en el jardín de la casa que los padres de Emma tenían en Londres. A la luz de la luna, pudo comprobar que era pequeño y estaba completamente cerrado por un muro de ladrillo. Los setos, pulcramente podados, salpicaban los caminos de grava. De las rosas emanaba una rica fragancia que flotaba en el aire húmedo de la noche. Había un pequeño cenador que parecía expresamente diseñado para la seducción. Al verlo, se le cayó el alma a los pies.

Emma estaba de pie, junto al estanque, donde una fuente en forma de querubín de piedra arrojaba un centelleante chorro a la luz de la luna. Emma estaba a varios metros de él, semioculta entre las sombras, y no se volvió cuando se acercó. Devlin vio entonces su vestido y el reflejo de plata que arrancaba de él la luz de la luna.

Se acercó a ella con dos grandes zancadas, la agarró del brazo con un fervor nacido de la desesperación, la estrechó en sus brazos y la besó.

En cuanto la tocó supo, con una oleada de inmenso alivio, que todo saldría bien. Emma emitió un gemido de sorpresa cuando se apoderó de sus labios, pero en cuestión de segundos, estaba derritiéndose contra él y se mostraba ardiente y dispuesta. La luz estalló entonces en la mente de Devlin, y con ella, el placer. Cerró los ojos, hundió las manos en su pelo, un pelo suave, sedoso, y la sostuvo contra él mientras asaltaba sus labios, enredaba su lengua con la suya, y ahondaba en el interior de su boca como si quisiera devorarla.