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Susanna le miraba con el ceño fruncido, confundida.

– No sé…

Devlin nunca la había visto tan insegura.

– ¿No sabes lo que estabas haciendo? -terminó por ella.

Era la excusa habitual en una mujer que se había dejado llevar y después quería fingir que todo había sido un error. Había oído aquella frase muchas veces, en labios de esposas y viudas que buscaban un poco de diversión, pero no lo querían admitir abiertamente.

– Yo puedo explicártelo. Estabas haciendo el amor conmigo.

Vio un fogonazo de irritación en sus ojos.

– Sí, ya me he dado cuenta -contestó cortante. Pero la hostilidad de su voz desapareció a la misma velocidad que había surgido-. No sé lo que ha pasado -parecía desconcertada-. Ni siquiera entiendo cómo ha pasado.

– Ha pasado porque queríamos que pasara -replicó Dev.

Jamás había comprendido la necesidad de fingir en cuestiones de sexo. Para él, el sexo siempre había sido un pasatiempo agradable, nada más. Sin embargo, aquella vez había sido algo diferente. Más profundo, más importante, de alguna manera. Pero era una tontería. La simple verdad era que llevaba deseando a Susanna durante toda la velada. De hecho, no había dejado de desearla desde que la había vuelto a ver. Y por fin la había tenido entre sus brazos.

Esperó a que Susanna negara sus palabras, pero ésta permaneció en silencio. Estaba intentando peinarse, un gesto sin sentido, puesto que a esas alturas, probablemente las horquillas estaban esparcidas por medio jardín. Su rostro permanecía oculto entre las sombras mientras alisaba la falda del vestido. Aquel movimiento solo sirvió para recordarle a Devlin lo que se ocultaba bajo aquella delicada tela: la lustrosa suavidad de su vientre y sus muslos, el calor de su cuerpo cuando se cerraba a su alrededor. Sintió que su miembro volvía a endurecerse. El único problema de romper dos años de celibato con una sesión de sexo tan asombrosa era que despertaba el deseo de repetir la experiencia una y otra vez.

Vio que Susanna le recorría con la mirada. Él ni siquiera se había detenido para desprenderse de la ropa. Llevaba la casaca abierta y la camisa desabrochada. El pañuelo había desaparecido en algún momento. Se había subido los pantalones, pero éstos apenas contenían su renovada erección. Se sentía de pronto tan inexperto e inmaduro como un joven que acabara de descubrir el sexo.

– Tú tampoco estás tan impecable como habitualmente -comentó Susanna, recuperando el tono frío y compuesto de su voz.

– Bueno, te ruego que me perdones. Estoy seguro de que si me dieras la oportunidad, podría hacer el amor contigo de forma tan delicada que no tendríamos por qué desordenar nuestras ropas.

Volvió a hacerse el silencio. Aquello era algo extraordinario. La mayoría de las mujeres con las que había estado querían hablar después del sexo. Sobre él, sobre sí mismas, sobre su inexistente relación en el futuro. Susanna, por el contrario, se dirigió sigilosa hacia la puerta del cenador y permaneció allí, mirando hacia al jardín y de espaldas a él. El viento silbaba entre las ramas del abedul y la luz de la luna pintaba su tronco de negro y plata.

– ¿Qué demonios estabas haciendo en mi jardín? -preguntó bruscamente, al cabo de unos minutos.

Era una pregunta tan absurda después de lo que acababa de pasar entre ellos que Dev estuvo a punto de soltar una carcajada.

– ¿Y qué demonios pretendías? -añadió Susanna-. ¿Qué buscabas comportándote así, como…?

Se le quebró la voz y Dev comprendió que, a pesar de su aparente calma, estaba todavía estremecida y profundamente afectada por lo que habían compartido.

– He invadido algo más que tu jardín -contestó Devlin, arrastrando las palabras-. Y, por cierto, ¿qué estabas haciendo tú respondiéndome de esa manera?

Susanna se volvió. Devlin vio la confesión en sus ojos y comprendió que tampoco ella tenía respuesta para aquella pregunta. No sabía por qué le había deseado, por qué había respondido tan apasionadamente o, sencillamente, por qué había hecho el amor con él. Y Devlin comprendió que aquello le preocupaba profundamente.

La parpadeante luz de la luna pareció acentuar su sonrojo.

– Yo pensaba… -se interrumpió.

– ¿Creías que era Fitz? -sugirió Dev.

– ¡No! -casi le espetó-. Sabía que eras tú -volvió a quebrársele la voz, mostrando su inseguridad.

– Has dicho mi nombre -señaló Dev esperanzado.

– Sí… -frunció el ceño-. Y yo no… No habría…

– ¿No habrías hecho el amor con Fitz? -Dev se sintió triunfal.

– Eso no es asunto tuyo.

Susanna recuperó la compostura, al menos exteriormente, porque el nerviosismo de sus pasos cuando se volvió y se alejó de él, reflejaba exactamente lo contrario. La falda del vestido se enganchó con una planta de romero situada al borde del camino, liberando la fragancia de aquella planta aromática al aire cálido de la noche. Era un olor dulce y penetrante.

Dev decidió seguir a Susanna por la mera razón de que era eso lo que le apetecía hacer.

Susanna se detuvo y se volvió hacia él. Parecía exasperada. Alzó la mano para detenerle con un gesto que traicionaba su nerviosismo.

– ¿Por qué no has contestado a mi pregunta? -insistió Susanna-. ¿Qué estabas haciendo en mi jardín?

– ¿Éste es tu jardín? -preguntó Dev.

No pudo evitar una carcajada. A Susanna pareció disgustarle aquella burla.

– De hecho, es el jardín del duque de Portsmouth. Alquilo esta casa durante el resto de la temporada.

– ¿Pero éste no es el número 25 de Curzon Street?

– Es el número veintiuno -le miró atentamente-. Creo que te ha fallado la brújula. ¿Buscabas la casa de lord Brooke?

Por alguna razón, Dev no quería admitirlo. Y no era solamente porque quería proteger la reputación de Emma. Pero Susanna ya lo había averiguado.

– Tenías una cita con lady Emma -dijo en un tono repentinamente apagado-. Ya entiendo. Bueno, por lo menos es tu prometida -una extraña sombra oscureció su voz-. No creo que la hubieras seducido.

– Entonces has pensado en esa posibilidad. ¿Estás celosa?

Susanna le dirigió una mirada de absoluto desprecio.

– Por supuesto que no.

– Después de lo que acaba de pasar, me resulta difícil creerte.

– Un caso de confusión de identidad -tomó una ramita de aligustre y jugueteó con ella entre sus dedos-. Pensabas que ibas a seducir a Emma y yo… -se interrumpió.

– En ningún momento lo he pensado. Sabía que eras tú.

Susanna le dirigió una dura mirada.

– ¿Entonces por qué lo has hecho, si era a Emma a la que pretendías seducir en un principio?

– Porque te deseo más que a ella -respondió Dev.

Vio que le miraba con los ojos entrecerrados.

– Eres mucho más inmoral de lo que imaginaba -le acusó Susanna con desprecio.

– Probablemente -respondió Dev-. Pero no estamos hablando de mí, estamos hablando de ti.

Apoyó la mano en la rama de un manzano, dejando a Susanna atrapada entre él y la tapia del jardín.

– A lo mejor tú te dedicas a hacer el amor por las noches con hombres desconocidos que invaden tu jardín -dijo suavemente.

– A lo mejor -respondió Susanna con expresión desafiante.

No intentó escapar a su cercanía, aunque Dev notaba su creciente tensión.

– Creo que deberías marcharte -añadió. Miró hacia la puerta del jardín-. Me aseguraré de que quede bien cerrada cuando salgas.