Frazer esbozó una mueca de disgusto.
– Vuestra meretriz debía estar muy por encima de esas prostitutas de Haymarket -comentó con acritud.
– No quiero hablar de ello -respondió Dev.
Le pilló por sorpresa aquella fiera y repentina necesidad de proteger a Susanna. Apartó las sábanas y se levantó.
– En cualquier caso, tened cuidado. Lady Emma posee setenta mil libras. Vale mucho más que un rápido revolcón con una prostituta.
– Eso no describe en absoluto mi experiencia de esta noche -le espetó Dev, que apenas podía contener su genio-. Y te sugiero que no vuelvas a mencionar el tema, Frazer.
Era la primera vez que le hablaba al mayordomo en ese tono y advirtió que éste arqueaba las cejas antes de que asomara a sus labios algo parecido a una sonrisa.
– Muy bien, señor -contestó el valet. Había un tono de aprobación en su voz-. Hay un caballero que quiere veros. Responde al nombre de Hammond -continuó diciendo-. No le hubiera despertado si no hubiera sido por esta visita. Me ha dicho que anoche fue a consultarle por cierto asunto.
Dev se quedó paralizado. Había olvidado por completo que la noche anterior se había citado en un café con Hammond, el más insigne detective londinense, para encargarle un trabajo. Le había pedido que averiguara todo lo que pudiera sobre su Susanna y su marido, el fallecido sir Edwin. Hammond le había mirado con recelo y un evidente cinismo y le había dicho que le informaría al día siguiente de lo que había averiguado.
– ¿Habéis cambiado de opinión? -preguntó Frazer al advertir que vacilaba-. Puedo pedirle que se marche.
– No -respondió Dev lentamente.
Era consciente de lo contradictorio de sus sentimientos. Por un lado, quería saber la verdad, pero por otro, sentía una más que obvia reluctancia. Era posible que no le gustara lo que Hammond tenía que decirle. Muy probablemente, no le iba a gustar. Volvió a experimentar aquel sentimiento de protección hacia Susanna, pero lo descartó rápidamente y sacudió la cabeza con impaciencia. Había hecho el amor con ella de una forma salvaje y desinhibida, pero eso no significaba que hubiera dejado de considerarla una aventurera. Y, desde luego, tampoco significaba que la quisiera. Pero aun así, no podía borrar la imagen de Susanna dormida entre sus brazos, con la melena esparcida sobre su pecho y la cabeza apoyada en su hombro. Con su cuerpo dulce y dócil contra el suyo, absolutamente vulnerable en el sueño.
Con un suspiro, alargó la mano hacia la camisa y se puso la chaqueta mientras Frazer chasqueaba la lengua con desaprobación ante su falta de cuidado. Se dirigió después al salón. Los últimos rayos del sol de la tarde caían como barras de oro sobre el suelo. Había dormido hasta muy tarde.
– Sir James -Hammond se levantó y le estrechó la mano.
Llevaba con él el olor de las tabernas, el olor del humo y la cerveza. Parecía impregnar su piel. Pero sus ojos astutos brillaban con inteligencia.
– Un caso curioso el que me habéis asignado -hablaba como un hombre que acabara de completar un rompecabezas particularmente complicado y divertido.
– No esperaba que tuvierais tan pronto una respuesta.
Hammond mostró sus dientes con un gesto que podría haber pasado por una sonrisa.
– Me enorgullezco de ser rápido y eficiente en mi trabajo, señor. Además, ya había estado haciendo algunas indagaciones sobre la viuda.
Dev le miró con un repentino desasosiego.
– ¿Por qué? -preguntó rápidamente.
Hammond esbozó entonces otra de sus sonrisas ladeadas.
– Cuando aparece una mujer tan bella, misteriosa y rica como lady Carew en la ciudad, digamos que despierta mi… natural curiosidad. Ya tenía a un hombre trabajando en ella. Por si acaso.
Dev esbozó una mueca. Aunque él mismo le hubiera pedido a Hammond información sobre sir Edwin Carew, le molestaba que hubiera otros indagando en los secretos de Susanna. De alguna manera, aquello volvió a alimentar su necesidad de protegerla, lo cual era absolutamente ridículo, puesto que, seguramente, Susanna era tan vulnerable como una tigresa.
Le indicó a Hammond que tomara asiento y esperó, consciente de la extraña combinación de expectación e inquietud que le invadía.
– Caroline Carew -dijo Hammond con deliberada lentitud-, no es exactamente una viuda.
Por un momento, Dev se quedó sin habla.
– ¿Sir Edwin Carew continúa vivo? -preguntó por fin.
Hammond sonrió.
– En absoluto, señor. Edwin Carew nunca ha existido.
Dev frunció el ceño. Evidentemente, Hammond no era tan buen detective como presumía.
– Por supuesto que existe. He conocido a personas que dicen conocerlo. Los duques de Alton… -se interrumpió de nuevo.
Hammond le miraba con evidente diversión.
– Es una estafa, señor -respondió el detective-. No es la primera vez que lo veo. Alguien dice conocer a sir Edwin y antes de que uno pueda darse cuenta de lo que está pasando, ya hay quien dice recordar un encuentro con él, o haber hablado de Astronomía con él, o haber compartido con sir Edwin un whisky en una posada de Edimburgo. Hay quien es capaz incluso de proporcionar una descripción física sobre ese hombre inexistente.
Dev se hundió en su asiento. Solo había un motivo por el que Susanna podía haber inventado la existencia de Edwin Carew: la necesidad de ocultar su verdadero pasado. Le había dicho que había dejado Balvenie por Edimburgo para buscar un marido rico. Se suponía que sir Edwin era ese marido. Pero sir Edwin no existía. De modo que podía haberlo inventado para preparar el cebo de la viuda rica con intención de dar caza a un marqués. ¿Averiguaría el marqués, cuando ya fuera demasiado tarde, que en realidad lo que había capturado no era más que una aventurera sin un solo penique? Sonrió con cinismo. Susanna siempre había sido muy inteligente. Había puesto una venda en los ojos de todo el mundo. Pero él había encontrado el hilo del que comenzar a tirar para deshacerla. Si era suficientemente astuto, encontraría la manera de persuadir a Susanna para que dejara de perseguir a Fitz antes de que fuera demasiado tarde para Chessie. Era poco probable, teniendo en cuenta los secretos que ella conocía de él, pero si había alguna forma de interponerse en su camino, la encontraría.
– ¿Estáis absolutamente seguro de lo que decís?
Hammond pareció ofenderse.
– Soy el mejor, señor.
– Muy bien, gracias.
Hammond asintió y se levantó.
– No puedo permitirme el lujo de financiaros para que sigáis investigando, señor Hammond, pero si siguierais a cargo del caso, ¿qué haríais a continuación?
Hammond soltó una carcajada.
– ¿Me estáis pidiendo un consejo gratuito?
– Sí, supongo que sí.
– Averiguaría todo sobre la dama, señor -respondió Hammond-. Para empezar, me temo que Caroline Carew no es su verdadero nombre.
– En eso puedo ahorraros el trabajo. Efectivamente, no es su nombre.
Hammond volvió a reír.
– Caramba, señor, no parece que necesitéis un detective.
– Quiero saber qué ha estado haciendo lady Carew desde la última vez que nos vimos.
– En ese caso, preguntádselo directamente. Imagino que podríais encontrar la forma de persuadirla para que os lo cuente -le miró directamente a los ojos-. No hay como un ladrón para atrapar a otro, ¿verdad, sir James?
Dev sonrió a su pesar.
– ¿Estáis insinuando que soy un sinvergüenza, señor Hammond?
– No más que lady Carew es una aventurera, sir James -fue la respuesta del detective. Alzó su baqueteado sombrero a modo de despedida-. Solo un diamante corta el diamante, según dicen.
– Sí, eso dicen -confirmó Dev suavemente, y cerró la puerta tras el detective.