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– Ah… -Dev parecía arrepentido.

Le tomó la mano y posó delicadamente los dedos sobre el pulso que latía en su muñeca.

– Estoy seguro de que cualquier caballero accedería a vuestros deseos, lady Carew. Pero ya sabéis que no soy tal -esbozó una sonrisa radiante, devastadora-. De modo que, lamentablemente lo único que puedo decir es que si, en algún momento deseáis someterme a vuestros deseos, me pongo por completo a vuestras órdenes.

A Susanna se le aceleró el pulso al pensar hasta dónde le habían llevado aquellos deseos. Dev lo notó. Susanna vio que se intensificaba el brillo de sus ojos.

– Susanna -Dev bajó la voz, convirtiéndola en poco más que un susurro en sus oídos-, sé que no te arrepientes de lo que ocurrió. Lo sé.

Susanna alzó la mirada para encontrarse con sus ojos y no la apartó. Esperaba encontrar desafío en su expresión. Y, sin embargo, descubrió en ella una sinceridad y una ternura que hizo que el corazón le diera un vuelco.

– Yo…

Vaciló cuando estaba a punto de confesar la verdad. Sentía la tentación de reconocer sinceramente sus sentimientos, pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Dev estaba muy cerca de ella. Sus labios estaban a solo unos centímetros de los suyos. La fragancia de su piel impregnada en colonia de sándalo embriagaba sus sentidos. Sentía el calor de su mano sobre la suya. Su contacto, su proximidad, hicieron crecer en ella el anhelo. Se olvidó de todo: del baile, de las multitudes, incluso de su intención de atrapar a Fitz.

En aquel momento no había nada, salvo Devlin observándola con aquella desconcertante delicadeza.

Susanna bajó la mirada hacia sus dedos entrelazados.

– Susanna, contéstame -había urgencia en la voz de Dev-. Puedes confiar en mí, te lo juro -tomó aire y se acercó todavía más hacia ella-. Sé que tienes alguna clase de problemas -añadió rápidamente y en voz muy baja-. Si necesitas ayuda, dímelo. Te prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte.

El corazón de Susanna comenzó a latir a toda velocidad. Pensó en sus deudas, en el miedo a fallar a Rory y a Rose, en el anónimo que había recibido, en aquella complicada red de mentiras que parecía a punto de escapar a su control. Sintió la mano de Dev, cálida, tranquilizadora, recordó la intimidad que habían compartido. Y se sintió tan sola en aquel momento que estuvo a punto de echarse a llorar.

– Confía en mí -repitió Dev.

Susanna le miró a los ojos y, por una décima de segundo, vio en ellos un brillo calculador que borraba toda la sinceridad a sus palabras.

La ilusión se desvaneció.

«Puedes confiar en mí…»

La verdad era que Dev le había tendido una trampa para que se sincerara y había estado a punto de caer en ella. La había seducido, había explotado sin piedad la atracción que sentía hacia él y después había utilizado su debilidad en contra de ella. No le importaba lo más mínimo lo que pudiera ocurrirle. Por supuesto, estaba segura de que había encontrado el placer entre sus brazos. Pero era lo único que pretendía Dev, mientras que ella había sentido una cercanía emocional que la asustaba. Dev no albergaba ningún sentimiento hacia ella. Y Susanna se había vuelto tan vulnerable que había estado a punto de confesarle todos sus secretos. Se estremeció al pensar en lo cerca que había estado de contarle toda la verdad.

– ¿Confiar en ti? Antes confiaría en una serpiente.

Dev esbozó una sonrisa tan arrogante que a Susanna le entraron ganas de clavarle el delicado tacón de su zapato de baile en el pie.

– Merecía la pena intentarlo -dijo Dev.

– Eres un bastardo -le reprochó Susanna con sentimiento.

Sentía el corazón frío y herido.

Dev respondió con una carcajada.

– Puedo ser muchas cosas, pero ésa precisamente, no. Al menos por lo que yo sé -la miró de reojo-. Has estado a punto de caer. Admítelo.

– No quiero hablar contigo.

Dev se llevó su mano a los labios.

– ¿Quieres acostarte conmigo, pero no quieres hablarme?

– Tampoco quiero acostarme contigo -replicó Susanna-. Lo que pasó el otro día fue un error, Devlin. Olvídalo -esbozó una tentadora sonrisa con la que pretendía ocultar el frío dolor que crecía en su interior-. ¿O no eres capaz de hacerlo? ¿No eres capaz de olvidarme?

Se miraron a los ojos con enfado. Susanna quería alejarse de allí, pero, al mismo tiempo, algo la retenía a su lado. La pasión titilaba entre ellos como una llama ardiente, fiera e innegable.

– Por lo menos no necesitas preocuparte de olvidar a sir Edwin Carew, puesto que nunca existió. Además, puedes inventarte cuanto quieras sobre él.

Susanna se sintió palidecer. Por un instante, el suelo comenzó a moverse bajo sus pies. Dev tuvo que agarrarla para evitar que cayera.

– Parece que es cierto -comentó Dev con sombría satisfacción y los ojos fijos en su rostro-. Sir Edwin es una pura invención.

Durante un largo y aterrador segundo, la mente de Susanna se pobló de un amasijo de aprensión y dudas. Escrutó el rostro de Dev, intentando averiguar qué sabía exactamente, pero su expresión era indescifrable.

Sabía que no iba a recibir ayuda por su parte. De hecho, debía estar esperando cualquier tropiezo para aprovecharse de ella, para obligarla a revelar todos sus secretos, como había intentado hacer minutos antes. Si un método fallaba, emplearía otro. Y su única defensa sería mantenerse firme ante él y negar las evidencias.

Enderezó la espalda y le miró directamente a los ojos.

– Muy bien -dijo, restándole importancia-. Inventé a sir Edwin. Era una manera de… adornar mi pasado.

Dev la agarró del brazo y la empujó tras una columna, alejándola de las miradas de los curiosos.

– ¿Un adorno para qué? ¿Para darte respetabilidad? -preguntó con dureza-. ¿Para hacer parecer respetable a una viuda rica cuando no lo es en absoluto?

– Precisamente -respondió Susanna con frialdad.

Era mentira, otra mentira, pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar que Dev se acercara a la verdad y descubriera que la habían contratado los duques de Alton. Todo su futuro dependía de preservar esa fachada. Prefería, con mucho, que Dev la creyera una aventurera sin principios.

– Ya sabes cómo son estas cosas, Devlin -continuó diciendo-. Una cazafortunas tiene que fingir tener dinero, aunque apenas tenga para mantener las apariencias.

Dev fijó la mirada en los diamantes que adornaban su cuello.

– Esos diamantes son reales. Alguien tiene que haberlos pagado.

Maravilloso. Así que la consideraba una prostituta que recorría las calles de Edimburgo en busca de clientes, o quizá una meretriz, una cortesana. Susanna se encogió mentalmente de hombros. Si quería mantener en secreto el nombre de sus pagadores, no podía negarlo.

– Sí, claro que los ha pagado alguien -contestó con cansancio. Advirtió la desilusión en la mirada de Dev-. ¿Cómo te has enterado de lo de sir Edwin? -añadió.

– Haciendo preguntas -contestó Dev vagamente. Susanna comprendió que no iba a decírselo-. Muchos dicen conocerle, pero al parecer, tienen tanta imaginación como tú.

Susanna se encogió de hombros y le miró a los ojos.

– ¿Qué piensas hacer con esa información?

– ¿Qué te gustaría que hiciera? -preguntó Dev divertido.

Maldito fuera. Susanna le lanzó mentalmente toda una ristra de maldiciones. Dev sabía que no podía permitir que le causara problemas con Fitz. No podía permitir siquiera que insinuara a sus conocidos que ella no era la viuda rica que fingía ser. Sabía que eso daría lugar a todo tipo de preguntas embarazosas. Y lo único que podía hacer para impedírselo era amenazar con destrozarle sus planes de futuro.

Susanna sonrió.

– Solo te pido que pienses en tu propia situación antes de cambiar la mía -le advirtió con dulzura.

Vio que Dev apretaba los labios.