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Si no fuera por el ligero inconveniente de que todavía estaba casado con ella.

Debería haberle dicho que continuaban casados. Debería habérselo dicho mucho tiempo atrás.

La conciencia de Susanna, a menudo impertinente, era una desventaja para una aventurera, y en aquel instante, comenzó a aguijonearla. Sin embargo, aquél no era el momento más oportuno para darle a Devlin la noticia, estando su prometida sonriéndole con aquel aire posesivo y un brillo de inconfundible advertencia en la mirada.

Susanna tragó saliva. Su intención había sido conseguir la nulidad del matrimonio el primer año de la separación. Le había prometido a Devlin que lo haría. Después, había descubierto que estaba embarazada y de pronto, tanto el anillo como el contrato matrimonial se habían convertido en lo único que podía salvarla de la ruina. Sola, repudiada por su familia y casi en la indigencia, se había aferrado a la única posibilidad de continuar siendo considerada mínimamente respetable. Tiempo después, cuando había recordado su promesa y había vuelto a pensar en anular su matrimonio, había descubierto que las anulaciones, al igual que otras muchas cosas en la vida, eran prodigiosamente caras y mucho más difíciles de obtener de lo que había imaginado. Para entonces se había gastado ya hasta el último penique que había ganado intentando sobrevivir en las calles de Edimburgo. No tenía dinero para pagar abogados. A veces, apenas tenía lo suficiente para comer.

El recuerdo de aquellos días oscuros invadió el pensamiento de Susanna y sintió el pánico y el miedo aferrándose a su garganta. Tenía las manos empapadas en sudor que ocultaban aquellos elegantes guantes de encaje. Sentía el calor de las velas, la temperatura sofocante del salón. Todo el mundo la miraba. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad, apartó los recuerdos y sonrió a Emma Brooke.

– Os felicito por vuestro compromiso, lady Emma -le dijo-, aunque debería felicitar sobre todo a sir James por el suyo.

Se produjo una ligera pausa, mientras Emma intentaba averiguar si aquello había sido un cumplido. Tras decidir que sí, sonrió radiante. Susanna vio a Dev curvando los labios en algo parecido a una sonrisa.

– Efectivamente, me considero el más afortunado de los hombres -respondió con naturalidad-. Y, lady Carew -añadió con un brillo de oscura diversión en las profundidades de unos ojos ensombrecidos por el enfado-, parece que también a vos debo felicitaros, puesto que la última vez que nos vimos, si mal no recuerdo, ni erais una dama ni os llamabais Caroline Carew.

Su tono era cortés, pero sus palabras no podían serlo menos. Se produjo un ligero revuelo en el grupo. Susanna vio cómo se aguzaba la expresión especuladora en los ojos de las mujeres, y advirtió un interés de otro tipo en los de los hombres. No era extraño. Dev acababa de insinuar que era, como poco, una aventurera y, poniéndose en lo peor, una prostituta disfrazada de dama.

Fue un momento de vértigo. Susanna sabía que tenía que tomar una decisión, y rápido. Podía fingir que Devlin la había confundido con otra mujer. O podía enfrentarse a él. Era arriesgado responder que no lo conocía porque probablemente, Dev lo consideraría un desafío. Él era de esa clase de hombres. Pero era igualmente peligroso presentarle batalla porque no estaba segura de que pudiera ganarla. En cualquier caso, ya era demasiado tarde para fingir indiferencia. Todo el mundo estaba pendiente de su respuesta a la calculada insinuación de Dev.

– Me halaga que digáis conocerme -respondió con ligereza-. Yo me había olvidado por completo de vos.

Dev profundizó su sonrisa ante aquella respuesta. Le dirigió a Susanna una mirada que la abrasó.

– Oh, pues yo lo recuerdo todo sobre vos, lady… Carew.

– Me temo que nunca me habéis conocido, sir James -replicó Susanna.

Se sostenían la mirada como en un cruce de espadas. Susanna sentía el vello de punta. Sabía que ya era demasiado tarde como para retroceder.

– Yo, al contrario que vos, recuerdo, por ejemplo, la última vez que nos vimos.

Había un brillo travieso en su mirada. Estaba disfrutando acosándola de aquella manera. Susanna lo vio y sintió crecer la furia en su interior.

Miró entonces a Emma. Al ver su mohín enfadado, la furia desapareció. Aquella actuación solo tenía como objetivo castigarla por sus pecados del pasado y hacerle pasar un mal rato. No tenía intención de revelar la verdad. Le haría tanto daño a él mismo como a ella. Emma no parecía una prometida dócil y sumisa. Y Emma seguramente tenía todo el control sobre el dinero, puesto que Dev nunca había tenido un penique.

Susanna desvió la mirada hacia el lujoso chaleco bordado en blanco y oro de Dev, reparando también en la inmaculada cualidad del lino de su camisa y en el valioso diamante del alfiler de la corbata. Miró a Emma otra vez. Vio que Dev la seguía con la mirada. Sabía que comprendía perfectamente lo que estaba pensando.

Al final, sonrió.

– Bueno -dijo-, estoy segura de que no seréis tan grosero como para aburrir a todo el mundo con los detalles, sir James. No hay nada tan tedioso para los demás como dos viejos conocidos hablando de los viejos tiempos.

– ¿Os conocisteis en Irlanda?

Evidentemente, Emma ya estaba harta de aquella conversación. Se interpuso entre ellos y los miró alternativamente con unos celos mal disimulados. Pronunció el nombre de Irlanda como si estuviera hablando del fin del mundo, de un lugar que cualquiera debería abandonar.

– Nos conocimos en Escocia -aclaró Susanna-. Fue durante un verano en el que sir James fue a visitar a lord Grant, su primo. Eso fue hace mucho tiempo.

– Pero ahora tenemos la feliz oportunidad de retomar nuestra amistad -la expresión de los ojos de Dev contrastaba con la suavidad de su tono-. Deberíais concederme este baile, para que así podamos hablar del pasado sin aburrir a nuestros amigos.

Con una sola frase había echado por tierra todas sus posibilidades de escapar. Susanna apretó mentalmente los dientes. Reconocía aquella determinación en él. Era la misma firmeza que le caracterizaba a los dieciocho años. Había visto algo que quería e iba a conseguirlo. Se estremeció.

– No tengo ganas de volver sobre el pasado -replicó-. Me temo que ya tengo comprometido el siguiente baile, sir James. Si me perdonáis.

Giró intencionadamente hacia Fitz, permitiendo que le rozara la muñeca con los dedos en un gesto casi imperceptible que, sin embargo, consiguió comunicar la insinuación de una promesa. Era tal el tumulto de sentimientos que se había desatado en su interior al ver a Devlin que casi se había olvidado de Fitz. Se había permitido distraerse, algo en absoluto aconsejable teniendo en cuenta que el servicio que le estaba prestando a los padres de Fitz era lo único que evitaba que se viera en las calles.

– Gracias por presentarme a vuestros amigos, milord. Espero que volvamos a vernos pronto.

Le dirigió al grupo una sonrisa. La respuesta de Chessie fue un frío asentimiento de cabeza. Emma no se dio por aludida. Fitz, inmune a la tensión del ambiente, le besó la mano con una galantería que hizo fruncir el ceño a Dev. Chessie se volvió como si no soportara ver a Fitz prestando tales atenciones a otra mujer.

Susanna comenzó a caminar rápidamente hacia la puerta del salón de baile. Una vez conseguido escapar de la cercanía de Dev, el corazón comenzó a latirle con fuerza contra las costillas, como reacción a la tensión vivida. Le faltaba la respiración y temblaba de pies a cabeza. Necesitaba tranquilizarse. Necesitaba pensar, intentar desenmarañar el enredo de confusión y mentiras en el que de pronto se había visto atrapada.

– ¿Puedo pediros un baile más adelante, lady Carew?

Freddie Walters le estaba bloqueando el paso. Su mirada insolente, con la que parecía estar midiéndola como a un caballo, y su forma de posar la mano en su brazo eran excesivamente familiares. Su tono insinuaba que sabía todo lo que debía saber sobre ella. Que era una viuda de cuestionable moral que probablemente no pusiera reparos a una aventura amorosa. Su flagrante falta de respeto le produjo náuseas.