– Gracias, señor Walters, pero he decidido volver a casa. Me duele la cabeza.
– Es una pena -musitó Walters-. ¿Podría quizá haceros una visita?
– Estás acentuando el dolor de cabeza de la dama, Walters.
Era la voz de Dev, fría y con un filo de acero. Susanna vio que Walters abría los ojos como platos y se escabullía raudo ante un duro gesto de Dev. Éste esperó a que no pudiera oírlos para fijar la mirada en el rostro de Susanna. Ella también habría querido huir, pero tenía el sombrío presentimiento de que Dev la agarraría si intentaba escapar en aquel momento. No parecían importarle mucho las convenciones de un salón de baile, puesto que la abordó en medio de la pista.
– Gracias por tu ayuda -le dijo fríamente-, pero era del todo innecesaria. Puedo cuidar de mí misma.
Dev sonrió.
– Soy plenamente consciente de ello.
La recorrió con una mirada dura e inquisidora, muy diferente a la mirada calculadoramente sexual de Walters. Era una mirada más meditada y concienzuda, e infinitamente más inquietante.
– No pretendo rescatarte de nadie -añadió Dev con falsa delicadeza-. Te quiero para mí solo.
La elección de sus palabras y su mirada hicieron estremecerse a Susanna. Dev acababa de sustituir la débil amenaza que Walters representaba por algo mucho más peligroso: él mismo. Estaba enfrentándose a ella delante de todos los invitados de los duques de Alton. Era una actitud audaz.
– No tengo nada que decir.
Susanna mantenía la voz firme. Había dispuesto de nueve años para aprender a protegerse. Aunque nunca le había resultado tan difícil intentar levantar sus defensas como en aquel momento, cuando tenía que protegerse de aquel hombre y de su perspicaz y contundente mirada.
Dev se echó a reír.
– Te considero capaz de cosas mejores, Susanna. ¿Qué demonios está pasando aquí?
– No sé a qué te refieres -replicó Susanna.
El pulso le latía a toda velocidad. Miró a su alrededor, pero no encontraba ningún posible refugio. Comenzó a caminar lentamente a un lado de la pista de baile. Dev la agarró del brazo, adaptando su larga zancada a los pasos más cortos de Susanna. Cualquiera que los estuviera observando pensaría que estaban haciendo lo que cualquier otra de las parejas de baile. Caminando por la pista y charlando con la superficial indiferencia de dos conocidos. Excepto que no había nada de superficial en la caricia de la mano de Dev.
– Por lo menos me debes una explicación -le exigió Dev-. Una disculpa, incluso -su tono era sarcástico-, si no es mucho pedir.
Por un instante, Susanna distinguió un sentimiento fiero en su mirada. Una pareja que pasaba a su lado los miró con curiosidad. Era obvio que habían captado el tono de las palabras de Dev y habían advertido la tensión que se respiraba en el ambiente.
Susanna abrió el abanico para ocultar su expresión.
– Eso fue hace mucho tiempo -intentó imprimir a sus palabras frialdad y desdén, y consiguió exactamente el tono deseado-. Sí, te dejé, pero estoy segura de que has conseguido recuperarte de esa pérdida -se interrumpió y sonrió-. No me digas que te rompí el corazón.
Le estaba provocando intencionadamente y esperaba que Dev contestara que no había significado nada para él. Sin embargo, vio que el calor y el enfado de sus ojos se intensificaban.
– Dos años después regresé a buscarte.
A Susanna estuvo a punto de caérsele el abanico. Dos años. No lo sabía. Sintió una mezcla de amargura y arrepentimiento. Pero no habría supuesto ninguna diferencia. Habría sido demasiado tarde. Había sido demasiado tarde desde el momento en el que había escapado de su lado. Lo comprendía en aquel momento, con la perspectiva proporcionada por el tiempo. Podía reconocer los errores que había cometido y comprender el sinsentido de arrepentirse de ellos casi una década después.
– Solo quería asegurarme de que habías anulado nuestro matrimonio -Dev le dirigió una mirada de frío desprecio-. Pero cuando pregunté a tus tíos, me dijeron que habías muerto -añadió entre dientes-. Una exageración, al parecer.
La sorpresa de Susanna fue tal que estuvo a punto de desmayarse. Durante un largo y terrible momento, el salón comenzó a girar ante sus ojos. La música y las voces se alejaron, todo parecía borrarse a su alrededor. Alargó la mano y comprendió, con agradecido alivio, que habían llegado a una esquina oculta del salón de baile. Estaban al lado de unas enormes puertas en forma de arco que se abrían a la terraza. Sintió el frío cristal contra sus dedos y una ráfaga de aire frío que penetraba en la sofocante habitación.
Elevó los ojos hacia el rostro de Dev. La expresión de éste era dura; había convertido su boca en una línea tensa. Era visible la furia primaria que le invadía.
– ¿Te dijeron que había muerto? -susurró.
Era cierto que sus tíos la habían repudiado al enterarse de que estaba embarazada y no quería renunciar a su hijo. La habían repudiado, desheredado y echado de casa. Le habían dicho que para ellos estaba muerta. Y, evidentemente, eso era lo que le habían dicho a todos los demás.
El frío crepitaba en su corazón. La insensible crueldad de su familia había estado a punto de destrozarla nueve años atrás. En ese momento, sentía que su maldad volvía a atacarla. Creía que no podían volver a hacerle daño, pero se equivocaba.
Dev continuaba hablando.
– ¿Era necesario llegar tan lejos? -decía con amargo enfado-. Yo no estaba buscando una reconciliación.
Se interrumpió. Susanna sabía que estaba esperando una respuesta, pero por un momento fue incapaz de articular palabra. Eran muchas las cosas que tenía que asimilar, y a una velocidad vertiginosa. Tenía que digerir el hecho de que Dev hubiera ido a buscarla, de que su familia le hubiera mentido. Algo que le dolía mucho más de lo que jamás habría imaginado.
– Yo…
Sentía una fuerte presión en el pecho. Intentó respirar. Sabía que debía detener aquello cuanto antes. No quería que Dev fuera consciente de que no sabía las mentiras que le había contado su familia. Dev se estaba acercando demasiado a la verdad. Un descuido por su parte y estaría perdida. Si sospechaba siquiera la verdad, tendría muchas preguntas que hacerle. Preguntas sobre el pasado, sobre lo que le había sucedido y, lo más peligroso, preguntas sobre su vida y sobre los motivos que la habían llevado a Londres. No podía contarle nada al respecto. Tenía que protegerse a sí misma y proteger su secreto costara lo que costara. Si no, lo perdería todo. De pronto, se alegró inmensamente de no haberle contado que su matrimonio no había sido anulado. Aquello podría resultarle muy útil en el caso de que necesitara defenderse contra él.
Susanna se enderezó y recuperó la calma. Tomó aire y buscó las palabras adecuadas para conseguir que Dev se alejara de ella. Pero Dev se le adelantó. Lo hizo con una voz ronca y cargada de sentimiento; de un sentimiento que, a pesar de los nueve años pasados, le llegaron a lo más profundo del alma y le hicieron sentir con una intensidad que no había experimentado desde hacía años.
– Por todos los diablos, Susanna -estalló-, eras mi esposa, no una prostituta con la que me hubiera dado un revolcón. ¿No crees que me debías algo más? ¡Escapaste de mi lado y después le pediste a tu familia que me mintiera! ¿Por qué hiciste una cosa así?
Había tal pasión y honestidad en sus palabras que Susanna se odió a sí misma por lo que estaba a punto de hacer, por lo que tenía que hacer para protegerse.
– Les pedí que te mintieran porque quería asegurarme de que me desharía para siempre de ti -respondió en tono ligero y despreocupado.
Las palabras no parecían querer salir de sus labios, pero se obligó a pronunciarlas. Sabía que aquello tenía que terminar cuanto antes y quería que Dev llegara a odiarla tanto que no volviera a hacerle preguntas nunca más. No había otra manera de actuar.