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– ¡Espera! Quería pasar contigo toda la noche.

– No lo has dicho -le espetó Susanna-. La próxima vez que quieras chantajear a alguien, deberías ser más específico -llegó al final de las escaleras-. Ya has conseguido lo que querías.

Era consciente de que estaba rodeada de un público tan numeroso como curioso, pero estaba tan enfadada que no era capaz de controlar las palabras que salían de sus labios.

– Ya me has tenido. Ahora me voy.

Algunos parroquianos comenzaron a gritar y a abuchearla.

– ¡Parece que vas a necesitar más práctica, amigo! -gritó alguien desde el fondo de la taberna.

Dev le fulminó con la mirada y agarró a Susanna del brazo.

– Susanna, espera…

– No.

Susanna ya había llegado al límite. Se odiaba a sí misma, odiaba todas las mentiras y los engaños que la habían llevado hasta allí. Y tenía tanto miedo que habría gritado de terror. Sintió en los ojos el escozor de las lágrimas.

– Será mejor que cumplas tu promesa, Devlin.

Devlin la soltó y se cruzó de brazos.

– ¿Y si no lo hago?

Aquélla fue la gota que colmó el vaso. Susanna, presa de cólera, agarró una jarra de cerveza y se la lanzó. Dev se agachó y esquivó el golpe. Tenía unos reflejos excelentes.

– ¡Lo has prometido! -jamás en su vida había estado tan enfadada y tan fuera de control. Era espantoso, pero, al mismo tiempo, extrañamente liberador-. ¡Eres un sinvergüenza!

– No confíes nunca en un hombre que no está pensando precisamente con la cabeza, cariño -le aconsejó compasiva una de las taberneras. Le tendió otra jarra de cerveza-. ¿Necesitas otra?

– Buen consejo -dijo Dev, sonriendo a la joven.

Susanna tomó la cerveza y bebió un largo sorbo. El alcohol le subió rápidamente a la cabeza, infundiéndole una agradable sensación de euforia. La taberna parecía mecerse a su alrededor. Tomó aire. Tenía la sensación de que estaba a punto de cometer un error monumental, pero ya era demasiado tarde. La habían presionado en exceso y durante demasiado tiempo. Ya no podía detenerse. No quería detenerse.

– Tendrás que cumplir tu palabra, Devlin -le advirtió-. Porque si no, le contaré a todo el mundo que estamos casados, que llevamos nueve años casados, y entonces, el escándalo será tal que no solo te arrastrará a ti, sino también a Chessie y a Emma. Ninguno de los tres os recuperaréis nunca. Ésa sería vuestra ruina.

Dev miró a Susanna. Clavó la mirada en sus ojos, que eran una mezcla de desafío y terror, y supo, sin ninguna sombra de duda, que estaba diciendo la verdad.

La taberna estalló en un tumultuoso debate.

– Ahora sí que tienes un problema, amigo -opinó un hombre, sacudiendo la cabeza.

– Sí, eso parece -respondió Dev sombrío.

– Jamás habría pensado que fuera tu esposa -añadió el hombre.

– Tampoco yo -le dijo Dev, más sombrío todavía.

Tomó la mano de Susanna y advirtió que estaba temblando. De hecho, estaba también pálida, horrorizada. Comprendió entonces que no pretendía decirlo. Que había sido una desesperación extrema la que la había obligado a pronunciar aquellas palabras.

– En ese caso, tendrás que venir conmigo -le ordenó, y vio el miedo reflejado en su mirada-. Creo que me debes una explicación, y esta vez no lo harás delante de ningún público.

La arrastró hasta la puerta de la taberna. Estuvo a punto de olvidarse de pagar, pero, en el último momento, buscó unas monedas en el bolsillo y las dejó en la barra. Afuera, en la calle, tomó aire varias veces. Era una noche fría, con un viento cortante. Dev lo agradeció. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Primero había sido el enfado por la humillación a la que se había sometido Susanna para comprar su silencio. Él pensaba, no, él esperaba que tuviera una respuesta más digna. Después, aquel encuentro maravilloso había borrado el enfado y la frustración y los había sustituido por la más dulce sensación de rectitud que había sentido en su vida. Pero después… Apenas podía creerlo. Aunque sabía, en lo más profundo de sus entrañas y con una profunda sensación de estupor, que aquella vez Susanna no mentía.

– Pretendía conseguir la anulación… -comenzó a decir Susanna.

Dev se volvió hacia ella. Estaba furioso, más allá de la razón, y tenía que ejercer un control absoluto para controlarse.

– Vete al infierno, Susanna. ¡Uno no se olvida de una cosa así! Podría olvidarme de asistir al baile, ¡pero jamás me olvidaría de solicitar la anulación de mi matrimonio!

Susanna se detuvo, liberó su mano, alzó la barbilla con gesto desafiante y se enfrentó a él.

– ¿Nunca te has preguntado por qué no tuviste que firmar ningún documento? ¿Pensabas que el proceso de anulación había seguido su proceso y tú no habías tenido que hacer nada?

Dev se sintió inmediatamente culpable, porque era precisamente eso lo que había pensado. Al igual que en muchos otros aspectos de su vida, se había comportado de forma precipitada e irresponsable. Había intentado alejar los recuerdos de aquella única noche de matrimonio, la había arrancado de su mente y de su vida, ignorando el tremendo error que había sido. Y en aquel momento estaba enfrentándose a las consecuencias de su despreocupación.

– ¡No intentes culparme! -estaba tan furioso, tan frustrado, que le entraban ganas de sacudirla. Una vez más, tuvo que dominar su enfado-. ¡Me escribiste diciendo que habías solicitado la anulación!

Susanna respondió con un gesto de desesperación.

– ¡Pretendía hacerlo…! -se le quebró la voz.

Dev vio el pánico en su mirada y sintió una repentina e inesperada punzada de remordimiento. Susanna parecía necesitar protección, más que reproches. Susanna que siempre había sido tan fuerte y se había mostrado tan orgullosa de sus hazañas.

– Conseguir la anulación matrimonial era más difícil de lo que en un principio pensaba -hizo un patético intento de mantener la dignidad cerrándose la capa y sosteniéndola con fuerza alrededor de su cuello. Pero tenía los hombros hundidos-. Era un proceso complicado, no podía asumir los gastos y… -se encogió de hombros con un gesto de impotencia.

– ¿Qué no podías asumir los gastos? -Dev alargó la mano y acarició el rico terciopelo de su capa-. ¿Y qué me dices de todo el dinero que has ganado traicionando la confianza de los demás y rompiendo corazones? ¿No podrías haber reservado una parte para deshacerte definitivamente de mí?

No esperó la respuesta. Avanzó un par de pasos, se mesó los cabellos y se volvió furioso.

– ¡Que el diablo lo entienda! A estas alturas podría estar casado. ¡Podría ser bígamo! Eso es lo que me enfada.

– Sí -contestó Susanna, todavía vacilante-. Pero no lo estás.

– No, y gracias a ti.

Dev volvió a pasarse la mano por el pelo. Estaba frustrado, furioso, pero también desconcertado. Había algo allí que no terminaba de encajar. Era el miedo y el dolor que veía en los ojos de Susanna. Y algunas lagunas en su relato. Tenía pocos motivos para ganarse su compasión después de haberle tratado como lo había hecho, pero, aun así, había datos suficientes como para sembrar dudas. Como el hecho de que estuviera tan desesperada por comprar su silencio, tan necesitada de dinero y, al mismo tiempo, tan avergonzada y ansiosa. Todo ello indicaba que allí había muchas más cosas que quizá no quisiera saber.

– Antes me has contado que estuviste trabajando en una tienda de ropa en Edimburgo. Que intentaste conseguir un marido rico, pero no tuviste éxito.

– Así es.

Dev notó que la tensión de Susanna disminuía. Parecía aliviada. Se preguntó por qué. ¿No estaría formulando la pregunta adecuada? Algo le escondía, de eso estaba seguro.

– Así que eras pobre.

– Muy pobre.

– Y no podías asumir los gastos de una anulación matrimonial.

– Exacto.

Parecía de pronto cansada, derrotada. El enfado y el resentimiento de Dev volvieron a enfrentarse contra su rostro pálido y tenso. No sabía por qué la compadecía. No entendía por qué quería protegerla. Pero sus sentimientos eran innegables aunque no tuvieran ningún sentido. Susanna había demostrado ser una mujer materialista y sin principios.