– Gracias -parecía asombrada.
Le besó con los labios entreabiertos. La mente de Devlin se quebró en mil pedazos y Dev se olvidó de todo. Olvidó casi hasta su nombre en el placer carnal que lo invadió. Susanna se apartó de él, le tomó la mano y se volvió hacia las escaleras. Pero Dev tiró de ella y la condujo hacia el salón. Era de noche, pero la luz de la luna se filtraba por las cortinas y bañaba el suelo de la estancia.
– Esta vez, déjame desnudarte como es debido. Acércate a la luz de la luna.
Susanna volvió a experimentar un fuerte impacto que no fue capaz de ocultar. Sabía que jamás había jugado a algo tan peligroso. Vaciló un instante. Devlin pensó que iba a negarse, pero, al cabo de unos segundos, Susanna dio un paso hacia el círculo de luz que proyectaba la luna y permaneció temblorosa y completamente inmóvil bajo sus manos mientras él la desnudaba lentamente. Alzó los brazos con la elegancia de una bailarina para permitirle un mejor acceso a botones y corchetes; el movimiento fue tan erótico que Devlin estuvo a punto de gemir en voz alta.
Alzó la mano para arrancarle el lazo que sujetaba su melena y la dejó caer en toda su azul negrura bajo la luz de la luna. Hundió los dedos en aquella masa sedosa y la besó como un hombre hambriento, hasta sentirla temblar entre sus brazos.
La levantó entonces en brazos y la acercó a la ventana. Susanna soltó una exclamación ahogada al sentir el frío de los cristales contra su espalda desnuda. Devlin la instó a abrir las piernas, hundió la mano entre sus muslos y buscó su sexo. El calor contrarrestó inmediatamente el frío del vidrio. Susanna se retorcía bajo sus caricias.
– La ventana… -musitó Susanna aturdida.
– Tu jardín no da a la calle -le recordó Devlin.
Volvió a besarla, posó los labios en el hueco de su cuello y descendió hasta su pecho. La besó hasta que la sintió tensarse y la oyó gemir contra sus labios. Susanna echaba la cabeza hacia atrás y su melena era como una cascada negra contra la oscuridad del cristal. Arqueaba la parte superior de su cuerpo hacia él en una súplica muda, tensando las piernas a su alrededor. La pasión le empujaba a tomarla, pero la dominó, y esperó hasta sentirla tan tensa que parecía a punto de quebrarse entre sus brazos. Solo entonces se desató los pantalones y se hundió dentro de ella. El alivio y el placer fueron intensos. Susanna gritó, candente y sedosa a su alrededor. Era como un animal salvaje entre sus brazos, una criatura hecha de fuego y pasión, tan dulce que deseó devorarla.
Devlin la hizo descender entonces hasta el diván, para poder deslizarse dentro de ella una vez más y sentir las contracciones de su orgasmo reverberando en todo su cuerpo. Intentando alargar aquel placer, comenzó a deslizarse con movimientos lentos en su interior, hasta sentirla acelerarse de nuevo. Susanna enmarcó su rostro con las manos para besarle. La espiral de placer fue ascendiendo hasta que Devlin se vació dentro de ella y Susanna se arqueó contra él, gritando de placer.
Tras aquel apasionado encuentro, Devlin la subió al dormitorio y no dejó de abrazarla hasta verla dormida. Él, por su parte, descubrió que no quería dormir. Lo único que deseaba era contemplar a Susanna. Recordaba el día de su matrimonio. La velocidad con la que había llevado a Susanna a la posada, ansioso, en su juvenil pasión, por hacer el amor con ella. Esperaba haber tenido la suficiente delicadeza como para hacer las cosas bien, pero sospechaba que no. Durante un breve instante, se preguntó si la habría asustado, si sería ésa la razón por la que no había vuelto a hacer nunca el amor con otro hombre. Se sintió culpable. A los dieciocho años, se consideraba a sí mismo todo un hombre, pero la verdad era que todavía tenía muchas cosas que aprender.
Susanna se movió ligeramente y posó la mano sobre su pecho. Devlin sintió entonces una oleada de ternura que le pilló completamente desprevenido. En aquel instante, era un hombre vulnerable. Y no le gustaba aquella sensación. Aun así, alargó la mano y enredó uno de los rizos de Susanna en su dedo.
Susanna abrió los ojos y sonrió. La ternura volvió a golpearle entonces con la fuerza de un puñetazo. Devlin se inclinó y la besó, deseando alejar aquella debilidad, esperando que fuera sustituida por la pasión y todo volviera a ser como antes. Pero aquella vez, aunque volvió a hacer el amor con ella con un deseo casi violento, el sentimiento que le acechaba a cada momento en lo que él pretendía que fuera un acto puramente físico, se había convertido en mucho más. Cada caricia, cada palabra susurrada, parecía encerrarlo en aquella dulce intimidad a la que no podía escapar. Y al final, con una fiereza y una sutileza combinadas en el más asombroso placer del que nunca había gozado, supo que había perdido la batalla.
Capítulo 16
Susanna se despertó en brazos de Devlin. Tenía la cabeza apoyada en su hombro y Dev le pasaba el brazo por el vientre en un gesto de natural posesión. Susanna se sentía complacida, satisfecha y, por un breve instante, su mente también pareció poblada de dulzura al recordar las palabras cariñosas que Devlin le había susurrado la noche anterior.
Devlin no se movió cuando ella se apartó para ir a buscar la bata. Había sido una imprudencia tomar lo que Devlin le había ofrecido en vez de pedirle que se marchara. Pero consciente de que no tenía futuro alguno con él, sabiendo que en aquella ocasión sería efectiva la anulación de su matrimonio, necesitaba construir recuerdos para guardarlos en su corazón. Sabía que perdería a Devlin otra vez y le bastaba pensar en ello para que escapara toda su felicidad, como el agua filtrándose a través de los dedos. Se había permitido sentir en exceso. Se había vuelto a enamorar. Era lo último que quería. Se consideraba más madura, más sabia, suficientemente prudente y cínica como para no volver a caer. Pero se había equivocado. La combinación de aquel espíritu salvaje y los fuertes principios que la habían hecho enamorarse de él años atrás continuaban allí y había vuelto a ser víctima del amor con la misma insensatez de los diecisiete años.
Llamaron a la puerta. Margery asomó la cabeza, y no pareció sorprenderse al ver a Dev en la cama.
– Siento molestaros -susurró-, pero acaba de llegar una visita urgente -señaló hacia Dev-. Dice que es la hermana de sir James, y parece estar destrozada.
– ¿Chessie? -preguntó Susanna sobresaltada.
– Sí, la señorita Francesca Devlin -confirmó Margery.
– Despertaré a sir James.
Susanna alargó la mano con intención de despertarle mientras se preguntaba cómo demonios habría sabio Chessie que Dev estaba con ella.
Margery la interrumpió.
– Perdón, milady, pero es a vos a quien la señorita Devlin desea ver. Lo especificó muy claramente.
Susanna frunció el ceño. No podía comprender por qué querría verla Chessie con tanta urgencia y estando tan destrozada, a menos que pretendiera pedirle que renunciara a Fitz. El corazón se le encogió de tristeza al pensar que Chessie podía querer tanto a Fitz como para renunciar a su orgullo e ir a suplicar a su rival.
Susanna abandonó la cama.
– No despiertes a sir James. Me vestiré en la habitación azul. Gracias, Margery.
Cuando bajó minutos después, vio a Chessie sentada en una de las sillas de caoba del vestíbulo, con la espalda erguida por la tensión. En cuanto oyó los pasos de Susanna, se volvió hacia ella. Susanna contuvo la respiración al ver su rostro. Estaba demacrada, con los ojos enrojecidos por el llanto. Tenía el aspecto de una mujer desesperada, había perdido de golpe toda su juventud y su vivacidad.