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– Chessie -repitió cuando su hermana por fin enmudeció en un agotado silencio. La abrazó-. Escúchame, soy tu hermano y siempre te querré.

Susanna se mordió el labio ante la cruda emoción que reflejaba su voz. Oyó que Chessie sollozaba.

– Voy a ir a buscar a Fitz. Tendrá que responder por esto.

El miedo se cerró como un puño alrededor del corazón de Susanna.

– Devlin…

Pero Dev le dirigió una mirada fiera.

– No intentes detenerme, Susanna. En cualquier caso, sabías que la verdad llegaría a saberse en algún momento.

– No me refería a eso… -comenzó a decir Susanna.

Chessie se aferró a los brazos de su hermano.

– ¡Dev, no! -estaba asustada-. ¡No puedes retar a Fitz!

Dev se liberó de las manos de su hermana con una fría calma que aterrorizó a Susanna por la delicadeza y la determinación que reflejaba.

– Chessie, no puedo pasar esto por alto.

– Tienes que hacerlo -lloró Chessie-. Si retas a Fitz, nunca se casará conmigo.

Susanna miró a Dev por encima de la cabeza de su hermana. Vio en sus ojos compasión y tristeza al comprender que su hermana continuaba esperando, contra toda esperanza, que Fitz cambiara de opinión, se casara con ella y aquella historia tuviera un final feliz. Pero ambos sabían que no era posible. No podía serlo. Fitz ya había rechazado a Chessie. No tenía nada que ofrecerle.

– Susanna, ¿te importaría quedarte a cargo de Chessie? Volveré en cuanto pueda.

– Sí, por supuesto. Pero Devlin… -se interrumpió cuando Dev la miró a los ojos.

Era tal la furia protectora y el amor que brillaban en sus ojos que se acobardó. Así respondía Devlin cuando herían a alguien a quien amaba. Jamás vería un sentimiento parecido dirigido hacia ella, pero ser testigo de lo que sentía por su hermana, le hizo sentirse vacía, desolada.

La puerta se cerró de golpe tras él.

– Le matará, ¿verdad? -preguntó Chessie con voz queda.

– O le mata él, o Fitz matará a Devlin.

Susanna confirmó sus temores. No tenía sentido fingir que la situación no era peligrosa.

– No hay forma de detenerle -susurró Chessie.

Se reclinó de nuevo en el sofá, convertida en un despojo de tristeza.

Susanna la miró. Pensó en Chessie, enfrentándose al escándalo y a la ruina. Pensó en la ignonimia que la acechaba, en la pérdida de su reputación, de su futuro, de la tranquilidad y de la intimidad, de su propia vida. Pensó en una joven embarazada y sola, dando a luz al hijo de un matrimonio fallido. La situación de Chessie era distinta. A ella no la repudiaría su familia, pero aun así, se enfrentaba a un futuro devastador.

Sabía lo que tenía que hacer.

Se arrodilló junto a la butaca en la que Chessie estaba sentada.

– ¿Estás segura de que quieres casarte con Fitz? Piensa en ello, porque… -se interrumpió al ver la luz de la esperanza en los ojos de Chessie.

– ¿Podríais convencerle? -susurró. Pero la luz de sus ojos murió-. No, es imposible. Nadie puede convencerle de que se case conmigo.

– Yo puedo -Susanna se levantó-. Y si eso es lo que quieres, estoy dispuesta a hacerlo.

Susanna oyó sus voces en cuanto entró en la casa de los duques de Alton. El mayordomo contemplaba la escena nervioso y asustado y cuando vio a Susanna, pareció más temeroso incluso. A Susanna no le extrañó. Si los sirvientes habían oído la conversación entre Fitz y Dev, seguramente, pensaban que la prometida de Fitz no podía llegar en peor momento.

– Los duques están todavía durmiendo, señora -comenzó a decir el mayordomo.

– Afortunadamente. Aunque dudo que sean capaces de continuar durmiendo con tanto alboroto. No te molestes en anunciarme, Hopperton. Entraré directamente.

Abrió la puerta del desayunador y se detuvo. Podía ver a Fitz, con los restos del desayuno ante él y un periódico abandonado al lado del plato. Se había levantado y parecía desdeñoso y aburrido.

– Por supuesto que no tengo nada que ver con eso, Devlin -pronunciaba con énfasis cada una de aquellas palabras que acompañaba de una cadencia aristócrata-. Estás completamente frustrado, ¿verdad? -Susanna podía oír el desprecio que rezumaban sus palabras-. Tu hermana y tú os pegasteis a mis faldones y a la prometedora fortuna de Emma y si ahora los dos os abandonamos, no sois nada. Así que márchate y deja de molestarme con conversaciones absurdas sobre el honor, los duelos y todas esas tonterías. La prostituta de tu hermana tendrá que cuidarse sola. Era muy dulce…-comentó con aire pensativo, mientras seleccionaba un melocotón del frutero y le daba un mordisco-, pero no lo suficientemente buena como para inducirme a un matrimonio.

En aquel momento, Dev se levantó de su asiento y le golpeó, limpiamente, con un rigor casi científico. El golpe hizo volar a Fitz, que no se detuvo hasta chocar con uno de los pilares de mármol de la habitación.

– Levántate -le ordenó Dev entre dientes, amenazándole con los puños-. Tendrás que responder ante mí por la deshonra que le has infligido a mi hermana. Exijo la satisfacción…

– ¡No! -Susanna corrió hasta él y le sujetó del brazo-. Así no, Devlin.

Dev se volvió. Su mirada estaba tan ciega de furia, había tanta violencia en sus ojos, que Susanna ni siquiera estaba segura de que le hubiera oído. Le agarró con fuerza.

– Ésta no es la forma de ayudar a Chessie -le aclaró precipitadamente-. Se organizará un escándalo si alguno de vosotros muere.

Miró a Fitz, que se estaba limpiando el zumo de la cara y, tambaleándose, fue a apoyarse en el respaldo de una de aquellas butacas de madera de palo de rosa.

– La muerte de Fitz no representaría una gran pérdida, pero a Chessie no le serviría de nada.

– Es un sinvergüenza -replicó Dev con fiereza-. Chessie se merece algo mucho mejor, pero lo más trágico de todo esto es que solo puedo salvarla mediante un matrimonio, y si no puedo obligar a Fitz a casarse con ella, entonces tendré que matarle.

Susanna advirtió que se le quebraba la voz y, junto a la furia, vio una devastación inmensa en sus ojos. Recordó entonces las palabras de Chessie.

«Haría cualquier cosa por mí», había dicho Chessie. Y en aquel momento, cuando su hermana estaba a punto de perderlo todo, no tenía manera de ayudarla. Susanna comprendía hasta qué punto se odiaba por ello. Para un hombre de honor, un hombre que había antepuesto su familia a todo lo demás, era algo intolerable. Sintió entonces que el suelo se movía bajo sus pies, al comprender, en ese preciso instante, hasta qué punto le amaba.

– No, no puedes obligar a Fitz a casarse con Chessie, Devlin. Pero yo sí.

Se volvió hacia Fitz.

– Fitzwilliam Alton, eres un canalla y un sinvergüenza.

– No, ahora no, cariño -le pidió Fitz, frotándose la mandíbula-. Todo esto ha sido un malentendido. Ocurrió antes de que nos conociéramos. Esa joven se arrojó a mis brazos. Bueno, ya la conoces. Es una mujerzuela…

Susanna advirtió que Dev hacía un movimiento reflejo y le agarró antes de que pudiera darle otro puñetazo a Fitz.

– Fitz -le dijo con dureza-, no me estás escuchando. Ahora tendrás que casarte con la señorita Devlin. Y vas a hacerlo de buenas maneras. De modo que no quiero que vuelvas a decir una sola palabra en contra de ella.

Fue consciente de que sus palabras atravesaban a Dev con la fuerza de un rayo, pero tuvo la fuerza suficiente de voluntad como para continuar concentrada en Fitz y no decir una sola palabra.

– Así que vas a conseguir un permiso especial y la semana que viene te casarás con la señorita Devlin.

– No sabes lo que estás diciendo, cariño -farfulló Fitz-. ¿Casarme con la señorita Devlin? Pero si voy a casarme contigo…

– Ya no -respondió Susanna-. Y, la verdad sea dicha, no íbamos a casarnos. Pensaba abandonarte dentro de unas semanas -Fitz la miró boquiabierto-. Tus padres me pagaron para que intentara distraerte. Tenían miedo de que tomaras demasiado cariño a la señorita Devlin y terminaras proponiéndole matrimonio. Poco sabían ellos -endureció la voz-, que ya la habías seducido y eras suficientemente canalla como para arruinar su reputación y abandonarla.