Se interrumpió, pero Dev continuaba en silencio, y Susanna pensó que era una manera de darle la razón.
– Regresé a casa de mis tíos y te escribí para decirte que todo había sido un terrible error. Te supliqué que no vinieras tras de mí y te dije que conseguiría la anulación de nuestro matrimonio. Después, intenté comportarme como si nada hubiera pasado. Pero…
Volvió a interrumpirse y en aquella ocasión, Dev terminó la frase por ella.
– Pero estabas embarazada -dijo con voz dura.
Susanna se estremeció. El frío volvió a envolver su corazón.
– Sí -susurró-. Fui una ingenua por no haber pensado siquiera en ello.
– Tenías diecisiete años -contestó Dev con la misma dureza-. Eras inocente. ¿Cómo no ibas a ser ingenua? -le apretaba las manos con tanta fuerza que le dolía-. Debería haber pensado… pero yo era tan ingenuo como tú. Y no estuve a tu lado para protegerte.
Con una punzada de dolor, Susanna comprendió que, lejos de culparla, se estaba culpando a sí mismo. Aquella reacción encendió una cálida emoción en su pecho y volvió a llenarle los ojos de lágrimas.
– No creo que tengas nada que reprocharte, Devlin. Fui yo la que te abandoné.
– No vamos a discutir ahora por eso -replicó Dev y, por primera vez, apareció un indicio de sonrisa en su mirada que iluminó la débil llama que había prendido en el interior de Susanna-. ¿Qué ocurrió cuando tus tíos se enteraron de la verdad?
Huyó de nuevo el calor y Susanna volvió a sentirse enferma y aterida.
– No me di cuenta de lo que ocurría hasta cuatro meses después -contestó-. En aquella época era una jovencita ciega y asustada. Tenía tanto miedo que me negaba a admitir lo que me ocurría. Después… Bueno, supongo que puedes imaginártelo. Mis tíos se quedaron estupefactos. Ni siquiera sabían que me había casado. De hecho, estaban planeando casarme con el reverendo del pueblo. Mi embarazo acabó con sus planes.
– Supongo que eso supuso un gran inconveniente para ellos -respondió Dev con voz dura-. ¿No pensaron en ningún momento en ti? ¿En cómo te sentías?
– La verdad es que no -admitió Susanna.
Sus tíos eran personas muy severas, cumplidores de su deber y preocupados siempre por las apariencias. Su conducta les había horrorizado.
– ¿Te echaron de casa? -preguntó Dev. Parecía no dar crédito-. Yo creía que eran buenas personas. Un poco estrechos de mente, quizá, pero no crueles.
Susanna negó con la cabeza.
– Eran dos personas muy convencionales. No olvides que se habían quedado conmigo porque mi madre no podía mantenerme. Me habían dado una vida mejor que la que esperaba, por eso consideraron mi fuga como un acto de rebeldía y desagradecimiento después de todo lo que habían hecho por mí. Pero nunca supe que te habían dicho que había muerto. Me parece algo terriblemente cruel -volvieron a llenársele los ojos de lágrimas-. Querían que me marchara después de dar a luz a mi hija. Después, tendría que renunciar a ella. No volvería a verla nunca más.
Su voz sonaba rota, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Las lágrimas le constreñían la garganta.
– ¿Era una niña?
Dev se movió incómodo, le soltó las manos, se levantó y se alejó ligeramente de ella.
Susanna se sintió perdida sin el consuelo de aquel contacto. Sabía que aquél era el momento que tanto había temido. Devlin no sería capaz de volver a sentir compasión por ella cuando supiera que había sido su imprudencia la que había provocado la muerte de su hija. Su desolación sería tan profunda como la suya. Y ella era la única culpable.
– Se llamaba Maura.
Podía sentir el frío filtrándose por su piel, haciéndole estremecerse. La oscuridad acechaba en los rincones de su mente, amenazando con apagar toda luz.
– Un nombre muy bonito -Dev no sonrió.
– Murió -dijo Susanna precipitadamente. Las palabras salían de sus labios desgarradas y confusas-. No quería renunciar a ella. Dijeran lo que dijeran… No podía. Entonces me echaron de casa. Yo no sabía qué hacer. Estaba embarazada y sola.
Dev no pronunciaba palabra. Estaba muy pálido y con la boca convertida en una dura línea, como si sufriera un profundo dolor.
– Intenté localizarte. Fui a Leith, al fuerte, pero me dijeron que te habías embarcado hacia Portsmouth -se interrumpió para tomar aire.
¿Qué podía importarle a Dev que hubiera ido a buscarle tanto tiempo después y solo porque no tenía ningún otro lugar a donde ir? Pero la realidad había sido muy distinta. Ella continuaba queriéndole desesperadamente. Le necesitaba. Llevando al hijo de Dev en su interior había sentido el amor y la admiración florecer dentro de ella, más fuertes que el miedo y que cualquier otro sentimiento. Había encontrado la fe que le había faltado cuando había huido de su lado al día siguiente de su matrimonio. Pero aquellos sentimientos habían despertado demasiado tarde.
– Fui a Porstmouth, pero ya era tarde. Demasiado tarde.
– Me asignaron un barco en cuanto llegué. Salí a navegar esa misma semana.
Susanna asintió.
– Sí, eso fue lo que me dijeron.
– ¿Les dijiste que eras mi esposa? -preguntó Dev.
– Devlin, estaba embarazada de seis meses, sucia y en la miseria -esbozó una mueca-. Tuve la impresión de que habrían oído muchas historias como la mía.
Dev sonrió con pesar.
– Sí, supongo que sí -desapareció su sonrisa-. ¿Qué hiciste después?
– Regresé a Edimburgo. Sabía que tenía que encontrar trabajo para comer, pero estaba demasiado débil. Terminé enferma, viviendo en una habitación de una casa de vecinos -se estremeció y se frotó los brazos, como si quisiera aliviar el frío de su interior-. Era un lugar frío y húmedo y las enfermedades estaban a la orden del día. Contraje unas fiebres y perdí al bebé -terminó con una voz carente de toda emoción-. Nació a los siete meses, pero estaba muerta. Creo que, en el fondo, yo ya lo sabía, pero esperaba, con todas mis fuerzas, que pudiera sobrevivir. Desgraciadamente, no fue así. Era demasiado pequeña, estaba demasiado débil y no pude salvarla.
Se interrumpió. Sabía que Dev no deseaba oír lo ocurrido y a ella ya no le quedaban fuerzas para continuar. Estaba helada y estremecida de dolor. Un dolor que invadía todo su ser y condenaba a su corazón a la oscuridad.
Miró entonces a Dev. Tenía el rostro tenso de dolor. Los ojos parecían no estar viendo nada. Susanna sentía la intensidad de su tristeza. La tristeza de un hombre que acababa de enterarse de la muerte de una hija cuya existencia desconocía hasta entonces.
– Lo siento -susurró con impotencia, consciente de lo inadecuado de sus palabras y odiándose por ello-. Lo siento mucho.
Dev volvió a mirarla con tanta dureza que Susanna estuvo a punto de gritar.
– ¿Por qué? -parecía enfadado-. Tú no tuviste la culpa de enfermar, ni de que Maura muriera. Habías vuelto a tu casa. Habías intentado encontrarme. Habías hecho todo lo posible por…
Se interrumpió como si no fuera capaz de continuar. Susanna quería acariciarle, ofrecerle consuelo. Pero la contenida calma de su tristeza se lo impedía.
– Siento todo lo que ocurrió. Y siento todavía más que hayas tenido que enterarte de la muerte de Maura, y de no haber sido capaz de hacer nada para evitarla.
Vio que Dev alargaba la mano hacia ella con un gesto con el que parecía querer dar y recibir consuelo. El corazón le dio un vuelco. Pero antes de que hubiera podido estrechar aquella mano, Dev la dejó caer. Su expresión se tornó inescrutable y Susanna supo que se había alejado definitivamente de ella. No, no se había equivocado. Jamás podría perdonarle la pérdida de su hija y ella no podía reprochárselo.
– Ahora todo cobra sentido. Tu trabajo en la tienda, tu pobreza… -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no me dijiste la verdad, Susanna? ¿Por qué preferiste fingir que me habías dejado para buscar un marido rico?
– Tenía un encargo de los duques de Alton. No podía decirte la verdad y arriesgarme a echarlo todo a perder. Necesitaba el dinero. No era solo para mí… -se interrumpió.