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– Me casé contigo porque quería que me quitaras la carga de la virginidad -mintió.

Consiguió esbozar una convincente sonrisa. Sabía que era buena actriz. Había adquirido mucha práctica durante los amargos años que habían seguido al repudio de su familia, cuando su capacidad de fingir se había convertido en lo único que se interponía entre ella y la inanición.

– Tras una noche de matrimonio, averigüé todo lo que necesitaba saber sobre ti, Devlin -continuó-. Quería saber lo que era el sexo y tú me lo enseñaste.

Se obligó a mirarle a los ojos. El rostro de Devlin era una máscara de granito. Apretaba la mandíbula mientras la oía abaratar el amor que habían compartido.

– Fue delicioso -se encogió ligeramente de hombros, acompañando con aquel gesto su tono desdeñoso-, pero después de haberte seducido, ya no tenías para mí ninguna utilidad.

Aquello debería bastar para hacerle despreciarla, se dijo. Ningún hombre aceptaría tamaño golpe a su orgullo. Se volvió para escaparse.

Pero Dev detuvo su huida agarrándola por la muñeca y obligándola a acercarse a él. El cuerpo entero de Susanna se tensó ante aquel contacto. Todas las fibras de su ser despertaron a Dev como si jamás se hubieran separado. El color fluyó a sus mejillas, caldeando cada centímetro de su piel, haciéndola sentirse viva y sensible como no había vuelto a serlo desde entonces. Vio que Dev deslizaba la mirada lentamente sobre ella, en una insolente apreciación de su estado de excitación. Posó la mirada en el escote del vestido que Susanna había elegido para atrapar a Fitz. Por primera vez durante aquella velada, Susanna deseó que fuera más discreto. Sentía la mirada de Dev sobre las curvas de sus senos como la más sensual de las caricias.

– Un momento -dijo Dev.

Su voz sonaba queda en medio del bullicio del salón, el tintineo de la música y el clamor de voces. Queda, pero con un filo de acero.

– Esta vez no te alejarás de mí hasta que yo lo decida. Esta vez permanecerás a mi lado hasta que a mí me plazca -le advirtió.

Capítulo 3

Dev miró el rostro exquisito y desafiante de su esposa y sintió que su genio crecía peligrosamente. Era condenadamente bella y su cuerpo reaccionaba a la tentación que representaba a pesar de que su razón la despreciaba y la consideraba la más hipócrita y maniobrera prostituta de la tierra. Quería besarla. Quería tomar aquellos labios sensuales con los suyos, mordisquearle el labio inferior, deslizar la lengua en su boca y saborearla con toda la explosiva pasión que habían conocido. Quería demostrarle que su pretendida indiferencia era una farsa. Quería desgarrar la gasa de aquel vestido plateado y saquear su cuerpo sin piedad, hasta que terminara desmayada entre sus brazos.

Era un infierno ser un calavera reconvertido. Cuando se había comprometido con Emma, había renunciado a otras mujeres, pero Dev sabía que no se había reformado en absoluto. La peligrosa atracción que sentía hacia Susanna era una prueba de ello. Si tuviera la menor oportunidad, haría el amor con ella con despiadado abandono y se deleitaría en aquella experiencia. Nunca como entonces le había parecido la castidad una opción menos apetecible. Jamás su compromiso le había parecido tan gris y anodino en contraste con su traicionera exesposa.

Sentía el pulso de Susanna latiendo bajo sus dedos. La delicada seda de los guantes no era suficiente protección contra él. Sabía que Susanna le deseaba tanto como él a ella.

Pero aun así, estaría dispuesto a estrangularla. La desleal y mentirosa Susanna Burney, que parecía tan radiante e inocente, le había tomado por un estúpido. Él creía haber seducido y haberse casado con una jovencita ingenua. En cambio, era ella la que le había utilizado para ganar experiencia del mundo.

Dev tuvo que someterse a una estricta autodisciplina para no perder el control. Sentía el filo de un enfado tan cortante como una cuchilla. Un momento antes, cuando le había reprochado a Susanna las mentiras de su familia, había advertido una fugaz inseguridad. Había visto el impacto de la sorpresa en su mirada y había llegado a pensar que quizá Susanna ignorara aquella vil mentira. Sus palabras burlonas habían puesto fin a aquella posibilidad. Lejos de ser una víctima, Susanna estaba en el corazón de aquel plan para engañarle.

La miró. Ella también le observaba y, a pesar de la fiera atracción que los unía, había un brillo burlón en sus ojos verdes. Dev se preguntó cómo era posible que se hubiera confundido tanto con una mujer. La Susanna Burney que había conocido a los dieciocho años era una mujer tímida y dulce. Le resultaba difícil comprender cómo había llegado a convertirse en aquella descarada criatura. Por otra parte, tenía que aceptar que habían pasado casi diez años desde entonces. Él tenía entonces dieciocho y quizá no fuera el hombre de mundo que le gustaba imaginar. Sin lugar a dudas, había sido un auténtico iluso. En lo que se refería a su adorable esposa, su capacidad de juicio había quedado espectacularmente puesta entre dicho.

– No tenías necesidad de casarte conmigo si lo único que querías era deshacerte de tu virginidad -dijo sombrío-. Deberías habérmelo dicho. Habría estado encantado de cumplir con tus deseos sin necesidad de pasar por la iglesia.

Se miraron a los ojos. Dev vio el sensual calor que iluminaba los de Susanna, haciéndolos de un verde oscuro y brillante como el de las esmeraldas. En décimas de segundo, se sintió transportado desde aquel bullicioso salón a la oscura intimidad de su lecho de matrimonio. Había sido una sola noche. Una única noche de dulce deseo y una pasión más rica y más profunda de lo que había soñado jamás. Susanna había sido la primera y única mujer a la que había amado. La sensación de intimidad que habían compartido había sido más aterradora que el inquietante placer que había encontrado entre sus brazos. Había sido una emoción suficientemente fuerte y profunda como para unirle a ella para siempre. Pero al día siguiente, Susanna había escapado, destrozándolo todo.

En aquel momento, Susanna le estaba mirando con profundo desdén y el deseo había desaparecido de sus ojos.

– Me temo que no lo entiendes. Claro que era necesario el matrimonio. No quería ser una prostituta.

Dev la examinó con estudiado desprecio.

– En tu caso, me cuesta comprender cuál es la diferencia.

Susanna entrecerró los ojos con expresión hostil.

– En ese caso, permíteme explicártelo -respondió. Dev la observó trazar un dibujo con los dedos enguantados en el cristal de la ventana-. Era terriblemente aburrido vivir en casa de mis tíos. Éramos pobres y eso no me gustaba. Sabía que era suficientemente guapa e inteligente como para seducir a un hombre rico y casarme con él, pero necesitaba experiencia, además de belleza. En ese pueblo nadie iba a mirarme dos veces, al fin y al cabo, solo era la nieta del maestro -se movió ligeramente y el diamante que llevaba en el cuello resplandeció-. Tenía miedo de quedar atrapada para siempre en aquel lugar y terminar muriendo de aburrimiento.

Acarició el diamante con expresión pensativa.

– Así que urdí un plan. Casarme contigo, aprender todo lo que necesitaba e ir después en busca de mejores opciones -le miró a los ojos-. Tú no eras nadie, Devlin -le recordó con falsa delicadeza-. No tenías dinero y apenas tenías algún proyecto. Pero comprendí que podías serme útil -sus ojos brillaban con dureza-. Quería ser suficientemente joven, bella e intrigante como para conseguir que un hombre rico se casara conmigo. No me bastaba con convertirme en una cortesana. Necesitaba ser una mujer respetable para poder atrapar a un marido -curvó su sensual boca en una sonrisa-, pero suficientemente perversa como para complacerlo en la cama.