Выбрать главу

Sacó una carta del bolso y se la tendió a Dev.

– El mayordomo me ha informado de que dejaste esta carta para Emma hace varios días. Me temo que no va a poder leerla, de modo que es preferible que te la devuelva. Adiós, Devlin -miró a Alex-. Lord Grant.

Dev tomó la carta sonriendo ligeramente.

– Espero que Emma tenga suerte -dijo cuando lady Brooke cerró la puerta tras ella-. Porque va a necesitarla.

– ¡Bradshaw es un hombre peligroso! -comentó Alex-. Farne ha estado persiguiéndole desde que intentó matar a Merryn y ahora se fuga con una rica heredera -sacudió la cabeza-. Creo que no volveremos a tener noticias suyas -fijó la mirada en la carta-. A veces tienes una suerte endiablada.

– Lo sé -contestó Dev-. Sobre todo desde que he recuperado a mi esposa. ¿Quieres un brandy? -sugirió al ver la expresión de su primo-. Ya sé que es pronto, pero a veces no basta con algo menos fuerte.

Capítulo 18

– Lo siento mucho -dijo Joanna Grant, abriendo los ojos con expresión de disculpa-. Pero me temo que no me queda otra habitación en la que instalaros. Lady Darent, una de mis hermanas, ocupa la habitación azul, Chessie está en la que era la antigua habitación de Merryn y estamos volviendo a decorar la habitación rosa… -hizo un vago gesto con la mano-. La casa es pequeña. Entiendo que quieras convencer a Devlin de que anule vuestro matrimonio, pero de momento estáis casados, así que… -le dirigió una sonrisa encantadora y se encogió ligeramente de hombros.

– Es perfecta -respondió Susanna.

Sabía que estaba mintiendo y se preguntaba por qué no estaba protestando por el hecho de que le hubieran asignado una habitación que estaba al lado de la de Devlin. La respuesta no estaba lejos de allí. Joanna Grant era adorable y parecía alterada por todo lo ocurrido. La había acogido brindándole su incondicional amistad, lo que le hacía sentirse agradecida y humilde ante ella.

– Has sido muy generosa al ofrecerme un techo. Además, no importa, porque pronto me iré de aquí -respondió Susanna, aunque le bastaba pensar en ello para que se le hundiera el ánimo.

Joanna pareció aliviada y triste al mismo tiempo.

– Bueno, me alegro de que lo veas así, ¿pero Devlin sabe que piensas irte pronto? Perdona, lo siento -añadió, al ver la expresión de Susanna-. Ya sé que eso no es asunto mío.

– Yo también lo siento -contestó Susanna. Había sido un día difícil y acechaban las lágrimas de emoción y cansancio-. Perdóname -añadió-. Pero sé que es lo mejor.

Joanna la abrazó con un gesto espontáneo.

– Sé que Devlin puede llegar a ser de difíciles entendederas. ¿Qué hombre no lo es? Al parecer, no pueden evitarlo. Pero creo, y lo creo de verdad, que te quiere.

A Susanna se le encogió ligeramente el corazón. Sabía que Devlin la deseaba, y también que quería protegerla y ofrecerles un futuro mejor tanto a los mellizos como a ella, y Susanna le quería mucho más por todo ello. Pero no era suficiente. Antes o después, Devlin le haría daño. Ella continuaría amándole, bajaría las defensas y permitiría que ese amor alcanzara todos los rincones de su alma. Después le perdería y sería insoportable. Todo lo perdía. Así funcionaba la vida. Primero había perdido a su padre siendo niña. Había ido a la guerra y no había vuelto jamás. Después, había perdido a su familia, porque su madre no podía alimentar tantas bocas. Después a Devlin, a Maura…

Tenía que desaparecer, ser fuerte y forjarse una nueva vida. Ya lo tenía todo planeado. Durante la cena, había oído que Alex le decía a Devlin que los Lores del Almirantazgo querían verle al día siguiente. Tenían que tomar una decisión sobre su reincorporación, había dicho Alex, y querían hablar de ello con él. Susanna había sentido frío, se había sentido huérfana al oír aquellas palabras, y se había sentido más sola incluso al ver que Devlin recibía con alegría la noticia. La emoción había vuelto a sus ojos. Aquél era el desafío que necesitaba. Ella le había animado a recuperar la vida de aventuras que tanto anhelaba y estaba a punto de verle marchar. Sabía que Devlin era un aventurero, un explorador que solo revivía cuando tenía el mundo entero a su alcance. Lo comprendía, pero no podría vivir con ello, no podría vivir con la anticipación perenne de la pérdida.

De modo que al día siguiente, cuando Devlin estuviera reunido con sus superiores, se marcharía. Le pediría a Alex Grant que cuando Devlin tuviera los documentos de la anulación, se los enviara a través del señor Churchward, su abogado. Y le dejaría a este último su dirección. Él sería la única persona que conocería su paradero. También le dejaría su alianza de matrimonio a Alex, para que pagara con ella el proceso de anulación. De esa forma, Devlin sería por fin libre.

Por lo menos dormían en habitaciones separadas, pensó mientras miraba alrededor de la habitación y contemplaba la penuria de sus pertenencias. No había llave en la cerradura de la puerta que conectaba las dos habitaciones, por lo menos en su parte. Era un inconveniente, pero podría superarlo. Saber que Devlin estaba al otro lado de la puerta la atormentaría durante toda la noche, pero si iba a perderle, no quería volver a hacer el amor con él. No podría soportar sentirlo tan cerca sabiendo que sería la última vez.

Margery entró en el dormitorio para ayudarla a prepararse para la noche. Oyó después llegar a Dev, y le oyó hablar con el mayordomo, Frazer. Era un anciano y adusto escocés que resultaba bastante intimidante. A Frazer no parecía haberle sorprendido descubrir que Dev estaba casado. Lo único que había comentado cuando la habían presentado era que era exactamente lo que esperaba. Susanna no estaba segura de si aquello era bueno o malo, y tampoco podría imaginar lo que diría cuando se enterara al día siguiente de que la esposa de Dev había huido. A lo mejor también se lo esperaba.

Susanna suspiró y se metió entre las frías sábanas. Era preferible no tomar cariño a todas aquellas personas, se dijo. A Chessie, que estaba tan contenta desde que sabía que su futuro junto a Fitz estaba garantizado. A Joanna Grant, con su adorable generosidad o a Alex, incisivo pero amable, o a Shuna, una adorable criatura de tres años de la que Susanna se había enamorado nada más verla. Había visto a Dev observándola y había tenido que darle la espalda porque sabía que sus sentimientos eran demasiado evidentes. Aquellas personas no formarían parte de su futura vida. Tenía que dejarlas marchar.

Después de varias horas dando vueltas en la cama, golpeando la almohada y girándola para posar su rostro contra el frío lino, supo que no iba a poder dormir y alargó la mano para encender una vela. Un pálido resplandor iluminó la habitación.

A los pocos segundos, se abrió una rendija de la puerta que conectaba las dos habitaciones y oyó la voz de Dev.

– ¿No puedes dormir?

– No -Susanna se volvió hacia él-. ¿Y tú?

– No.

Devlin avanzó hacia el interior de la habitación. La luz de la vela hacía resplandecer su pelo rojizo. Llevaba un camisón en tonos zafiro y dorados de llamativo diseño. Iba descalzo, con las piernas desnudas. Susanna parpadeó, imaginó que no llevaba nada bajo el camisón y deseó no recordar tan vividamente lo que era sentir aquel cuerpo contra el suyo, deseó no recordar su esencia, su contacto.

Devlin se sentó al lado de Susanna, al borde de la cama.

– ¿Qué te preocupa? -le preguntó.

– Todo -contestó Susanna con sinceridad-. Maura… -se interrumpió un instante y le miró a la cara-. Lo siento, Devlin, también era hija tuya.

Vio la sombra que oscureció sus ojos azules y en aquella ocasión, fue capaz de alargar la mano para acariciarle la mejilla intentando consolarle. Al cabo de unos segundos, Devlin posó la mano sobre la suya. Susanna pensó que iba a apartársela y se preparó para el rechazo, pero en cambio, Devlin se la sostuvo con delicadeza y posó los labios sobre sus dedos. Susanna sintió su respiración sobre la piel como la más liviana de las caricias.