– Supongo que porque no le has dado una buena razón para quedarse, Devlin.
– Pero yo… -Dev bajó la mirada hacia la documentación que había dejado sobre la mesa-. Susanna sabía que quería seguir casado con ella. ¡Sabía que quería proporcionarles un hogar tanto a ella como a los mellizos!
– Pero no sabía que la amabas -contestó Alex.
Se levantó, se acercó a su escritorio y abrió el primer cajón. Dev le vio sacar un paquete.
– Me ha entregado esto esta mañana -le explicó-. Me ha dado la dirección de sus abogados para que puedas enviarle a través de ellos los documentos de la anulación cuando los tengas. Estaba convencida de que anularías el matrimonio -se interrumpió-. También me ha dejado esto.
Le entregó una cajita diminuta de terciopelo.
En el momento en el que la abrió, Dev tuvo un fuerte presentimiento. Podía verse a sí mismo ante el altar, deslizando en el dedo de Susanna la alianza que había pertenecido a su madre, y a la madre de su madre antes que a ella, una banda de oro con perlas diminutas incrustadas. Le temblaron ligeramente las manos cuando el anillo rodó hasta la palma de su mano.
– No sabía que lo conservaba. Imaginaba que la había vendido.
Alex le miraba con expresión firme y sombría.
– No creo que Susanna supiera que era de nuestra abuela. Me pidió que te lo devolviera -se interrumpió-. No tengo la menor duda de que cuando lo hizo, tenía el corazón destrozado. No quería irse, Devlin, pero pensaba que estaba haciendo lo mejor, que de esa forma serías libre para volver a la mar. Sabía que era eso lo que querías.
Dev le miró fijamente.
– Y es eso lo que quiero, pero el futuro no significa nada para mí si no puedo compartirlo con Susanna.
– Creo que no es a mí a quien tienes que decírselo -repuso Alex. Sonrió-. Es posible que recuerdes el día en el que dejé marchar a Joanna y tú me dijiste que era un maldito estúpido. Tenías razón. Pues bien, ahora me toca a mí decírtelo, Devlin. Si no vas a buscar a Susanna, le dices que la amas y la convences de que merece la pena estar casada contigo, no tendré la menor duda de que serás un maldito estúpido.
– Me temo que ya lo soy. Pero todavía no es demasiado tarde.
Buscaría a Susanna, se dijo, le diría que la amaba y no volvería a dejarla marchar. Amor. Después del desastre de su matrimonio, creía que no volvería a sentirlo nunca más. Pero en ese momento, se sentía ridículamente emocionado ante la perspectiva de encontrar a Susanna y declararle su amor de una vez por todas. Sabía que su rostro reflejaba lo que sentía, porque advertía los esfuerzos que estaba haciendo Alex para no reírse de él. Pero no le importaba.
Alex le llamó cuando estaba a punto de salir de la biblioteca.
– Antes de que vayas a buscar a tu esposa -le dijo con delicada ironía-, es posible que te interese ocuparte de esto -le pasó una nota-. Es de Churchward. Tengo entendido que Susana le pidió que la defendiera en un asunto de deudas, y también en algo relacionado con un desagradable chantaje. Y sucede -esbozó una mueca-, que ambos asuntos están relacionados.
Dev leyó a toda velocidad la nota del abogado.
– Bradshaw -dijo entre dientes-. Debería habérmelo imaginado.
– Ese hombre tiene la desagradable costumbre de reaparecer cuando menos se le espera -se mostró de acuerdo Alex-. ¿Intentarás localizarle?
– Por supuesto.
– ¿Y le pagarás las deudas?
Dev tardó en contestar.
– Le daré lo que se merece.
Se produjo un silencio.
– No me digas nada más -le dijo Alex con una sonrisa-. Así, cuando vengan por aquí las autoridades haciendo preguntas, podré decir que no sé nada -ensanchó su sonrisa-. ¿Cómo vas a encontrar a Susanna? Sabes que Churchward jamás te dará esa información.
– No tengo ni idea -contestó Dev con sinceridad-, pero no pararé hasta encontrarla.
Alex señaló con la cabeza hacia la puerta.
– ¿Y se puede saber a qué estás esperando?
Dev había estado en muchas tabernas de baja estofa en la época en la que frecuentaba los puertos, desde Southampton a St.Lucia, y la clientela de la Bell Tavern en Seven Dials era mucho peor de lo que imaginaba. Había tres hombres que suponía eran salteadores de caminos, cerca de media docena de carteristas y al menos otros dos bandoleros. Todos volvieron la cabeza hacia él en cuanto apareció por la puerta. Le recorrieron con la mirada de los pies a la cabeza, sin pasar por alto el bulto del revólver que llevaba en el bolsillo. Casi inmediatamente, se volvieron para reanudar sus conversaciones.
Bradshaw no estaba allí. Dev se sentó en una esquina apartada y observó salir y entrar a la clientela. La habitación estaba abarrotada. Tomó una pinta de cerveza y cuando terminó, pidió una segunda. Estaba a punto de marcharse cuando entró un hombre alto, de anchos hombros, al que inmediatamente identificó como un caballero. Notó que el ambiente de la taberna cambiaba, como si se cargara de pronto con la electricidad de un rayo de tormenta. El hombre sonrió, inclinó la cabeza para pedirle una cerveza al propietario y se dirigió a la mesa de Dev.
– Sir James -dijo, mientras se sentaba frente a él-, esperaba a vuestra esposa.
– Y me habéis encontrado a mí -respondió Dev fríamente-. Supongo que no es ningún chollo. Pero en cualquier caso, tampoco yo esperaba veros a vos, Bradshaw. Tenía entendido que estabais en Gretna Green con lady Emma Brooke.
Bradshaw soltó una carcajada.
– Gretna está demasiado lejos. Encontré un pastor que nos casó en Londres sin hacer preguntas.
– No estoy seguro de que sea legal -respondió Dev educadamente-, pero eso, por supuesto, es asunto vuestro.
Bradshaw dejó asomar su blanca dentadura en una sonrisa.
– Y también de mis estimados suegros, que se han mostrado encantados de aceptar el matrimonio por el bien de la reputación de Emma.
– Estoy convencido de que lord y lady Brooke están encantados con este enlace.
Bradshaw bebió un largo sorbo de cerveza.
– Deberíais felicitarme. Lo único que hice fue lo que vos pretendíais hacer. Casarme a cambio de fortuna -le miró con expresión burlona-. Excepto que yo lo conseguí haciendo gala de una frialdad que vos nunca alcanzaréis. Al vencedor pertenecen los despojos, ¿eh?
Dev sintió la hostilidad de una forma casi física. Sabía que estaba intentando provocarle, pero sentía que su cólera iba creciendo.
– Absolutamente -notaba la tensión en los hombros, pero no quería dar ninguna muestra de debilidad ante Bradshaw-. Lo cual nos lleva directamente al asunto que me ha traído hasta aquí. Tengo entendido que habéis comprado las deudas de mi esposa, después de que fracasara vuestro intento de chantajearla.
– Cuando una estrategia falla, siempre se presenta una segunda oportunidad -confirmó Bradshaw-. Había hecho algunos trabajos para Hammond, así que lo sabía todo sobre el pasado de lady Devlin -sonrió, pero no había calor en su sonrisa-. Pensaba chantajearla amenazándola con desvelar a los Alton su identidad.
– ¿Qué queríais de ella? Sabéis que no tiene dinero.
Bradshaw le dirigió una mirada que le hizo desear agarrarle del cuello y arrancarle la vida.
– ¿Qué pensáis? Quería disfrutar de ella. Es tan hermosa que cualquier hombre desearía hacerlo. Quería…
Dev posó la mano en la pistola que llevaba en el bolsillo.
– Tened mucho cuidado, Bradshaw -le advirtió con dureza.
Bradshaw se encogió de hombros.
– En cualquier caso, frustró mis intenciones confesándole a Alton la verdad -sacudió la cabeza, como si estuviera enfrentándose a un misterio insondable-. ¿Por qué iba a hacer una cosa así?
Dev sonrió ligeramente, su genio se aplacó al pensar en la generosidad de Susanna.
– Para enmendar un error y ayudar a una persona a la que apreciaba. Supongo que no sois capaces de comprenderlo.
– Maldita sea, claro que no -se mostró de acuerdo Hradshaw-. Es una completa estupidez cuando alguien podría haber ganado la partida -se encogió de hombros y metió la mano en el bolsillo-. Aquí están los documentos. Compré las deudas de lady Devlin con parte de la asignación conseguida gracias al matrimonio con Emma -se echó a reír-. Qué ironía, cuando habéis estado persiguiendo exactamente eso durante años.