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Devlin apretó los dientes.

– Muy gracioso, Bradshaw -le echó un rápido vistazo a aquellos documentos. Las deudas de Susanna eran sustanciales, pero en absoluto tan altas como las suyas. Alzó la mirada-. ¿Pretendéis ejecutarlas?

– Sí, a no ser que me paguéis.

Dev se reclinó en su asiento.

– Sabéis que yo tengo mis propias deudas y carezco del dinero que necesito para pagarlas.

Bradshaw asintió. Sus ojos brillaban de diversión. Estaba disfrutando del juego, pensó Dev. Le gustaba hacer sufrir a su presa. Le proporcionaba un inmenso placer. Pero había llegado el momento de chafarle tanta satisfacción.

– No vais a conseguir ese dinero conmigo -le advirtió con vehemencia-, y si insistís en reclamarlo, lo único que conseguiréis será que me encarcelen y continúe sin poder pagaros.

Desapareció al instante el brillo de diversión de su mirada.

– Aunque me encantaría veros encerrado -contestó-, preferiría contar con el dinero.

– Por supuesto -dijo Dev. Metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita que dejó sobre la mesa-. Esto es lo que puedo ofreceros a cambio de esas deudas.

Bradshaw le miró con recelo antes de abrir una rendija de la cajita.

– No lo enseñéis mucho por aquí -le aconsejó Dev-. Esto está lleno de ladrones y delincuentes.

Bradshaw había abierto los ojos como platos al ver el contenido.

– ¡Que el diablo me lleve! -exclamó.

– Ojalá.

– Había oído hablar de esto -comentó Bradshaw, arriesgándose a mirar una vez más-, pero creía que no era cierto.

– Podéis creerlo o no -respondió Dev-. Es vuestro, si estáis dispuesto a aceptarla a cambio de las deudas de lady Devlin.

Bradshaw alzó la cabeza.

– ¿Cómo puedo saber que no es falsa? Si estáis tan necesitado de dinero, ¿por qué no la habéis vendido antes?

Devlin soltó una carcajada.

– No podía. La conseguí empleando métodos que no son… -se interrumpió un instante-, completamente legales. Si hubiera intentado venderla, habría tenido que enfrentarme a ciertas preguntas… Preguntas que no podía permitirme el lujo de contestar estando casado con Emma. Quería hacerme un sitio en la alta sociedad.

Bradshaw sonrió, casi a regañadientes.

– Así que es verdad que erais un maldito pirata. Casi me gustáis, Devlin.

– Me temo que el sentimiento no es mutuo -respondió Devlin con frialdad-. ¿La queréis o no?

– No podré venderla por la misma razón -respondió Bradshaw, mirando arrebatado la caja-. Pero no está nada mal poseer…

– Os gustan las cosas caras, ¿eh, Bradshaw? -comentó Dev con delicadeza-. Mujeres hermosas, joyas de un valor incalculable…

Podía ver la codicia y el frío cálculo batallando en el semblante de Bradshaw e intentó no contener la respiración. Casi inmediatamente, Bradshaw cerró la mano sobre la caja y se la guardó en el bolsillo. Dev sonrió, tomó los pagarés de Susanna, los rompió en dos, los arrojó a la chimenea y esperó a que se arrugaran y se transformaran en cenizas para levantarse.

– Voy a daros un consejo, Bradshaw -dijo suavemente-. Manteneos cerca de Emma, tratadla bien. En este momento sois intocable porque contáis con la protección de una esposa rica, con un título y relaciones influyentes. Pero la suerte puede cambiar. Y cuando la vuestra cambie, seremos muchos los que estaremos esperando vuestra caída.

Vio que el semblante de Bradshaw se oscurecía y le vio bajar la mano instintivamente hacia la pistola, pero antes de que pudiera sacarla, tenía la espada de Dev en la garganta. Se produjo una exclamación de sorpresa entre los parroquianos. Echaron las sillas hacia atrás y los hombres se levantaron.

Dev les dirigió una sonrisa.

– Que nadie se acerque. El señor Bradshaw quiere volver intacto con su bellísima esposa.

La violencia se respiraba en el ambiente, pero entonces, Bradshaw alzó una mano, los hombres parecieron calmarse y se reanudaron las conversaciones como si no hubiera pasado nada.

– ¿Suficientemente convincente? -preguntó Dev educadamente sin apartar la espada de la garganta de Bradshaw-. Levantaos. Y si queréis salir vivo de aquí, tendréis que acompañarme hasta la puerta. Y, Bradshaw -sonrió-, procurad no perder lo que acabo de entregaros. Quién sabe. Es posible que sea un auténtico tesoro.

La mirada de Bradshaw rezumaba odio. Era evidente que estaba comenzando a arrepentirse, pero ya era demasiado tarde.

– Si me entero de que me habéis engañado… -comenzó a decir.

– Me temo que nunca lo sabréis, ¿verdad? -dijo Dev mientras salían a un oscuro callejón-. Como bien habéis dicho, no podréis venderla. Lo único que podréis hacer será preguntaros si es auténtica -hizo una reverencia y subió al carruaje que le estaba esperando en la puerta-. Y ahora que he sembrado la duda, pasaréis toda la vida preguntándoos si es auténtica o falsa. Buenas noches, Bradshaw.

Capítulo 19

Era el día de su aniversario de boda y hacía un día precioso.

Susanna permanecía tras el mostrador en la tienda de la señora Green, con la mirada fija en los enormes ventanales de la galería, contemplando el puerto y el mar que se extendían ante sus ojos. Al regresar a Escocia, no había querido volver a las bulliciosas calles de Edimburgo. Encerraban demasiados recuerdos. En cambio, había decidido instalarse en una tranquila población de la costa oeste, con vistas a la isla de Sky y las afiladas cumbres de las Cuillins. Había numerosas tabernas en Oban en las que podría haber encontrado trabajo, y posadas que tenían como clientes a conductores y pescadores. Afortunadamente, en vez de volver a servir pintas de cervezas o a cantar baladas de taberna en taberna, Susanna había conseguido trabajo en la única tienda de ropa de Oban. La señora Green se enorgullecía de la categoría de su clientela y esperaba un nivel similar en sus empleadas. La elegancia de Susanna y sus buenos modales la habían convencido.

Durante las tres semanas que habían pasado desde que Susanna había salido de Londres, había ido a ver a Rose y a Rory y había tenido una difícil conversación con cada uno de ellos. Rory había estallado en cólera cuando Susanna le había explicado que al final, no iba a poder abandonar el hogar del doctor Murchison y que todavía tardarían algún tiempo en formar una familia. Rose había sido más moderada, su reproche había sido silencioso, pero, en ambos casos, Susanna había sido testigo de su tristeza y había tenido la sensación de que había vuelto a fallarles. No había vuelto a tener noticias del señor Churchward. A lo mejor era demasiado pronto, pero estaba segura de que Devlin había empezado el proceso de anulación matrimonial para pasar definitivamente aquella página de su vida. Se preguntaba si sabría de sus proezas a través de los periódicos sensacionalistas, si hablarían de que había conseguido el rescate de un rey o si había seducido a la meretriz de un monarca. Al pensar en ello, se le rompió otro pedazo de su maltrecho corazón.

Había llorado al descubrir que no llevaba en su vientre un hijo de Devlin, y había llorado después porque no entendía por qué lloraba. Ella pensaba que llegaría a alegrarse de poder romper con todos los vínculos del pasado. Había elegido estar sola y empezar desde cero porque tenía miedo de perder a Dev y prefería poner fin a esa relación antes de que fuera demasiado tarde. Pero en realidad, ya lo era. Lo había sido desde el momento en el que había vuelto a enamorarse de él. En dos ocasiones no había sido capaz de arriesgarse lo suficiente como para amarle sin miedos. No habría una tercera oportunidad.