– Tenemos tres días antes de ir a por los mellizos -le explicó Dev-. Después iremos a Ivnergordon, allí tengo mi destino.
– Te has convertido en un marido muy autoritario -Susanna le miró con el ceño fruncido y le acarició la mandíbula, sintiendo el roce sutil de su barba contra la yema de los dedos y deleitándose en su aspereza.
Dev volvió la cabeza y la besó.
– Por supuesto. Ahora quiero hacer el amor contigo. Y me temo que también en eso me he vuelto muy autoritario.
– Vivo alquilada en una muy respetable casa de huéspedes -comenzó a decir Susanna y vio que Dev sonreía.
– Afortunadamente, disponemos de una pequeña cabaña justó allí, detrás de esa colina. Quería cierta privacidad, porque no pretendo que nos comportemos de forma respetable.
– ¿Pero cómo has podido pagarla? Entre los dos, debemos tener suficientes deudas como para hundir un barco.
– Ya no. Las he pagado todas.
– ¿Pero cómo? -preguntó Susanna, retrocediendo ligeramente.
Dev pareció apesadumbrado.
– Tenía algo de gran valor -la miró a los ojos y sonrió-. Bueno, en realidad, eran dos cosas, pero solo pude vender una.
– ¡Has vendido la perla! -susurró Susanna-. ¡Oh, Devlin!
Dev se echó a reír.
– No, no he vendido esa perla. La conservo para ti. Había dos -su sonrisa se tornó irónica-. Eran un símbolo de mi vida anterior -dijo suavemente-. Durante mucho tiempo, me sentí atado a ellas porque representaban la vida que había adorado y perdido, eran un símbolo de la aventura, de la emoción… -se interrumpió y enmarcó el rostro de Susanna entre las manos-. Pero ya no importa, porque ahora tengo una nueva vida contigo -la soltó y se echó a reír-. En realidad, lo que he dicho no es del todo cierto. Había tres perlas, pero una de ellas era falsa. Se la entregué a Tom Bradshaw a cambio de tus pagarés -sacudió la cabeza-. Pero ya te hablaré de todo eso en otro momento.
Ya estaba besándola y cruzando con ella el marco de la puerta de la cabaña, que cerró con gesto decidido tras ellos.
– Siempre llevas ropa de lo más frustrante -musitó mientras comenzaba a desabrocharle la tira de diminutos botones del corpiño del vestido-. Qué vestido tan respetable -continuó. Reprimió una maldición cuando se le resbaló un botón-. Justo lo que se espera de una dama que trabaja en la tienda de la señora Green.
– Soy una mujer muy respetable.
– No, no lo eres -deslizó la tela por su escote y posó los labios en la piel que dejó al descubierto-. Ninguna mujer respetable disfrutaría con la perla de un rey oriental.
Un delicioso escalofrío recorrió la espalda de Susanna.
– En ese caso, quizá prefiera ser perversa -musitó.
El corpiño de aquel respetable vestido se abrió por completo en cuanto se desabrochó el último botón. Devlin deslizó la mano en su interior.
– Oh, por fin se ha rendido este vestido tan virtuoso.
Acariciaba con la palma de la mano el lateral de su pecho. Retiró el corpiño por completo e inclinó la cabeza para tirar suavemente del pezón, acariciándolo con los dientes.
Susanna gimió presa del más puro de los deleites. El corpiño del vestido cayó al suelo y Dev se empleó entonces con el lazo que ataba la falda. También la última prenda cayó con el mismo entusiasmo que Susanna sentía.
– Creo que esto va a acabar como siempre: yo desnuda y tú completamente vestido.
Dev soltó una carcajada.
– No, a lo mejor esta vez no.
La tomó en brazos y subió con ella al dormitorio del piso de arriba.
– ¡Dios mío, qué belleza! -musitó Susanna al ver el enorme ventanal orientado al oeste y la puesta de sol sobre el mar.
Dev se colocó tras ella, posó el brazo en su cintura y le mordisqueó el cuello. Susanna sintió sus labios en la nuca, dibujando un delicioso camino por su espalda, y también la dura presión de su erección contra ella. Se volvió en sus brazos para besarle y se entregó durante unos instantes a aquel abrazo, antes de ayudarle a desprenderse de su uniforme.
– Estabas muy guapo con él -bromeó, mientras admiraba la firme musculatura de su cuerpo bajo el sol dorado del atardecer. Deslizó un dedo por su hombro-. Pero ahora te prefiero sin uniforme.
El brillo intenso de los ojos de Dev le hizo contener la respiración.
– A tus órdenes -susurró.
Le acarició el pelo, le enmarcó el rostro entre las manos y volvió a besarla, tentándola, saboreándola y dominando su deseo. Aquella vez fue diferente, pensó Susanna mientras entreabría los labios al sentir su demanda, menos salvaje, pero no menos apasionado. La rabia, el enfado, habían desaparecido anegados en el amor.
La cama estaba bañada en púrpura y oro cuando Dev la tumbó a su lado.
– A tus completas órdenes -insistió mientras jugueteaba con las hebras de su pelo, extendidas sobre el colchón en sedoso abandono-. Solo tuyo, Susanna, ahora y siempre.
– Como siempre, hablas muy bien -dijo Susanna sonriendo, mientras le acariciaba la espalda lentamente y disfrutaba al verle estremecerse-. ¿Pero tus actos estarán a la altura de tus palabras?
Permanecieron durante unos segundos en silencio, mirándose el uno al otro. Estaban tan cerca que casi se tocaban. Susanna vio que la diversión del rostro de Dev se transformaba en un tenso deseo. Casi inmediatamente la colocó bajo él, se hundió en ella con una larga embestida y se apoderó de su boca al tiempo que tomaba sus labios. Susanna se entregó a aquella invasión, dejando que sus cuerpos y sus respiraciones se fundieran mientras él movía las manos sobre ella, evocando el más sublime de los placeres. La espiral se tensó, quemando en aquel fuego las miserias de los últimos años, uniéndoles con un deseo transmutado en ternura y pasión. Susanna se aferró a Devlin durante el más exquisito de los clímax, que alcanzaron los dos juntos, con las mejillas empapadas en lágrimas de emoción. Dev cambió ligeramente de postura para acunarla en sus brazos.
– Cariño -parecía asustado-, por favor, no llores.
Se tumbó a su lado y la estrechó contra él.
– Te amo -susurró contra su cálida piel-. Siempre te amaré.
– Lloro de felicidad -le explicó Susanna, sonriendo radiante-. Yo también te amo, James Devlin. Y creo que me va a encantar estar casada contigo.
Dev comenzó a besarla otra vez.
– Me alegro, porque tenemos toda una vida por delante.
Nicola Cornick
Nicola Cornick nació en Yorkshire, Inglaterra.
Creció en los lugares que inspiraron a las hermanas Brönte para escribir libros como Jane Eyre. Uno de sus abuelos fue un poeta. Con tal herencia fue imposible para Nicola no convertirse en escritora. Estudió historia en la Universidad londinense.
Ha escrito más de quince novelas para la editorial Harlequin, y ha sido nominada para varios premios, inclusive el Premio de Romance de RNA, RWA RITA, y Romantic Times.