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Se alejó de él, de manera que lo único que podía ver Dev de su rostro era el reflejo que le devolvía el cristal de la ventana y su sonrisa.

– Debo decir que llegué a ser realmente buena. Me hacía pasar por viuda. Y tuve muchos pretendientes.

Dev la creyó. Era suficientemente hermosa como para tentar a un santo y poseía un sensual atractivo suficientemente provocativo como para que cualquier hombre deseara complacerla, además de poseerla. Por supuesto, Susanna apuntaba mucho más alto que a ser una mera cortesana. Eso habría sido una maldición que le habría impedido ser considerada una mujer respetable. En cambio, una viuda atractiva atraía a pretendientes como las moscas a la miel. Seguro que había muchos que habían suplicado su atención. Solo él sabía el corazón corrupto que se ocultaba tras aquella adorable fachada.

– Así que decidiste matarme a mí, tras haberte dado muerte a ti misma. Lo tenías todo muy bien organizado.

– Oh, en realidad, nunca mencioné tu nombre -respondió Susanna-. Nadie preguntaba por mi primer marido. Supongo que si lo hubieran hecho, habría admitido que había tenido que anular mi matrimonio y lo habría presentado como una imprudencia juvenil -arqueó las cejas, como si estuviera invitándole a felicitarla-. Era un buen plan, ¿verdad?

– Todavía me cuesta entender la diferencia entre ser una cortesana y ser una mujer que compra un marido rico utilizando su cuerpo.

Susanna se encogió de hombros, aparentemente indiferente a su desaprobación.

– Eres demasiado particular. Todo el mundo utiliza las ventajas que posee.

Y eran muchas las que Susanna poseía, pensó Dev sombrío. Un rostro angelical, un cuerpo adorable de movimientos elegantes, y una naturaleza codiciosa y despreocupada del dolor que pudiera infligir a los demás. Era una pena que no hubiera sido capaz de reconocer lo evidente cuando la había conocido, pero entonces solo era un joven inocente enfrente de una mujer hermosa. No había pensado con la cabeza, sino con una parte diferente y mucho más básica de su anatomía.

Sintió frío ante la insensibilidad que reflejaba aquel plan. Había sido una aventurera desde el primer momento. Se había casado con él, había aprendido las artes que necesitaba y después le había dejado para ir en busca de una presa más suculenta. Armada con la anulación matrimonial, era libre para volver a casarse. Dev era consciente de hasta qué punto, la combinación de su juventud, su belleza, su ingenio y su experiencia con aquel misterioso pasado podían seducir a un hombre rico. Diablos, era obvio que ya tenía subyugado a Fitz. Incluso él era incapaz de mirarla sin desear saborear cada milímetro de aquel cuerpo exquisito y pérfido, a pesar de saber que era una consumada mentirosa.

– Te confundes si crees que no eres una prostituta. Te estás prostituyendo por dinero, tanto si hay matrimonio de por medio como si no.

La luz de las velas titilaba en los ojos de Susanna que, por un instante, parecieron en total desacuerdo con sus atrevidas palabras. Pero pronto desapareció aquella inseguridad y todo lo que quedó en ellos fue un desprecio absoluto.

– Supongo que eres el más indicado para saberlo, Devlin -le espetó-. ¿No estás haciendo tú lo mismo, al intentar atrapar a una rica heredera valiéndote de tu aspecto y de tu encanto? -arqueó sus cejas perfectas-. Si yo soy una prostituta, ¿tú qué eres?

Dev, furioso, dio un paso hacia ella, pero se detuvo al ver el brillo triunfante de su mirada. Era obvio que Susanna se alegraba de haberlo incitado a cometer una indiscreción. Tomó aire.

– Te equivocas si piensas que aprendiste todo sobre cómo complacer a un hombre al pasar una sola noche a mi lado -respondió-. Pero si deseas ampliar tu experiencia, estoy a tu entera disposición.

– Al igual que nueve años atrás -sonrió sin perder la compostura y con la misma frialdad que el agua del deshielo-. Te lo agradezco, pero no es necesario. He corregido ya las deficiencias de mi educación durante estos últimos años.

Dev estaba seguro de que así era. Había vuelto a casarse con el hombre que le daba su apellido, Carew, presumiblemente, un próspero barón. Quizá había habido otros amantes, e incluso matrimonios previos, y se había convertido en una viuda rica y, sospechaba, en busca de otro trofeo. Un marqués, quizá.

Le había engañado. Le había utilizado a conciencia y sin piedad. Susanna le había considerado un escalón para el éxito. Él, un cazafortunas, debería apreciar su estrategia. Pero no era capaz.

De pronto, vio desvanecerse, como la niebla bajo la luz del sol, las esperanzas que Chessie había puesto en el futuro. Veía la vulnerabilidad de su hermana, y también la suya, cuando apenas acababan de introducirse en los círculos de la alta sociedad. Un paso en falso, un golpe de mala suerte, y volverían a la pobreza y la desesperación que había rodeado su infancia en las calles de Dublín. Dev había tenido la posibilidad de vivir rodeado de riqueza, pero también en una abyecta pobreza. Como hijo de un jugador compulsivo, había conocido los extremos de la fortuna y la miseria cuando todavía vestía pantalones cortos. Ese temor le había perseguido desde entonces. No podía permitir que Susanna le arrebatara a Chessie su futuro o que arruinara sus planes. Tenía que vigilarla de cerca y controlar todos y cada uno de sus movimientos.

Susanna inclinó la cabeza hacia él con burlona educación.

– Buenas noches, sir James. Os deseo suerte como cazador de fortunas -bromeó.

– ¿Lo dices en serio? -preguntó Dev con incredulidad.

Susanna sonrió.

– Te lo deseo con la misma intensidad con la que tú me deseas suerte en la búsqueda de la mía.

Dev la observó alejarse. Su figura, enfundada en aquel sinuoso vestido, era una llama de plata. Los diamantes resplandecían en su pelo y en sus zapatos bordados.

Vigilarla de cerca… Por una parte, no sería una experiencia desagradable. Pero, por otra, quizá fuera la experiencia más peligrosa de su vida.

Susanna todavía temblaba cuando subió al carruaje. No esperaba que Dev la siguiera. Se había asegurado de que no se le ocurriera hacerlo. Pero la hostilidad de su encuentro continuaba palpitando en su sangre con una fuerza primitiva. Le resultaba imposible pensar que en otro momento de sus vidas, Dev y ella habían hecho el amor con exquisita ternura. Porque ya no quedaba nada de aquel sentimiento.

Recordó la amarga condena de Dev, el odio que reflejaban sus ojos, y sintió arrepentimiento. Pero no había otra forma de alejarlo de ella. No podía permitir que nadie descubriera la verdad sobre su pasado cuando había tantas cosas en juego. Aquél sería su último trabajo. Con el dinero que le pagaran los duques de Alton por conseguir distanciar a su hijo de Chessie, tendría suficiente para pagar sus deudas, volver a Escocia y proporcionar un hogar a sus pequeños pupilos, Rory y Rose, los hijos de su mejor amiga. Necesitaban estar los tres juntos, formar una familia, como lo habían hecho al principio. Susanna sintió un dolor tan repentino y fiero en el corazón que apenas podía respirar. Odiaba su vida, odiaba tener que representar aquel papel, odiaba el engaño y, sobre todo, odiaba no tener a nadie en quien confiar. Estaba sola. Siempre había estado sola, desde el momento en el que sus tíos la habían echado de su casa, la habían repudiado cuando solo tenía diecisiete años.

Acarició el diamante que lucía en el cuello. Un diamante prestado, al igual que el carruaje y la casa de Curzon Street, el vestido de gasa y los zapatos de baile. Nada era real. Era una falsa dama, una Cenicienta cuyo mundo se desvanecería como el humo en el momento en el que alguien descubriera la verdad. Acarició el vestido con una delicadeza casi reverencial. Cuando se dedicaba a vender vestidos como aquéllos para ganarse la vida, terminaba desmayada de agotamiento después de pasar horas y horas trabajando apenas sin luz, con los dedos hinchados y arañados por las agujas y el hilo. Soñaba entonces con poder vestir una creación como aquéllas y ser algún día la protagonista del baile. Aquella noche se había presentado en el baile como una princesa de cuento de hadas, pero bajo las capas de seda y encaje, continuaba viviendo Susanna Burney, un fraude que temía ser descubierto.