Una vez más, apareció el rostro de Dev en su mente. Un rostro duro, implacable, con expresión burlona. Él era el único con el que debía tener cuidado. Si por un momento sospechara lo que le había pasado, que había sido desheredada, abandonada y arrojada a las calles, comenzaría a hacer preguntas que Susanna quería evitar. Dev era el único que podía descubrir su pasado y arruinar así el futuro que tan cerca estaba de alcanzar.
Reclinó la cabeza contra el mullido asiento y cerró los ojos. Deseó entonces no haberse fugado para casarse con Dev en secreto en la primera y última acción impulsiva de su vida. Y no haber ido a la mañana siguiente a ver a lord Grant, el primo de Dev, para confesarle lo que había hecho y pedirle apoyo para ambos. Se arrepentía también de haber regresado después a la seguridad de la casa de sus tíos, fingiendo que no había pasado nada. Y de haberse quedado embarazada de Dev…
Una pésima decisión había desencadenado toda una serie de acontecimientos que la habían llevado hasta un hospicio y a una desesperación tal que esperaba no tener que volver a pasar nunca por nada parecido. El cuerpecito de su hija envuelto en una miserable mortaja. Las palabras del pastor, la niebla gris del amanecer envolviendo el cementerio de Edimburgo…
Con un gemido de dolor, Susanna enterró el rostro entre las manos. Las dejó caer después y fijó la mirada en la oscuridad con los ojos secos. No debía volver a pensar en ello. Nunca. Las nubes oscuras se cernían sobre ella como alas negras. Las apartó, cerró los ojos y tomó aire hasta que el pánico cedió y volvió la calma a su mente. Había perdido a su única hija, pero tenía a Rory y a Rose y se aferraba a ellos con la fuerza de una tigresa. Había hecho una promesa a la madre de aquellos niños en la fría oscuridad de un hospicio, durante las tristes horas que habían precedido a su muerte y, a veces, le parecía que el regalo de aquellos gemelos era una penitencia y una bendición al mismo tiempo. Había perdido a Maura, pero podía enmendar sus errores y jamás abandonaría a Rory a Rose. Por eso era fundamental que Dev no descubriera la verdad y no echara por tierra sus planes.
Suspirando, se quitó los zapatos de baile y flexionó los dedos de los pies. Le dolían los pies. Los zapatos de Cenicienta eran muy hermosos, pero no podía decirse que fueran cómodos. El dolor de cabeza que había utilizado como excusa para escapar a las impertinencias de Frederick Walters, se había hecho real. Lo único que le apetecía era estar de nuevo en su casa.
El carruaje pasó por delante de un grupo de jóvenes que bebían en las calles. Aquellas noches de calor veraniego le hicieron evocar los días en los que había trabajado como cantante en una taberna. Tenía un pasado variado, pensó con una sonrisa. La taberna, el taller de costura, la tienda… Gracias a su aspecto y al capricho del azar, había terminado dedicándose a aquel extraño trabajo de rompecorazones, un trabajo pagado por parientes decididos a poner fin a las parejas de sus nobles y ricos vástagos.
Susanna se frotó las sienes, allí donde los diamantes adornaban su pelo. La noche había empezado de una forma perfecta. Los duques de Alton le habían presentado a Fitz y éste inmediatamente se había mostrado intrigado y más que interesado en profundizar en aquella relación. Ella había representado el papel de viuda misteriosa a la perfección. Fitz y ella habían bailado juntos y le había permitido estrecharse contra ella algo más de lo que las convenciones dictaban. Todo estaba yendo como la seda. Incluso había empezado a planear el siguiente paso, otro encuentro con Fitz que debería parecer casual, pero que, en realidad, sería el resultado de las maquinaciones de los duques y la traición del valet de su hijo, al que pagaban una extraordinaria cantidad de dinero para que les mantuviera al tanto de las andanzas de su señor. De esa forma, ella siempre iba un paso por delante en aquel juego. Antes incluso de conocer a su víctima, o a su misión, como ella prefería llamarle, sabía todo sobre ella, conocía sus gustos, los lugares que frecuentaba, sus intereses, sus debilidades.
Conocer las debilidades era especialmente útil, tanto si el punto débil eran las mujeres, el juego, la bebida o una combinación de las tres cosas. Era ella la que elegía y probaba el método a seguir. Medir al hombre en cuestión, aprender todo lo que había que saber sobre él, halagar sus opiniones y tratarlo con cierto toque de seducción. Ninguno había sido capaz de resistírsele.
Y así deberían ser las cosas con Fitzwilliam Alton. Un encuentro casual en el parque, una invitación a pasear, la promesa de un baile, un ligero devaneo… hasta que Fitz terminara deslumbrado y rendido a sus pies. En el caso de que fuera necesario, podría llegar incluso hasta el compromiso, antes de romperlo con el debido arrepentimiento al cabo de un mes. Ése era el plan, hasta que James Devlin había aparecido dispuesto a amenazarlo.
Pensó en Dev, en sus ojos azules rebosantes de enfado y desprecio mientras la observaba.
Un escalofrío le hizo estremecerse. Estaba segura de que había averiguado ya que pretendía arruinar los planes de su hermana. Debía pensar que quería a Fitz para ella misma, por supuesto. No era muy probable que llegara a descubrir la verdadera naturaleza de su trabajo, porque aquélla era la primera vez que Susanna pisaba Londres y trabajaba en los círculos de la nobleza. Era arriesgado, pero teóricamente, debería estar a salvo. Por supuesto, Dev podía revelar la verdad sobre su relación previa, pero imaginaba que tampoco él tenía ningún interés en que su encantadora heredera lo supiera. Lady Emma Brooke no parecía una prometida particularmente maleable, y Susanna estaba segura de que era ella la que tenía el dinero en aquella relación.
Lo cual, la llevó a pensar en la anulación de su matrimonio. La culpa volvió a traducirse en un nudo en el estómago. Sabía que debería haber formalizado el fin de su matrimonio mucho tiempo atrás. Pero en cuanto los duques le pagaran lo prometido y Rory y Rose estuvieran a salvo, pagaría la anulación matrimonial y dejaría a Dev libre para casarse con Emma. Nunca se enteraría de que había tardado nueve años en solicitarla.
Abrió el bolso y sacó un pastel aplastado que había sustraído disimuladamente del salón del refrigerio. Tenía el bolso lleno de migas. No era el primer retículo que echaba a perder de esa forma. Mordió un bocado y en cuanto el dulce pastel se derritió en su lengua se sintió reconfortada. Comer siempre la hacía sentirse mejor, estuviera o no hambrienta. Tendía a comer todo lo que podía cuando tenía comida ante ella, un legado de la época en la que no sabía cuándo podría disfrutar de la siguiente comida. Era increíble que no hubiera reventado aquel vestido de seda.
A pesar de sus intentos por alejar el pasado, los recuerdos continuaban aguijoneándola. Dev sosteniéndole la mano ante el altar mientras el sacerdote pronunciaba las solemnes palabras del servicio matrimonial. Dev sonriéndole mientras farfullaba vergonzoso y con miedo los votos. Incluso la, en absoluto inesperada, brusca apertura de la puerta en el momento en el que su tío había entrado en la iglesia para reclamarla. Dev había posado la mano en su brazo, intentando tranquilizarla, y el calor de sus ojos le había permitido mantener la calma. Se había sentido amada y deseada por primera vez en muchos largos y fríos años.
Por un instante, sintió un arrepentimiento tan agudo y penetrante que gimió para sí. Su primer amor había sido dulce e inocente.
Y desesperadamente ingenuo.
Susanna se recostó contra los cojines aterciopelados del carruaje y dejó que los recuerdos se escurrieran como la arena entre sus dedos. Era estúpido y absurdo recrearse en el pasado. Lo que había tenido con James Devlin había sido una fantasía infantil. En aquel momento, lo único que él sentía por ella era desprecio. Y pronto, si conseguía alejar a Fitz de Francesca, la odiaría mucho más.