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El culto doctor se retrepó en su asiento y leyó lo que acababa de escribir. Le pareció de lo más poético. Lo leyó de nuevo de arriba abajo y paladeó algunas de las frases. Luego escribió al margen: «Recordar que todos los cefalonios son poetas. ¿Dónde puedo meter esto?»

Salió al patio y se alivió sobre la mancha de menta. Solía nitrogenar las hierbas por estricta rotación, y mañana le tocaba al orégano. Volvió al interior de la casa en el momento en que la pequeña cabra de Pelagia masticaba sus escritos con manifiesta satisfacción. Arrancó el papel de la boca del animal y ahuyentó a éste, que salió dando saltitos por la puerta y se puso a balar indignado tras el grueso tronco del olivo.

– Pelagia -le reconvino el doctor a su hija-, tu maldito rumiante se ha comido todo lo que he escrito esta noche. ¿Cuántas veces he de decirte que no lo dejes entrar en casa? Como haya una próxima vez, acabará en el asador. No te lo diré otra vez. Con lo que cuesta no irse por las ramas, sólo falta que este bicho sabotee todo mi trabajo.

Pelagia miró a su padre y sonrió:

– Cenaremos a las diez.

– ¿Has oído lo que te he dicho? Basta de cabras en la casa, ¿entendido?

Ella dejó el pimiento que estaba cortando a rodajas, se apartó un mechón de la cara y contestó:

– Le tienes tanto cariño como yo.

– En primer lugar, yo no le dispenso cariño a ese rumiante, y en segundo lugar haz el favor de no discutir conmigo. En mis tiempos las hijas no discutían con sus padres. No lo permitiré.

Pelagia se llevó una mano a la cadera y torció el gesto.

– Papa -dijo-, todavía son tus tiempos. Que yo sepa, aún no te has muerto. Además, la cabra te tiene cariño.

El doctor Iannis volvió la cabeza vencido y desarmado. Era abominable que una hija utilizara ardides femeninos contra su propio padre y al mismo tiempo le recordara a su madre. Volvió a su mesa y cogió otra hoja de papel. Si mal no recordaba, en su última tentativa se había apartado del tema de los dioses para hablar de peces. Desde un punto de vista literario, era casi una suerte que la cabra se hubiera comido el papel. Escribió: «Sólo una isla tan impúdica como Cefalonia cometería la ligereza de situarse sobre una falla que la expone al peligro cíclico de catastróficos terremotos. Sólo una isla tan descuidada como ésta se dejaría infestar por semejante troupe de impertinentes cabras despreocupadas.»

2. EL DUCE

Ven aquí. Sí, tú. Ven aquí. Vamos a ver; ¿cuál te parece mi mejor perfil, el derecho o el izquierdo? ¿De veras lo crees así? Yo no estoy tan seguro. Puede que el labio inferior tenga una configuración más bonita del otro lado. Oh, claro, estás de acuerdo. ¿Debo suponer que estás de acuerdo con todo lo que digo? Oh, sí, claro. Entonces ¿cómo quieres que me fíe de tus opiniones? ¿Y si digo que Francia está hecha de baquelita? ¿También es verdad? ¿Estarás de acuerdo? ¿Qué quiere decir sí señor, no señor, no sé señor; qué clase de respuestas son ésas? ¿Eres cretino o algo así? Ve a buscarme unos espejos para que pueda comprobarlo por mí mismo.

Sí, por supuesto que es importante y además muy lógico que la gente pueda percibir en mi persona la apoteosis del ideal italiano. A mí no me pillan en ropa interior. Si a eso vamos, ni siquiera en traje y corbata. Nunca más. No dejaré que me consideren un burócrata, un hombre de negocios; además, este uniforme me sienta bien. Soy la encarnación de Italia, posiblemente más que el propio rey. Te presento a Italia, elegante y marcial, donde todo funciona como un reloj. Italia: inflexible como el acero. Una de las grandes potencias, gracias a mí.

Ah, los espejos. Déjalos ahí. No, idiota, ahí. Sí, ahí. Ahora deja el otro allí. Por el amor de Dios, ¿es que tengo que hacerlo todo yo? Pero ¿qué te pasa hombre? Mmm, creo que prefiero el izquierdo. Inclina ese espejo un poco hacia abajo. Más. Alto. Eso es. Estupendo. Debemos arreglarlo para que el pueblo me vea siempre desde una posición inferior. He de estar siempre más arriba que ellos. Manda a alguien a la ciudad en busca de los mejores balcones. Apúntatelo. Y también anota esto, ahora que aún me acuerdo: Por orden del Duce, que se proceda a una repoblación forestal máxima de todos los montes italianos. ¿Cómo que para qué? Está bien claro, ¿no? A más árboles, más nieve, eso lo sabe todo el mundo. Italia ha de ser un país más frío para que sus hombres sean más duros, elásticos e ingeniosos. Es así de triste, pero es verdad, nuestros jóvenes no son tan buenos soldados como sus padres. Necesitan más frío para ser como los alemanes. Hielo en el espíritu, eso es lo que necesitamos. Te aseguro que el país se ha calentado desde la Gran Guerra. El calor convierte a los hombres en perezosos e incompetentes. No aptos para el imperio. La vida se transforma en una siesta. No me llaman el Dictador Que No Duerme porque sí, yo no me paso la tarde dormitando. Apunta. Ahí va un nuevo eslogan: «Libro e Moschetto-Fascisto Perfetto.» Quiero que la gente entienda que el fascismo no es sólo una revolución social y política, sino también cultural. Cada fascista debe llevar un libro en su mochila, ¿comprendes? No vamos a ser unos incultos. Quiero un club del libro hasta en el pueblo más pequeño, y que a los malditos squadristi no se les ocurra ir a prenderles fuego, ¿está claro?

¿Y qué es eso de que un regimiento de alpini ha desfilado por Verona cantando «Vogliamo la pace e non vogliamo la guerra»? Quiero que se investigue. Nada de tropas de élite marchando por ahí cantando canciones pacifistas/derrotistas cuando aún no estamos en guerra propiamente dicha. Y hablando de alpini, ¿qué es eso de que se lían a puñetazos con los legionarios fascistas? ¿Qué más tengo que hacer para que los militares acepten la milicia? A ver qué te parece este otro eslogan: «La guerra es al hombre lo que la maternidad es a la mujer.» Estarás de acuerdo en que es muy bueno. Un bonito eslogan cargado de virilidad, mucho mejor que «Iglesia, cocina e hijos» toda la semana. Llama a Clara y dile que iré esta noche si puedo escaparme de mi mujer. Qué te parece este otro: «Con osada cautela.» ¿Estás seguro? Yo no recuerdo que Benni lo utilizara en ningún discurso. Debió de ser hace muchos años. Quizá no sea tan bueno, a fin de cuentas.

Anota esto. Quiero que nuestra gente destacada en África entienda de una vez que el así llamado «madamismo» tiene que acabar. No tolero la idea de que hombres italianos funden hogar con mujeres nativas y diluyan la pureza de la sangre. No, las prostitutas nativas me traen sin cuidado. Las sciarmute son indispensables para la moral de nuestros hombres en África. Pero no permitiré amoríos, eso es todo. ¿Qué quieres decir con que Roma fue asimilacionista? Esto ya lo sé, y sé que estamos reconstruyendo el imperio, pero los tiempos han cambiado. Ésta es la era fascista.

Y hablando de negros, ¿has visto mi ejemplar de ese panfleto titulado «Partito e Impero»? Me gusta ese pasaje que dice «En resumen, debemos procurar dar a los italianos una mentalidad racista e imperialista.» Ah, sí, los judíos. Creo que ha quedado perfectamente claro que los judíos italianos han de decidir qué son primero, judíos o italianos. Así de sencillo. No se me escapa que la judería internacional es antifascista. No soy tonto. Sé perfectamente que los sionistas son la herramienta de la política exterior británica. Por lo que a mí respecta, debemos hacer cumplir los cupos de contratación de judíos para cargos públicos; no toleraré ninguna desproporción y me da igual si eso significa que algún pueblo se quede sin alcalde. Debemos estar a la altura de nuestros camaradas alemanes. Sí, sé que al Papa no le gusta, pero tiene demasiado que perder como para jugarse el cuello. Sabe que puedo revocar los pactos lateranenses. Le tengo metido un tridente por el trasero y sabe que se lo puedo dejar hecho una pena. Renuncié al materialismo ateo por el bien de la paz, pero de ahí no paso.