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Los británicos nos están provocando. No hablo de De Vecchi y sus desvaríos. A propósito. De Vecchi te dijo que los británicos habían atacado un submarino en Levkas y dos en Zenta, y que tenían una base en Milos. El informe del capitán Moris dice que nada de eso ha sucedido. Ante todo debes recordar que De Vecchi es un lunático y un megalómano, y un día de éstos, cuando me acuerde, le colgaré de su abundante bigote y le arrancaré los testículos sin anestesia. Menos mal que está en el Egeo y no aquí, si no estaría hasta el gorro de sus tonterías. Ese hombre es capaz de enturbiar todo el mar Egeo.

Pero los británicos sí han hundido el Colleoni, y los griegos van y dejan que los barcos británicos entren a puerto. ¿Qué quieres decir con que nosotros bombardeamos accidentalmente un buque de abastecimiento y un destructor griegos? ¿Accidentalmente? Bueno, da igual, menos barcos que hundir después. Grazzi dice que en Grecia no hay ninguna base británica, pero se lo pasaremos por alto, ¿o no? Decir que sí hay bases no es nada malo, lo importante es que hemos conseguido que Metaxas se acojone. Confío en que este informe tuyo de que los generales griegos están con nosotros sea de fiar; si es cierto, ¿cómo es que han arrestado a Platis? ¿Y dónde ha ido a parar todo el dinero con que se suponía íbamos a sobornar a los oficiales? Son millones, una bonita suma que habría sido mejor emplear en comprar rifles. ¿Estás seguro de que la población del Epiro quiere ser albanesa? ¿Cómo lo sabes? Ah, ya, el servicio de inteligencia. Por cierto, he decidido no preguntar a los búlgaros si quieren invadir al mismo tiempo. Naturalmente que nos facilitaría las cosas, pero de todos modos va a ser un paseo, y si los búlgaros consiguen un pasillo hasta el mar eso sólo servirá para cortar nuestras propias líneas de abastecimiento y comunicaciones, ¿no crees? En ningún caso queremos que disfruten de una victoria que de hecho nos pertenece.

Quiero que te encargues de organizar algunos ataques contra nuestras fuerzas. Esta campaña requiere legitimización por razones de política internacional. No, los americanos no me preocupan; América carece de importancia militar. Pero recuerda: invadiremos cuando queramos, ni antes ni después. No quiero ningún casus belli que nos comprometa antes de estar listos. Avanti piano, quasi indietro. Creo que deberíamos escoger a un patriota albano para asesinarlo y luego culpar a los griegos, y creo que deberíamos hundir algún buque de guerra griego de manera que esté claro que lo hemos hecho nosotros, pero no tan claro como para no poder cargar el mochuelo a los británicos. Se trata de intimidar a los griegos para debilitarlos moralmente.

A propósito, Galeazzo, he decidido desmovilizar el ejército justo antes de la invasión. ¿Cómo que te parece una idea perversa? Se trata de conseguir que los griegos bajen la guardia y de mantener una apariencia de normalidad. Piénsalo bien, Galeazzo, sería una maniobra perfecta. Dejamos que los griegos suspiren de alivio y luego los derribamos de un mazazo.

He hablado con los jefes de estado mayor, mi querido conde, y les he pedido que redacten planes para la invasión de Córcega y las islas jónicas, y para nuevas campañas en Tunicia. Estoy seguro de que podemos hacerlo. Ellos siempre se quejan de la falta de transporte, de modo que he ordenado que la infantería se entrene en marchas de ochenta kilómetros diarios. Hay un pequeño problema con la Fuerza Aérea; está acartonada en Bélgica; supongo que habrá que hacer algo un día de éstos. Recuérdamelo. He de hablar de ello con Pricolo; no puede ser que el jefe de la Fuerza Aérea sea el único que no sabe qué está pasando. El secreto militar tiene sus límites. Los jefes de estado mayor se me resisten. Badoglio me mira como si yo estuviera chiflado. Algún día se topará con la mismísima Némesis y creerá que soy yo. Por ahí no paso. Considero que deberíamos tomar Creta también, para que no se cuelen los británicos.

Jacomoni me ha telegrafiado a propósito de los griegos; dice que va a haber muchos traidores entre sus filas, que los griegos odian a Metaxas y al rey, que son muy pesimistas y que están pensando en abandonar Tsamouria. Parece que Dios está con nosotros. Habrá que hacer algo sobre eso de que tanto su majestad como yo seamos primer mariscal del reino; uno no puede vivir entre semejantes anomalías. Por cierto, Prasca me ha telegrafiado para informar que no necesita refuerzos para la invasión, entonces ¿por qué todo el mundo me dice que sin refuerzos no lo lograremos? Eso es falta de agallas. No hay experto más iluso que un experto militar, lo sé por experiencia. Parecería que tengo que hacer yo su trabajo. No hacen más que lamentarse de la escasez de esto y aquello. ¿Cómo es que se han esfumado todos los fondos de previsión? Quiero que se investigue.

Déjame recordarte, Galeazzo, que Hitler se opone a esta guerra porque Grecia es un estado totalitario que por lógica debería estar de nuestra parte. O sea que no le digas nada. Le enseñaremos lo que es una bilitzkrieg de verdad, ya verás cómo le corroe la envidia. Y me da igual si luego intervienen los británicos. Los aplastaremos también.

¿QUIÉN HA DEJADO ENTRAR A ESE GATO? ¿DESDE CUÁNDO HAY UN GATO EN PALACIO? ¿ES ÉSE EL GATO QUE SE HA CAGADO EN MI CASCO? YA SABES QUE NO SOPORTO LOS GATOS. ¿CÓMO QUE ASÍ AHORRAMOS EN RATONERAS? NO ME DIGAS CUÁNDO DEBO UTILIZAR MI REVÓLVER EN CASA. APARTA O TE METO UNA BALA A TI TAMBIÉN. Dios mío, me da náuseas. Soy muy sensible, Galeazzo, tengo temperamento artístico; no debería mirar todo ese revoltijo de sangre. Haz que lo limpie alguien, no me encuentro bien. ¿Qué quieres decir con que aún no está muerto? Sácalo de aquí y retuércele el pescuezo. NO, NO QUIERO HACERLO YO MISMO. ¿Acaso crees que soy un bárbaro? Santo Dios. Dame el casco, rápido, necesito vomitar.

Deshazte de éste y búscame un casco nuevo. Iré a tumbarme un poco, ya hace rato que debe de haber pasado la hora de la siesta.

3. EL FORZUDO

Las inescrutables cabras del monte Aínos volvieron la cabeza hacia barlovento e inhalaron el húmedo vaho del mar mañanero que hacía las veces de agua en aquella tierra árida, truculenta e indómita. Su pastor, Alekos, hombre tan poco habituado a la compañía humana que era de pocas palabras incluso hablando para sus adentros, se agitó bajo los pellejos que le servían de cobija, alargó la mano para tocar la alentadora caja de su fusil y volvió a hundirse en el sueño. Habría tiempo de sobra para despertar, para comer pan espolvoreado de orégano, contar su rebaño y arrearlo hasta algún sitio donde pudiera pastar. La vida de Alekos era eterna, él podía muy bien haber sido uno de sus antepasados, y también sus cabras hacían lo que siempre habían hecho las cabras de Cefalonia; dormían a mediodía resguardadas del sol al socaire de la cara norte de los riscos, y por la noche sus reverberantes esquilas podían oírse hasta en Ítaca, viajando en el aire silente y haciendo que lejanos lugareños alzaran sus cabezas preguntándose qué rebaño estaba pasando por allí. Alekos era un hombre que a los sesenta años sería igual a como había sido a los veinte, delgado pero fuerte, un prodigio de resistencia y tan incapaz de un vuelo mercurial como cualquiera de sus cabras.

Bastante más abajo un penacho de humo se elevaba hacia el cielo mientras ardía un valle deshabitado, el monte bajo quemaba sin que nadie se diera cuenta, sólo observado por quienes temían que pudiera levantarse viento y llevar las chispas hasta sus moradas, sus hierbas o sus minúsculos sembrados pedregosos cercados de montones de rocas oportunamente reunidas a lo largo de los siglos formando muros que se tambaleaban de sólo tocarlos pero que no caían más que en época de terremotos. El amor de los griegos por el color de la virginidad había hecho que muchos de ellos estuvieran pintados de blanco, como si no bastara con el sol para cegarle a uno. Un patriota ambulante había pintarrajeado en muchos la palabra ENOSIS con pintura turquesa, y ningún cefalonio había tenido a bien restituir la pureza de los muros. Cada uno de éstos, al parecer, les recordaba su pertenencia a una familia rota por las aberrantes fronteras de seniles imperios rivales, diseminada por un mar refractario y convertida en víctima de una historia que los había puesto en la encrucijada del mundo.