En el alcázar de los reyes cristianos todavía se pueden ver las ruinas y las marcas en el suelo de las antiguas celdas de la Inquisición rodeando uno de los patios; a su lado está otro de los edificios que puede trasladar al visitante a aquellas épocas: las caballerizas reales, en las que Felipe II decidió crear, y lo consiguió, una nueva raza de caballos cortesanos, una raza que hoy enaltece y caracteriza la ganadería equina de este país.
La mano de Fátima (al-hamsa) es un amuleto en forma de mano con cinco dedos, que, al decir de algunas teorías, representan los cinco pilares de la fe: la declaración de fe (shahada); la oración cinco veces al día (salat); la limosna legal (zakat); el ayuno (Ramadán) y la peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida (hach). Sin embargo, este amuleto también aparece en la tradición judía. No es momento ni lugar para entrar a considerar sus verdaderos orígenes y mucho menos para discutir la funcionalidad de los amuletos. Los estudios insisten reiteradamente en que no sólo los moriscos, sino la sociedad de la época, utilizaba amuletos y creía en todo tipo de hechicerías y sortilegios. Ya en 1526, la Junta de la Capilla Real de Granada hizo referencia a las «manos de Fátima», prohibiendo a los plateros que las labraran y a los moriscos que las utilizasen; similares preceptos fueron establecidos en el sínodo de Guadix de 1554. Hay numerosos ejemplos de «manos de Fátima» en la arquitectura musulmana, pero quizá el más representativo, dentro del marco de esta novela, sea el de la mano con los cinco dedos extendidos, cincelada en la piedra de clave del primer arco de la Puerta de la Justicia que da acceso a la Alhambra de Granada y que data de 1348. Así pues, el primer símbolo con el que se encuentra el visitante de ese maravilloso monumento granadino no es otro que una mano de Fátima.
No podría terminar estas líneas sin expresar mi agradecimiento a cuantos, de una u otra forma, me han ayudado y aconsejado en la escritura de esta novela, en especial a mi editora, Ana Liarás, cuya implicación personal, consejos y trabajo han tenido un valor incalculable, reconocimiento que hago extensivo a todo el personal de Random House Mondadori. Mi gratitud, desde luego, a mi primera lectora: mi esposa, incansable compañera, y a mis cuatro hijos, que se empeñan en recordarme con tenacidad que hay muchas cosas más allá del trabajo, y a quienes dedico este libro en homenaje a todos esos niños que sufrieron y desgraciadamente todavía sufren las consecuencias de un mundo cuyos problemas somos incapaces de resolver.
Barcelona, diciembre de 2008
Ildefonso Falcones