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—No. Han hablado de mí de muchos modos, pero nunca como un fantasma. —Mientras hablaba miré casualmente a mi derecha, y cuando dije «fantasma» vi uno. Oscuro, con ropas oscuras, estaba sentado junto a mi, el espectro de la fiesta.

La atención de Obsle se había vuelto a su otro vecino, y la mayoría escuchaba ahora a Slose, a la cabecera de la mesa. Dije en voz baja:

—No esperaba verlo aquí, Señor Estraven.

—Lo inesperado es lo que hace posible la vida —dijo Estraven.

—Me encomendaron algo para usted.

Estraven me miró, esperando.

—Se trata de dinero, dinero para usted. Fored rem ir Osbod lo manda. Lo tengo conmigo en la casa de Shusgis. Veré de enviárselo.

—Muy amable de su parte, señor Ai.

Estraven me pareció tranquilo, sumiso, reducido: un exiliado que se consume en tierra extraña. No mostró ningún deseo de hablar conmigo, y a mí me alegró no hablarle. No obstante, de cuando en cuando, durante aquella cena ruidosa, pesada, y larga, aunque toda mi atención estaba vuelta a los orgotas, poderosos y complicados, que pretendían favorecerme o utilizarme, tuve siempre conciencia de la proximidad de Estraven, de su silencio, de su rostro oscuro y apartado. Y se me ocurrió, aunque rechacé esta idea como infundada, que yo había venido a Mishnori a comer pez negro junto con los comensales por mi propia voluntad, y que tampoco ellos me habían traído aquí. Me había traído Estraven.

9. Estraven el traidor

Un cuento oriental karhidi, tal como fue contado por Tobord Chorhava en Gorinherin y registrado por G. A. La historia es bien conocida en varias versiones, y una pieza de teatro «habben» con el mismo tema es parte del repertorio de los actores trashumantes al este del Kargav.

Hace tiempo, antes de los días del rey Argaven I que hizo de Karhide un reino, hubo un conflicto de sangre entre el dominio de Stok y el dominio de Estre en las tierras de Kerm. El conflicto había sido una sucesión de saqueos y emboscadas durante tres generaciones, y no había arreglo posible, pues se disputaban la posesión de unas tierras. Las tierras fértiles son escasas en Kerm, y el orgullo de un dominio es la extensión de las fronteras, y los señores de las tierras de Kerm son hombres orgullosos y hombres tenebrosos, de sombras negras.

Ocurrió entonces que el heredero en la carne del Señor de Estre, un hombre joven, mientras esquiaba en el lago Paso de Hielo, en el mes de irrem, cazando pesdris, pisó hielo quebradizo y cayó al lago. Aunque apoyando un esquí como palanca en un borde de hielo más firme consiguió al fin salir del agua, se encontró fuera del lago en una situación casi tan mala como dentro, pues estaba empapado, el aire era kurem, y caía la noche. No le pareció posible llegar a Estre a doce kilómetros montaña arriba, de modo que echó a andar hacia la aldea de Ebos a la orilla norte del lago. Junto con la noche, la niebla descendió por el glaciar y se extendió sobre el lago de modo que el joven no podía ver el camino, ni dónde ponía los esquíes. Iba lentamente, tanteando el hielo, y sin embargo con prisa, pues el frío le había calado los huesos, y no faltaba mucho para que no pudiera moverse. Al fin vio una luz allá adelante, en la noche y la niebla. Se quitó los esquíes, pues la costa era abrupta y sin nieve en algunos sitios. Las piernas apenas lo sostenían, y fue arrastrándose hacia la luz. Estaba muy lejos del camino a Ebos. Esta era una de esas casitas que se encuentran en los bosques de toras, los únicos árboles en las tierras de Kerm; los toras crecían aquí alrededor de la casa y no más arriba del techo. Estraven golpeó la puerta con las manos y llamó a gritos, y alguien abrió y lo llevó a la luz del fuego.

No había ninguna otra persona allí. El hombre le sacó a Estraven las ropas, tan heladas que eran como ropas de hierro, y lo envolvió en pieles, y lo calentó con el calor del cuerpo hasta quitarle la escarcha de los pies y las manos y la cara, y le dio a beber un licor caliente. Al fin el joven se recobró, y miró a aquel que lo había cuidado.

Era un extraño, joven también. Se miraron un rato. Los dos eran fuertes de cuerpo y de facciones delicadas, erguidos y oscuros. Estraven vio en la cara del otro el fuego del kémmer.

Dijo: —Soy Arek de Estre.

El otro dijo: —Soy Derem de Stok.

Entonces Estraven rió, pues estaba todavía débil, y dijo: —¿Me calentaste devolviéndome a la vida para matarme luego, Stokven?

El otro dijo: —No.

Extendió la mano y tocó la mano de Estraven, como cerciorándose de que ya no había escarcha. Estraven, aunque estaba aún a un día o dos del kémmer, sintió que este contacto lo encendía de algún modo. Así que durante un rato los dos se quedaron quietos, tocándose las manos.

—Son iguales —dijo Stokven, y apoyando la palma en la de Estraven, mostró que así era: manos idénticas, en largo y forma, dedo por dedo, y que se correspondían como las dos manos de un hombre puestas palma contra palma.

—Nunca te he visto antes —dijo Stokven —. Somos enemigos a muerte. —Se incorporó, animó el fuego de la chimenea, y volvió a sentarse junto a Estraven.

—Somos enemigos a muerte —dijo Estraven —. Haría voto de kémmer contigo.

—Y yo contigo —dijo el otro. Los dos hicieron entonces voto de kémmer y en las tierras de Kerm entonces como ahora, ese voto de fidelidad no se rompe nunca, y nunca se reemplaza. Aquella noche, y en el día que siguió, lo pasaron en la casita de la floresta, a orillas del lago helado. A la otra mañana una patrulla de hombres de Stok llegó a la casa. Uno de ellos conocía al joven Estraven de vista. No dijo palabra y sin ninguna advertencia sacó el cuchillo y allí, ante los ojos de Stokven, le atravesó a Estraven el pecho y la garganta, y el joven cayó sobre las brasas apagadas, ensangrentado, muerto.

—Era el heredero de Estre —dijo el asesino.

Stokven dijo: —Ponedlo en el trineo y llevado a enterrar a Estre —y poco después volvía a Stok.

Los hombres partieron llevando el cuerpo de Estraven en el trineo, pero luego de alejarse un poco dejaron el cuerpo en un bosque de toras, para que fuera así alimento de las bestias, y aquella misma noche volvieron a Stok. Derem se presentó a su padre en la carne, el señor Harish rem ir Stokven, y les dijo a los hombres: —¿Hicieron lo que se les dijo?

Ellos respondieron: —Si. —Derem replicó: —Mienten, pues nunca hubieran vuelto con vida de Estre. Estos hombres me han desobedecido y mienten para ocultarlo. Pido que se los exilie.

El señor Harish dio su consentimiento y los hombres fueron puestos fuera del hogar y la ley.

Tiempo después este Derem dejó el dominio, diciendo que quería recluirse un tiempo en la fortaleza de Roderer y no regresó a Stok hasta un año después.

Mientras, en el dominio de Estre buscaban a Arek en montañas y llanos, y lo lloraron, más amargo el llanto porque había sido el único hijo en la carne que había tenido el Señor. Pero a fines del mes de dern, cuando el invierno yacía pesadamente sobre las tierras, un hombre subió montaña arriba en esquíes, y le dio al guardián de las puertas de Estre un bulto de pieles, diciendo: —Este es Derem, el hijo del hijo de Estre.

—Y en seguida se precipitó montaña abajo, esquiando, como una piedra que se desliza saltando en el agua, antes que a nadie se le ocurriera detenerlo.

Envuelto en las pieles había un recién nacido, llorando. Llevaron al niño al Señor Sorve y le repitieron las palabras del desconocido, y el anciano, colmado de pena, vio en el niño al hijo perdido, Arek. Ordenó que el niño fuera criado como hijo del hogar interior, y que se llamara Derem, aunque nunca en el clan de Estre se había usado este nombre.

El niño creció, bien parecido, delicado y fuerte; era de naturaleza sombría y silenciosa, y sin embargo todos le encontraban alguna semejanza con el perdido Arek. Cuando llegó a muchacho, el Señor Sorve, con la terca resolución que es propia de la vejez, lo nombró heredero de Estre. Entre los hijos —kémmer de Sorve, todos ya en la plenitud de la vida, y que esperaban desde hacia tiempo heredar el dominio, había, claro está, muchos corazones orgullosos. Cuando el joven Derem salió solo a la caza de pesdris en el mes de irrem, estos hombres le tendieron una emboscada. Pero Derem iba armado, y prevenido. En la densa niebla que cubre el lago Paso de Hielo durante el deshielo, mató a dos de sus hermanos de hogar, y luchó contra un tercero, cuchillo a cuchillo, y lo mató también al fin aunque él mismo recibió profundas heridas en la garganta y el pecho. Luego Derem se quedó de pie junto al cadáver del hermano en la niebla que cubría el hielo, y vio que caía la noche. Se sentía cada vez más enfermo y débil, y la sangre le manaba de las heridas, y pensó en ir hasta la aldea de Ebos en busca de ayuda; pero las sombras se cerraron, y Derem se extravió, y llegó al bosque de toras en la orilla occidental del lago. Luego encontrando una casa abandonada entró en ella y demasiado débil para encender un fuego cayó sobre las piedras frías del hogar, y allí quedó tendido con las heridas abiertas.