—¿Qué significa «no impone leyes»? —dijo Slose.
—No hay leyes. Los Estados miembros se rigen por sus propias leyes; cuando hay conflicto el Ecumen media, trata de alcanzar un acuerdo o corrección, o una elección legal o ética. Si el Ecumen, como experimento en lo superorgánico llegara a fracasar, tendría que convertirse en una fuerza de paz, desarrollar un servicio de policía, etcétera. Pero en este momento no hay ninguna necesidad. Todos los mundos centrales están todavía recuperándose de una época desastrosa de dos siglos atrás, reviviendo habilidades perdidas e ideas perdidas, aprendiendo de nuevo a hablar…
—¿Cómo podía explicar yo la Edad del Enemigo y sus consecuencias a un pueblo que no tenía nombre para la guerra?
—Esto es de veras fascinante, señor Ai —dijo el anfitrión, el comensal Yegey, un hombre que arrastraba las palabras, apuesto, delicado, de mirada vivaz —. Pero no alcanzo a entender qué quieren con nosotros, es decir, ¿qué beneficios puede llevarles un mundo más entre ochenta y cuatro? Y además, diría yo, un mundo no muy inteligente, pues no tenemos naves de las estrellas, y esas cosas, como todos ellos.
—Ninguno de nosotros las tenía hasta que llegaron los hainis y los ceteanos. Y a algunos mundos se les impidió que tuvieran esas naves, durante siglos, hasta que los ecúmenos establecieron los cánones de los que aquí se llama, creo, comercio libre. —Esto provocó una carcajada todo alrededor, pues era el nombre del partido o facción de Yegey en la Comensalía. —Comercio Libre es en verdad lo que quisiera establecer aquí. Comercio no sólo de productos materiales, por supuesto, sino también de conocimiento, tecnologías, ideas, filosofía, arte, medicina, ciencia, teoría… Dudo que los guedenianos vayan y vengan mucho entre los mundos. Estamos aquí a diecisiete años luz del mundo ecuménas próximo, Ollul, un planeta de la estrella que ustedes llaman Asyomse; el más lejano está a doscientos cincuenta años luz y desde aquí ni siquiera se ve la estrella del sistema. Mediante el comunicador ansible podemos, sin embargo, comunicarnos con ese mundo como aquí nos comunicamos por radio con la ciudad próxima. Pero no creo que hayan visto alguna vez a gentes de esos mundos… La clase de intercambio que propongo puede ser muy beneficiosa, pero se basa sobre todo en la facilidad de las comunicaciones más que en el transporte. Mi tarea aquí consiste realmente en saber si desean ustedes comunicarse con el resto de la humanidad.
—«Ustedes» —Slose repitió, inclinándose intensamente hacia adelante —. ¿Significa eso Orgoreyn? ¿O habla usted de Gueden como un todo? —Titubeé un momento, pues no era esta la pregunta que yo esperaba.
—Aquí y ahora, significa Orgoreyn, no es necesario que el contacto sea exclusivo. Si Sid, o los países de la Isla, o Karhide deciden entrar en el Ecumen, pueden hacerlo. Es una cuestión de decisión individual, cada vez.
Luego, lo que acostumbra pasar en un planeta del desarrollo de Gueden, es que los distintos antrotipos o regiones o naciones concluyen por establecer un cuerpo de representantes que funcionará como coordinador del planeta con los otros planetas; lo que nosotros llamamos una estabilidad local. De este modo se ahorra mucho tiempo, y dinero, ya que se comparten los gastos. Si deciden ustedes tener una nave estelar propia, por ejemplo.
—¡Leche de Meshe! —dijo el gordo Humery a mi lado —. ¿Quiere usted que nosotros nos precipitemos al Vacío? Oh. —Humery resolló, como las notas altas de un acordeón, disgustado y divertido.
Habló Gaum: —¿Dónde está su nave, señor Ai? —Habló a media voz sonriendo a medias, como si la pregunta fuera extremadamente sutil, y deseara que los demás advirtieran esa sutileza. Gaum era una criatura extremadamente hermosa, de acuerdo con cualquier norma, aplicable a cualquiera de los sexos, y no dejé de mirarlo a la cara mientras respondía, y también volví a preguntarme qué sería el Sarf —. Bueno, no es un secreto. Se habló bastante en la radio de Karhide. El cohete que me dejó en la isla Horden está ahora en el Taller Real de Fundición. de la Escuela de Artesanos; la mayor parte, al menos; creo que varios especialistas se llevaron algunos fragmentos, luego de examinarlos.
—¿Cohete? —preguntó Humery, pues yo había usado la palabra orgota para el juguete de pólvora.
—El nombre aproximado del sistema de propulsión de la nave de descenso, señor.
Humery resopló otra vez. Gaum sólo sonrió, diciendo: —Entonces no tiene usted modo de volver a… bueno, al sitio de donde vino.
—Oh, si. Puedo hablar a Ollul por el ansible y pedirles que envíen una nave nafal a recogerme. Tardará en venir diecisiete años. O puedo llamar por radio a la nave del espacio que me trajo a este sistema solar. Está ahora en órbita alrededor del sol de ustedes. Llegaría aquí en cuestión de días.
La impresión que esto causó fue visible y audible, y ni siquiera Gaum pudo ocultar su sorpresa. Había aquí alguna discrepancia… Este era el único hecho importante que yo había ocultado en Karhide, aun a Estraven.
Si, como se me había hecho entender, los orgotas sabían de mi sólo lo que Karhide había decidido decirles, entonces ésta hubiese sido sólo una de entre muchas sorpresas. Pero no, fue la sorpresa mayor.
—¿Dónde está esa nave, señor? —preguntó Yegey.
—En órbita solar, en algún punto entre Gueden y Kuhurn.
—¿Cómo vino usted desde esa nave?
—En cohete —dijo el viejo Humery.
—Sí, señor. Una nave de las estrellas no desciende en un planeta habitado hasta que hay alianza o comunicación. Así que vine en un pequeño bote cohete que bajó en la isla Horden.
—Y puede usted establecer contacto con la… la nave mayor mediante un aparato común de radio, señor Ai. —Esto de Obsle.
—Sí. —Omití mencionar entonces un pequeño satélite automático, puesto en órbita desde el cohete. No quería darles la impresión de que les había cubierto el cielo con maquinarias. —Se necesitaría un transmisor bastante poderoso, pero ustedes lo tienen.
—¿Entonces podríamos llamar a esa nave?
—Si, con la señal adecuada. La gente de a bordo está en esa condición que llamamos estasis, hibernación podría decirse, de modo que no perderán años mientras esperan que yo lleve a cabo mi tarea. La señal adecuada en la frecuencia de onda adecuada pondrá en movimiento una maquinaria que sacará a la tripulación del estasis; y luego ellos me consultarán por radio o por ansible utilizando a Ollul como centro automático.
Alguien preguntó inquieto:
—¿Cuántos hombres?
—Once.
Hubo un suspiro de alivio, una risa. La tensión se aflojó un poco.
—¿Y si no reciben ninguna señal?
—Saldrán automáticamente del estasis, dentro de unos cuatro años.
—¿Vendrán entonces a buscarlo?
—No si yo no los llamé. Consultarán con los Estables de Ollul y Hain, por medio del ansible. Muy probablemente intentarán probar otra vez, y mandarán otro Enviado. El segundo Enviado encuentra a veces que las cosas son más fáciles que para el primero. Hay menos que explicar, y la gente está más dispuesta a creerle…
Obsle sonrió mostrando los dientes. La mayoría de los otros parecía aún pensativa y en guardia. Gaum me concedió un leve movimiento de cabeza, como si aplaudiera mi rapidez en responder, el gesto de un cómplice. Slose clavaba los ojos brillantes y tensos en alguna visión interior, de la que se volvió abruptamente hacia mí: —¿Cómo —dijo —, señor Enviado, no habló usted de esta otra nave en los dos años que pasó en Karhide?