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—¿Cómo sabemos que no habló? —dijo Gaum, sonriendo.

—Sabemos muy bien que no lo hizo, señor Gaum —dijo Yegey, sonriendo también.

—No hablé —dije —. Y lo explicaré ahora. La idea de esa nave, esperando allá afuera, puede ser alarmante. Creo que algunos de ustedes han sentido lo mismo. Nunca en Karhide llegué a tener bastante confianza con quienes me trataban como para permitirme el riesgo de hablar de esa nave. Aquí ya se ha pensado bastante en mi, y están ustedes decididos a hablarme de un modo franco y en público; no están tan dominados por el miedo. Corro el riesgo ahora porque me parece que ha llegado el momento oportuno, y que Orgoreyn es el sitio oportuno.

—¡Tiene usted razón, señor Ai, tiene usted razón! —dijo Siose con violencia —. Dentro de un mes llamará usted a esa nave, y Orgoreyn le dará la bienvenida como signo y sello de una nueva época. ¡Y los ojos cerrados se abrirán y verán!

Así siguió la tarde, hasta que al fin nos sirvieron la cena. Comimos y bebimos y nos fuimos a casa, yo agotado, aunque complacido con el camino que habían tomado las cosas. Había toques de atención y oscuridades, por supuesto. Slose quería hacer de mi una religión. Gaum quería convertirme en una farsa. Mersen parecía querer probar que no era un agente de Karhide, probando que yo lo era. Pero Obsle, Yegey y algunos otros trabajaban en un nivel más alto. Querían comunicarse con los Estables, y hacer que la nave nafal descendiera en territorio orgota, para persuadir u obligar a la Comensalía de Orgoreyn a aliarse a si misma con el Ecumen. Creían que así Orgoreyn obtendría una amplia y duradera victoria de prestigio sobre Karhide, y que los comensales artífices de esta victoria obtendrían asimismo poder y prestigio en el gobierno. La facción del Comercio Libre, una minoría entre los Treinta y Tres, opuesta a la continuación de la disputa del valle de Sinod, apoyaban en general una política no nacionalista, no agresiva y conservadora. No estaban en el poder desde hacía mucho tiempo, e imaginaban que el camino de vuelta al poder —con ciertos riesgos —podía ser el que yo indicaba. Que no vieran más lejos, que mi misión fuese para ellos un medio y nunca un fin, no importaba mucho. Una vez en marcha ya entenderían a dónde podían ir a parar. Mientras, aunque miopes, eran al menos realistas.

Obsle, hablando para persuadir a otros, había dicho: —Puede ocurrir que Karhide tema el poder que nos dará esta alianza, y como Karhide tiene siempre miedo de las costumbres y las ideas nuevas se aferrará quizá al pasado y quedará atrás para siempre. La alternativa es que el gobierno de Erhenrang pierda el miedo y pida la unión, en segundo lugar, después de nosotros. En cualquier caso el shifgredor de Karhide disminuirá de modo notable, y en cualquier caso estaremos al frente del trineo. Si tenemos la inteligencia de aprovechar la ocasión, ¡nuestra ventaja será permanente y cierta! —En seguida, volviéndose hacia mi: —Pero los ecúmenos tendrán que ayudarnos, señor Ai. Tenemos que mostrarles otras cosas a nuestros pueblos, algo más que usted solo, un hombre, ya conocido en Erhenrang.

—Entiendo, comensal. Usted quiere una prueba contundente, y me gustaría dársela. Pero no puedo llamar a la nave hasta que la seguridad de la nave misma y la voluntad de usted hayan quedado en claro. Necesito el consentimiento y la garantía del gobierno, lo que significa, creo, todo el consejo de la comensalía, en un anuncio público.

Obsle pareció molesto, pero dijo: —Justo.

De regreso con Shusgis, que apenas había intervenido en las conversaciones de la tarde, excepto con su risa jovial, le pregunté de pronto: —Señor Shusgis, ¿qué es el Sarf?

—Una de las oficinas permanentes de la administración interna, investiga registros falsos, viajes no autorizados, cambios de empleo, falsificaciones, esa clase de cosas: hojarasca, basura. Eso es lo que significa sarf en el bajo orgota: basura, un mote.

—¿Entonces los inspectores son agentes del Sarf?

—Bueno, algunos.

—Y la policía, supongo que depende también de la autoridad del Sarf —dije esto con cierta prudencia, y me contestaron del mismo modo.

—Creo que sí. Estoy en la administración externa, por supuesto, y no tengo presente la jurisdicción de todas las oficinas, menos de las internas.

—Hay sin duda alguna confusión. Por ejemplo, ¿qué es esa oficina de Aguas? —Puse así distancia entre nosotros y el tema del Sarf. Lo que Shusgis no había dicho sobre el tema quizá no significara nada para un hombre de Hain, digamos, o el afortunado Chiffevar, pero yo había nacido en la Tierra. No es siempre malo tener antepasados anormales. Un abuelo incendiario puede transmitir un buen olfato para el humo.

Había sido entretenido y fascinante encontrar aquí en Gueden gobiernos tan similares a los de las viejas historias de Terra: una monarquía, una genuina y plena burocracia. Este nuevo desarrollo era también fascinante, pero menos entretenido. Era raro que en la sociedad menos primitiva sonara la nota más siniestra.

De modo que Gaum, para quien yo tenía que ser un mentiroso, era un agente de la policía secreta de Orgoreyn. ¿Sabía que Obsle lo conocía como tal? Sin duda. ¿Era él entonces un agente provocador? ¿Trabajaba en contra o a favor de la facción de Obsle? ¿Cuáles de las treinta y tres facciones del gobierno dominaban en el Sarf o eran dominadas por él? Seria bueno que yo lo supiera, pero me costaría algún trabajo. Mi camino, que por un tiempo había parecido tan esperanzado y claro, estaba a punto de complicarse en meandros tortuosos, como antes en Erhenrang. Todo había ido bien, pensé, hasta que Estraven se me apareció la noche anterior a mi lado como una sombra.

—¿Cuál es la posición del señor Estraven aquí en Mishnori? —le pregunté a Shusgis, que se había recostado en el asiento del coche silencioso, como dormitando.

—¿Estraven? Aquí lo llaman Har, sabe usted. No tenemos títulos en Orgoreyn, abandonamos todo eso en la Nueva Época. Bueno, está ahora bajo la dependencia del comensal Yegey, entiendo.

—¿Vive aquí?

—Así lo creo.

Yo iba a decir que era raro haberlo encontrado en casa de Slose la noche anterior, y no hoy en casa de Yegey, cuando vi que a la luz de nuestra breve entrevista matinal no era ya tan raro. Sin embargo, la idea de que habían decidido mantener alejado a Estraven me hizo sentir incómodo.

—Lo encontraron —dijo Shusgis, reinstalando las anchas caderas en el asiento blando —en el sur, en una fábrica de cola o de conserva de pescado o un sitio parecido, y le dieron una mano para sacarlo del albañal. Algunos de los hombres de Comercio Libre, quiero decir. Claro está, Estraven les sirvió de veras cuando estaba en el kiorremi y era primer ministro, y lo apoyan ahora. Aunque creo que lo hacen sobre todo para molestar a Mersen. ¡Ja, ja! Mersen es un espía de Tibe, y piensa como es natural que nadie lo sabe, pero todos lo saben, y no puede tolerar la vista de Har. Piensa o que es un traidor o un agente doble, y no está seguro, y no puede arriesgar su propio shifgredor averiguándolo. ¡Ja, ja!

—¿Y quién es Har para usted, señor Shusgis?

—Un traidor, señor Ai. Puro y simple. Cedió los derechos de su pueblo al valle de Sinod sólo para impedir que Tibe accediera al poder, pero no fue bastante hábil. Se ha encontrado aquí con un castigo peor que el exilio. ¡Por las tetas de Meshe! Si juega usted contra sí mismo, es obvio que perderá la partida. Esto es lo que estas gentes sin patriotismo, meros egoístas, no alcanzan a ver. Aunque supongo que a Har no le importa mucho dónde está, siempre que pueda seguir aspirando a alguna clase de poder. No lo ha hecho tan mal aquí, como usted ve, luego de cinco meses.

—No tan mal.

—¿Usted tampoco le tiene confianza, eh?

—No, no se la tengo.

—Me alegra oírlo, señor Ai. No veo por qué Yegey y Obsle se aferran a ese hombre. Es un traidor probado, que ha buscado siempre su propio provecho, y que tratará de subirse al trineo de usted hasta que pueda seguir solo. Así lo veo. Bien. ¡No sé si yo lo invitaría a subir conmigo un rato si él me lo pidiera! —Shusgis bufó y asintió con vigorosos movimientos de cabeza, y me sonrió, la sonrisa de un hombre virtuoso a otro. El coche corría fácilmente por las calles anchas y bien iluminadas. La nieve de la mañana se había fundido ya, y sólo quedaban unos montones sucios junto a las alcantarillas. Llovía ahora, una llovizna fría.