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La lluvia oscurecía los grandes edificios del centro de Mishnori, oficinas de gobierno, escuelas, templos yomesh, que parecían fundirse a la luz líquida de los faroles. Las esquinas eran borrosas; las fachadas veteadas, salpicadas, embarradas. Había algo fluido, insustancial en la pesadez misma de esta ciudad de monolitos: ese estado monolítico donde las partes y el todo llevan el mismo nombre. Y Shusgis, mi jovial anfitrión, un hombre pesado, sustancial, era también de algún modo, en los ángulos y filos, un poco vago, un poco —sólo un poco —irreal.

Desde que yo había cruzado en coche los campos amplios y dorados de Orgoreyn, cuatro días atrás, iniciando así mi marcha hacia los santuarios interiores de Mishnori, había estado advirtiendo la falta de algo. ¿Qué? Me sentía aislado. No había sentido frío últimamente. Aquí mantenían siempre una temperatura agradable en los cuartos. No había comido con placer últimamente. La comida orgota era insípida, pero no era eso importante. ¿Pero por qué las gentes con quienes yo me encontraba, bien o mal dispuestas hacia mi, me parecían también insípidas? Había verdaderas personalidades entre ellos: Obsle, Slose, el hermoso y detestable Gaum, y sin embargo a todos ellos les faltaba una cierta cualidad, alguna dimensión humana, y no alcanzaban a convencer. No eran del todo sólidos.

Parecía, pensé, que no arrojaran sombras.

Esta especie de especulación de alto vuelo es parte esencial de mi trabajo. Sin esa capacidad nadie puede llevar el título de móvil, y yo había sido formalmente entrenado en Hain, donde le dan el digno título de visión de largo alcance. Lo que se busca de este modo es percepción intuitiva de toda una moral, y tiende así a expresarse no tanto en símbolos racionales como en metáforas. Nunca fui un intuitivo excepcional, y esta noche me sentía muy fatigado y no me tenía confianza. Cuando estuve de vuelta en mis habitaciones me refugié en una ducha caliente. Aun entonces sentí una vaga intranquilidad, como si el agua caliente no fuese del todo real y digna de confianza, y no se pudiese contar con ella.

11. Soliloquios en Mishnori

Mishnori. Stred susmi. No soy hombre de esperanzas, y sin embargo todo trae esperanza. Obsle comercia y regatea con los otros comensales, Yegey lisonjea, Siose busca prosélitos, y la corte de seguidores crece. Son hombres astutos, y manejan bien sus propias facciones. Sólo siete de los Treinta—y—tres son partidarios del Comercio Libre, del resto Obsle cree que podría ganar el apoyo de otros diez, obteniendo así simple mayoría.

Uno de ellos parece de veras interesado en el Enviado: el Csl. Idepen del distrito de Eynyen, que ha mostrado curiosidad acerca de la misión desde los días en que estaba encargado de censurar las emisiones de radio de Erhenrang. Parece llevar en la conciencia el peso de estas supresiones. Le propuso a Obsle que los Treinta—y—tres hagan pública la invitación a la nave de las estrellas, no sólo a los conciudadanos de Orgoreyn sino también a Karhide, pidiéndole a Argaven que sume la voz de Karhide a esa invitación. Un plan noble, que no irá adelante. No le pedirán a Karhide que se sume a nada.

Los hombres del Sarf que se cuentan entre los Treinta—y—tres se oponen como es de esperar a tomar en consideración la presencia y misión del Enviado. En cuanto a los indiferentes y no comprometidos que Obsle espera atraer a su propio partido, pienso que temen al Enviado, tanto como Argaven y los miembros de la corte, y con esta diferencia: Argaven pensaba que el Enviado estaba loco, como él mismo, mientras que los hombres de Mishnori piensan que es un mentiroso, como ellos mismos. Temen ser víctimas de una patraña en público, una patraña ya rechazada por Karhide, una patraña quizá inventada por Karhide. Pasan la invitación, la hacen pública, y a qué se reduce el shifgredor cuando no viene ninguna nave de las estrellas.

En verdad Genly Ai nos exige una confianza extraordinaria. Para él, claro está, no es extraordinaria.

Y Obsle y Yegey piensan que la mayoría de los Treinta—y—tres se convencerá al fin y confiará en el Enviado. No sé por qué tengo menos esperanzas que ellos. Quizá yo no quiera en el fondo que Orgoreyn pruebe de este modo ser más ilustrado que Karhide, corriendo el riesgo, ganando alabanzas, y dejando a Karhide en la sombra. Si esto es envidia patriótica, me llega demasiado tarde; en cuanto vi que Tibe me desalojaría pronto hice todo lo que pude para asegurar el viaje del Enviado a Orgoreyn, y aquí en el exilio he hecho todo lo posible para que ellos lo apoyen.

Gracias al dinero que me ha traído de Ashe puedo vivir de nuevo de mis propios recursos, como «unidad», no «dependiente». No voy a más banquetes, y no me muestro en público con Obsle y otros partidarios del Enviado, y no he visto al Enviado mismo durante más de medio mes, desde su segundo día en Mishnori.

El Enviado me dio el dinero de Ashe como alguien que paga a un asesino. Pocas veces sentí tanta cólera, y lo insulté deliberadamente. El sabía que yo estaba enojado, pero no entendió quizá que yo lo insultaba; pareció que aceptaba un consejo, aun dado de ese modo, y cuando me serené vi esto, y me preocupé. ¿Es posible que todo ese tiempo en Erhenrang haya buscado mi consejo no sabiendo cómo decírmelo? Si es así, entonces el Enviado tiene que haber entendido mal la mitad y nada del resto de lo que le dije en el palacio, junto al fuego, la noche que siguió a la ceremonia de la clave del arco. El shifgredor de este hombre ha de tener otro fundamento, composición y sustancia que el nuestro; y cuando yo me creía más directo y franco, él quizá me ha encontrado más sutil y oscuro.

Esta torpeza es ignorancia, y esta arrogancia es ignorancia. Nos ignora: lo ignoramos. El es infinitamente extraño, y yo un tonto, permitiendo que mi sombra caiga sobre la luz que nos trae. Mantendré baja mi mortal vanidad. No me cruzaré en su camino, pues esto es claramente lo que él quiere. Tiene razón. Un karhíder traidor y exiliado no acredita la causa.

De acuerdo con la ley orgota de que toda «unidad» ha de tener empleo, trabajo desde la hora octava al mediodía en una fábrica de plásticos. Trabajo fáciclass="underline" manejo una máquina que junta y pega piezas de plástico formando cajitas transparentes. No sé para qué son esas cajitas. A la tarde, encontrándome un poco embotado, retomo las viejas disciplinas que aprendía en Roderer. Me alegra ver que no he perdido mi habilidad en despertar la fuerza doza, o entrar en intrance, pero no he obtenido mucho con el intrance, y en cuanto a las habilidades de la inmovilidad y el ayuno, es como si nunca las hubiese aprendido, y tengo que empezar todo de nuevo, como una criatura. He ayunado un día y el vientre me chilla: ¡Una semanal ¡Un mes!

Las noches son heladas ahora. Anoche un viento duro trajo una lluvia helada. Toda la tarde pensé en Estre, y el sonido del viento era como el viento que sopla allá. Le escribí hoy a mi hijo una larga carta. Mientras le escribía tuve una y otra vez la impresión de que Arek estaba allí, conmigo, y que sólo me faltaba volver la cabeza para verlo. ¿Por qué escribo estas notas? ¿Para que mi hijo las lea? Poco bien le harían. Quizá escribo para escribir en mi propio idioma.

Harhahad susmí. La radio no ha mencionado todavía al Enviado; ni una palabra. Me pregunto si Genly Ai ve que en Orgoreyn, a pesar del vasto aparato visible de gobierno, nada se hace de modo visible, nada se dice en voz alta. La maquinaria oculta las maquinaciones.