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¿Pensó Gaum realmente que yo me vendería por unas monedas? Cree entonces que estoy muy inquieto; lo que en verdad hace que me sienta inquieto.

Malditos, estos hombres poco limpios. No hay un hombre limpio entre todos ellos.

Odsordni susmi. Esta tarde Genly Ai habló en la Sala de los Treinta—y—tres. No se permitió la presencia de público, ni lo transmitieron por radio, pero Obsle me llamó más tarde y me hizo escuchar su propia grabación. El Enviado habló bien, con un candor y un apremio conmovedores. Hay en él una inocencia que yo he llamado otras veces extraña y tonta; sin embargo, en algunos momentos esa aparente inocencia se muestra como una sabia disciplina y una amplitud de propósito que me dejan sin aliento. En la voz del Enviado había un pueblo astuto y magnánimo, un pueblo que ha cambiado en sabiduría una profunda, vieja, terrible y extraordinariamente variada experiencia. Pero él mismo es joven, impaciente, inexperto. Está por encima de nosotros, y ve más allá, pero no tiene más altura que la del hombre.

Habla mejor ahora que en Erhenrang, de un modo más simple y más sutil; ha aprendido su trabajo haciéndolo, como todos nosotros.

El discurso del Enviado fue interrumpido a menudo por miembros de la facción dominante, exigiendo que el presidente hiciese callar a este lunático, lo echara a la calle, y comenzaran a tratarse los asuntos del día. Csl. Yemembey fue el más estrepitoso y quizá espontáneo: —¿No se ha creído usted este guichi michí? —le rugía a Obsle. Las interrupciones deliberadas, difíciles de seguir a veces en la cinta, vinieron sobre todo de Kaharosile, me dijo Obsle. Cito de memoria:

Alshel (presidiendo): —Señor Enviado, encontramos que esta información y las proposiciones de los señores Obsle, Slose, Idepen, Yegey y otros es muy interesante, muy estimulante. Sin embargo, necesitamos algo más. (Risas.) Como el rey de Karhide tiene ese… vehículo de usted guardado bajo llave, y no podemos verlo, ¿no sería posible para usted, como ya se sugirió, traer esa… nave de las estrellas? ¿Cómo lo llaman ustedes?

Ai: —Nave de las estrellas es un buen nombre, señor.

Alsheclass="underline" —Oh, ¿cómo lo llaman ustedes?

Ai: —Bueno, el nombre técnico es nafal—20—cetiano.

Voz: —¿Está seguro de que no es el trineo de San Petete? (Risas.)

Alsheclass="underline" —Por favor. Sí. Bueno, si puede traer esa nave a nuestro suelo, a un suelo sólido podríamos decir, de modo que pudiésemos tener algo más sustancial.

Voz: —¡Tripa de pescado sustancial!

Ai: —Quisiera de veras traer aquí esa nave, señor Alshel, como prueba y testigo de nuestra recíproca buena fe. Sólo espero el anuncio público preliminar de ustedes.

Kaharosile: —¿No ven ustedes, comensales, de qué se trata aquí? No es sólo una broma estúpida. Hay una intención: burlarse públicamente de nuestra credulidad, nuestra bobería, nuestra estupidez; una intención maquinada con increíble impudicia por esta persona que tenemos hoy delante de nosotros. Ustedes saben que viene de Karhide. Ustedes saben que es un agente de Karhide. Pueden ver que es una desviación sexual de un tipo que en Karhide no se cura, a causa de la influencia del culto de las Tinieblas, y que a veces se lo crea artificialmente para las orgías de los profetas. Y sin embargo cuando dice «Soy del espacio exterior», algunos de ustedes cierran los ojos, humillan la inteligencia, ¡y creen! Nunca hubiera pensado que fuese posible, etcétera, etcétera.

Por lo que se oye en la cinta, Ai aguantó con paciencia escarnios y ataques. Obsle dice que se las arregló bien; yo esperaba afuera a que terminara la sesión, y cuando salieron vi que Ai tenía una expresión sombría y meditabunda. No podía ser de otro modo.

Mi impotencia es intolerable. Fui uno de los que puso en marcha esta máquina, y ahora funciona como quiere. Me escabullo embozado por las calles para echar una mirada al Enviado. En beneficio de esta vida solapada e inútil abandoné poderes, dinero, amigos. Qué insensato eres, Derem.

¿Por qué no descanso al fin mi corazón en algo posible?

Odeps susmi. El dispositivo transmisor que Genly Ai ha puesto ahora en manos de los Treinta—y—tres, y al cuidado de Obsle, no cambiará ningún criterio. Es indudable que funciona, como dice el Enviado, pero si el Shorst Real de Matemática dice: «No entiendo principios», ningún otro matemático o ingeniero orgota entenderá más, y nada será probado o desaprobado. Resultado admirable, si estuviésemos en una fortaleza de los handdaras, pero, ay, hemos de ir adelante perturbando la nieve, probando y desaprobando, preguntando y respondiendo.

Una vez más insistí ante Obsle sobre la posibilidad de que Ai llame por radio a esa nave, despierte a la gente de a bordo, y les pida que hablen a los comensales en transmisión directa a la Sala de los Treinta—y—tres. Esta vez Obsle tenía una razón para negarse:

—Escuche, Estraven querido. La radio la maneja aquí el Sarf, ya lo sabe. No tenemos la menor idea, ni siquiera yo, de cuál es la gente de comunicaciones que pertenece al Sarf; la mayoría, sin duda, pues sabemos que operan los transmisores y receptores en todos los niveles, incluidos los servicios técnicos y de reparaciones. Podrían bloquear o falsificar cualquier transmisión, y lo harían así, ¡y eso si hay transmisión! ¿Se imagina la escena, en la Sala? Nosotros, «los del espacio exterior», víctimas de nuestra propia mentira, escuchando sofocados una catarata de estática, y nada más, ninguna respuesta, ningún mensaje?

—¿Y no tiene usted dinero para pagar a un técnico amigo o para sobornar a alguien? —pregunté, pero fue inútil. Obsle cuida ahora de su propio prestigio. No es el mismo conmigo. Si cancela la recepción de esta noche al Enviado, puede temerse lo peor.

Odarhad susmí. Obsle canceló la recepción.

Esta mañana fui a ver al Enviado, en apropiado estilo orgota. No abiertamente, en casa de Shusgis, donde pululaban sin duda los agentes del Sari, siendo Shusgis uno de ellos, sino en la calle, de modo azaroso, estilo Gaum, solapado y furtivo. —Señor Ai, ¿me oiría usted un momento?

Ai miró alrededor, sobresaltado, y se alarmó al verme. Al cabo de un momento dijo: —¿Qué pretende usted, señor Har? Sabe que no puedo confiar en lo que me diga… desde Erhenrang…

Esto me pareció cándido, nada penetrante. Sin embargo, era penetrante también; Ai entendía que yo quería darle un consejo, no pedirle algo, y había hablado para no ofender mi orgullo.

—Dije entonces: —Estamos en Mishnori, no en Erhenrang; pero el peligro en que está usted es el mismo. Si no convence a Obsle o a Yegey de que le permitan hablarle a la nave, de modo que la gente de a bordo pueda apoyar las declaraciones de usted sin correr riesgos, entonces opino que debiera recurrir usted a su propio instrumento, el ansible, y pedirle a la nave que baje en seguida. El riesgo será menor entonces para ellos que ahora para usted.

—Las discusiones de los comensales acerca de mis mensajes han sido secretas. ¿Qué sabe usted de mis «declaraciones», señor Har?

—El problema de mi vida ha sido averiguar…

—Pero aquí no es un problema suyo, señor. Corresponde a los comensales de Orgoreyn…

—Le digo que la vida de usted corre peligro, señor Ai —dije. Ai no respondió y lo dejé.

Debía de haberle hablado hace días. Es demasiado tarde. El miedo corroe de nuevo la misión del Enviado, y mi esperanza. No el miedo a lo desconocido, lo extraño, no aquí. A estos orgotas les falta inteligencia, espíritu, para temer lo que es verdadera e inmensamente extraño. Ni siquiera lo ven. Miran al hombre de otro mundo ¿y qué ven? Un espía de Karhide, un perverso, un agente, una irrisoria unidad política, como ellos mismos.

Si Ai no llama a la nave en seguida, será demasiado tarde. Quizá ya es demasiado tarde. La culpa es mía. No he hecho nada bien.

12. Del tiempo y de la oscuridad