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Ottormenbod dern: Nieva neserem. Hemos dormido lo suficiente. Ai me enseñó un juego terrestre que se juega en casillas con piedrecitas; lo llaman go, y es un juego excelente y difícil. Como dice Ai, sobran aquí las piedras para jugar al go.

Ai resiste el frío bastante bien, y si el coraje bastara, lo soportaría como una lombriz de nieve. Es raro verlo envuelto en la túnica y el abrigo con la capucha puesta cuando el frío no es inferior a los quince grados bajo cero; pero cuando viajamos, si hay sol y el viento no es demasiado cortante, pronto se saca el abrigo y suda como uno de nosotros.

En la tienda hemos llegado a una solución de compromiso. Ai quiere mantenerla caliente, yo fría, y la comodidad de uno es una pulmonía del otro. Hemos encontrado un punto medio, y Ai tiembla fuera del saco de dormir, mientras que yo me sofoco en el mío; pero considerando las distancias que hemos recorrido para compartir esta tienda un rato, lo hacemos bastante bien.

Gedeni danern. Ha aclarado luego de la cellisca; amainó el viento; el termómetro alrededor de los diez grados bajo cero todo el día. Hemos acampado en los bajos de la vertiente oriental del volcán más próximo: el monte Dremegole en mi mapa de Orgoreyn. El compañero del otro lado del río de hielo es el Drumner. El mapa está muy mal trazado; hay un pico alto que asoma al oeste y que no aparece en el mapa, y las proporciones son todas erróneas. Los orgotas, es evidente, no vienen a menudo a las Tierras del Fuego. En verdad, no hay muchas razones para venir excepto la grandiosidad del escenario. Hoy hemos recorrido dieciocho kilómetros, trabajo difíciclass="underline" roca desnuda. Ai se durmió temprano. Me he lastimado el tendón de un tobillo: metí el pie entre dos piedras y traté de sacarlo tironeando como un loco; anduve cojeando a la tarde. El descanso de la noche me curará del todo. Mañana bajaremos al glaciar.

Nuestras provisiones de alimentos parecen haber disminuido de un modo alarmante, pero es porque hemos estado consumiendo las cosas de mayor bulto. Teníamos alrededor de unos cincuenta kilos de comida; la mitad era producto de mis robos en Turuf: treinta kilos han desaparecido ya, luego de quince días de viaje. Hemos empezado a comer guichi michi a razón de medio kilo por día, dejando para más adelante dos sacos de germen de kadik, un poco de azúcar y una caja de pasteles secos de pescado. Me alegra haberme librado de esos pesados bultos de Turuf. El trineo es más liviano ahora.

Sordnz danern. Cinco grados bajo cero; lluvia helada, viento que desciende al río de hielo y sopla como dentro de un túnel. Acampamos a quinientos metros de la orilla, en una veta larga y chata de nieve reciente. El descenso del Dremegole es abrupto y empinado, rocas desnudas y pedregales; en el borde del glaciar hay muchas hendeduras, con tanta grava y pedruscos apresados por el hielo que también aquí probamos las ruedas. Antes de marchar cien metros una rueda se atascó doblando el eje. De ahí en adelante recurrimos a los patines. Hoy no viajamos más de seis kilómetros, alejándonos todavía de nuestro rumbo. El glaciar parece moverse en una larga curva hacia el Oeste y la meseta del Gobrin. Aquí el espacio entre los volcanes es de más de seis kilómetros, y no ha de ser difícil continuar hacia el centro, aunque hay demasiadas grietas, y la superficie es muy irregular.

El Drumner está en erupción. La cellisca que nos moja los labios tiene sabor a humo y azufre. Una oscuridad se cernió todo el día en el Oeste, aun bajo las nubes de lluvia. De cuando en cuando todas las cosas, las nubes, la lluvia, el hielo, el aire, se vuelven de un color rojo apagado; luego recobran lentamente el color gris. El glaciar se extiende un poco a nuestros pies.

Eskichve rem ir Her ha supuesto que la actividad volcánica en el noroeste de Orgoreyn y en el archipiélago ha estado aumentando en los últimos diez o veinte milenios, y presagia el fin del hielo, o por lo menos una recesión y un periodo interglacial. El CO2 liberado por los volcanes en la atmósfera será con el tiempo una capa aisladora que conservará las ondas largas de energía calórica reflejadas desde la tierra, y permitirá que el calor solar nos llegue directamente. La temperatura media del mundo, dice, subirá al fin unos quince grados, hasta alcanzar los veinte grados centígrados. Me alegra no estar presente entonces. Ai dice que teorías similares se han propuesto en la Tierra para explicar la recesión todavía incompleta de la última Edad de Hielo. Todas esas teorías son en gran parte irrefutables e indemostrables; nadie sabe con certeza por qué viene el hielo, por qué se va. Nadie ha hollado la Nieve de la Ignorancia.

Sobre el Drumner, ahora, en la oscuridad, arde un palio de fuegos opacos.

Eps danern. El medidor indica hoy veintitrés kilómetros, pero no estamos a más de doce en línea recta desde el campamento de anoche. No salimos todavía del paso de hielo entre los dos volcanes. El Drumner está en erupción. Sierpes de fuego bajan arrastrándose por las laderas oscuras, visibles cuando el viento barre las turbulencias de las nubes de ceniza, humo y vapores blancos. Continuamente, sin pausa, hay un siseo en el aire; un sonido tan prolongado e intenso que es difícil oírlo cuando uno se detiene a escuchar; y sin embargo ocupa y colma todos los intersticios de tu propio ser. El glaciar tiembla día y noche, cruje y rechina, se estremece bajo nuestros pies. Todos los puentes de nieve que la ventisca pudo haber levantado sobre las hendeduras han desaparecido ahora, destruidos, derribados por estos golpes y sacudidas del hielo y de la tierra bajo el hielo. Vamos hacia atrás y adelante, buscando el fin de una grieta que podría devorarse el trineo entero, y luego buscando el fin de la grieta siguiente. Tratando de ir hacia el norte y obligados siempre a ir hacia el este o el oeste. Sobre nosotros el Dremegole, en simpatía con los trabajos del Drumner, gime y echa un humo fétido.

La cara de Ai estaba cubierta de escarcha esta mañana: nariz, orejas, barbilla, todo de un gris muerto. Acerté a mirarlo y le friccioné la cara reavivándole la circulación, pero hemos de tener más cuidado. El viento que baja del cielo es mortal en verdad, y tenemos que darle la cara mientras subimos.

Me alegraré cuando salgamos de este brazo de hielo hendido y arrugado. Las montañas tienen que mirarse, y no oírse.

Arhad danern. Un poco de nieve sove, entre los cinco y los diez grados bajo cero. Hemos hecho hoy diecinueve kilómetros, y ocho de ellos provechosos; el borde del Gobrin se ve ahora más cerca, en el norte, encima. Notamos ahora que el río de hielo tiene kilómetros de ancho: el «brazo» entre el Drumner y el Dremegole es sólo un dedo, y nos encontramos en el dorso de la mano. Mirando desde aquí hacia atrás se ve el glaciar hendido, dividido, desgarrado y atravesado por los picos negros y humeantes. Mirando hacia adelante el glaciar se hace más ancho, alzándose y curvándose lentamente, empequeñeciendo los bordes oscuros de tierra, y al fin encuentra la pared de hielo allá arriba, debajo de velos de nubes y humo y nieve. Hollín y cenizas caen ahora junto con la nieve, y hay restos de escoria dentro y fuera del hielo; una superficie adecuada para caminar, pero bastante abrupta para el trineo, y los patines ya necesitan una capa de barniz plástico. Dos o tres veces unos proyectiles volcánicos cayeron en el hielo cerca de nosotros. Sisean ruidosamente cuando golpean la superficie, y arden abriendo agujeros en el hielo. Las cenizas caen acompasadamente, junto con la nieve. Nos arrastramos con paso infinitesimal hacia el norte, a través del caos de un mundo que se hace a sí mismo.

Alabada sea la creación inconclusa.

Nederhad danern. No nieva. desde la mañana; nublado y ventoso, y aproximadamente diez grados bajo cero. El glaciar múltiple fluye descendiendo a un valle desde el oeste, y nosotros nos encontramos ahora en la extrema orilla occidental. El Dremegole y el Drumner han quedado de algún modo a nuestras espaldas, aunque una cresta afilada del Dremegole todavía se alza al este de nosotros, casi al nivel de los ojos. Hemos trepado y nos hemos arrastrado hasta un punto en que hemos de escoger entre seguir el curso del glaciar en una larga curva hacia el oeste, subiendo así poco a poco hasta la meseta del hielo, o ascender a los acantilados de hielo, a un kilómetro y medio del campamento de esta noche, ahorrándonos así treinta o cuarenta kilómetros de viaje, a costa de un cierto riesgo.