—¿Sabes lo que quería hacer, cuando sentí la urgencia de venir a la ciudad? Quería advertir a la gente… prevenirle que siguiera las viejas tradiciones, que regresara a las leyes del Alma Suprema o este lugar ardería.
—¿Qué lugar? —preguntó Luet con renovada intensidad.
—Este lugar. Basílica. La ciudad. Es lo que vi arder. De nuevo Padre guardó silencio, mirándole los ojos ardientes.
—No la ciudad —dijo al fin—. La ciudad fue sólo la imagen que aportó mi mente, ¿verdad? No la ciudad. El mundo entero. Toda Armonía, en llamas.
—La Tierra —jadeó Rasa.
—Oh, por favor —bufó Nafai. Ahora Madre iba a asociar la visión de Padre con esa vieja monserga de que el Alma Suprema había incinerado el planeta originario para castigar a la humanidad por algún fallo contra el cual el narrador deseaba predicar. El mito coercitivo multiuso: Si no hacéis lo que yo digo (es decir, lo que dice el Alma Suprema) el mundo entero arderá.
—Yo no vi el fuego —dijo Luet, ignorando a Nafai—. Quizá no hayamos visto lo mismo.
—¿Qué has visto? —preguntó Padre.
Nafai se irritó al ver que la trataba con tanto respeto.
—Vi el Lago Hondo de Basílica, cubierto de sangre y ceniza.
Nafai aguardó a que ella terminara. Pero la niña no dijo más.
—¿Eso es todo? ¿Nada más? —Nafai se levantó, dispuesto a marcharse—. Es magnífico veros comparar visiones. Yo vi una ciudad en llamas. Vaya, pues yo vi un lago cubierto de porquerías.
Luet se levantó para observarlo. No, para erguirse sobre él. Lo cual era ridículo, pues Nafai le llevaba casi medio metro.
—Sólo te opones a mí porque no quieres creer lo que te dije acerca de Eiadh —dijo acaloradamente.
—Eso es ridículo —respondió Nafai.
—¿Tuviste una visión con Eiadh? —preguntó Rasa.
—¿Qué tiene que ver Eiadh con Nyef? —preguntó Issib. Nafai odiaba a la niña por haber mencionado ese asunto ante la familia.
—Puedes inventar lo que quieras acerca de los demás, pero te aconsejo que no me incluyas.
—Ya basta —dijo Padre—. Hemos terminado. Rasa lo miró sorprendida.
—¿Me das órdenes en mi propia casa?
—Doy órdenes a mis hijos.
—Tienes autoridad sobre tus hijos, naturalmente —dijo Madre sonriendo, aunque por el tono de voz era evidente que estaba irritada—. Sin embargo, en mi casa sólo veo a mis alumnos.
Padre asintió, aceptando la reconvención, y se levantó para irse.
—Entonces me marcharé… Espero que eso me esté permitido.
—Puedes marcharte, mi adorado compañero, siempre que prometas regresar.
Por toda respuesta, él le besó la mejilla.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó ella.
—Lo que el Alma Suprema me pidió que hiciera.
—¿Es decir…?
—Advertir a la gente que regrese a las leyes del Alma Suprema o el mundo arderá. Issib estaba anonadado.
—Es una locura, Padre.
—Estoy harto de oír esa palabra de labios de mis hijos.
—Pero… los profetas del Alma Suprema no dicen esas cosas. Son como los poetas, aunque sus metáforas contienen una lección moral o celebran al Alma Suprema o …
—Issya —dijo Wetchik—, toda mi vida he escuchado esas presuntas profecías, así como los salmos, parábolas y sermones de los sacerdotes, y siempre pensé que si eso era todo lo que Alma Suprema tenía que decir, no valía la pena escuchar. ¿Por qué se molestaba en hablar si eso era todo lo que tenía en mente?
—Entonces, ¿por qué nos enseñaste a hablar con el Alma Suprema? —preguntó Issib.
—Porque creía en las antiguas leyes. Y yo hablaba con Alma Suprema, aunque más para aclararme las ideas que porque creyera que me estaba escuchando. Pero anoche, o esta mañana, tuve una experiencia que jamás había imaginado. Ni siquiera supe qué era hasta que hablé con Luet. Ahora sé qué se siente cuando la voz del Alma Suprema resuena en tu interior. No es nada parecido a las peroratas de esos poetas, soñadores y farsantes que anotan sus ocurrencias y luego las venden como profecías. Lo que estaba en mí no era yo mismo, y Luet me ha mostrado que ella oye la misma voz en su interior. Significa que el Alma Suprema es real y vive.
—Quizá —replicó Issib—. Pero eso no nos indica qué es.
—Es el custodio del mundo —dijo Wetchik—. Me pidió que ayudara. Me ordenó que ayudara. Y lo haré.
—Eso es jerigonza de los sacerdotes —protestó Issib—. Tú no sabes nada de eso. Tú cultivas plantas exóticas. Padre desechó las objeciones de Issib con un gesto.
—Si el Alma Suprema necesita que yo sepa algo, me lo dirá.
Padre enfiló hacia la puerta. Nafai lo siguió a pocos pasos.
—Padre —dijo.
Padre esperó.
El problema era que Nafai no sabía qué decir. Sólo que tenía que decirlo. Que había una pregunta muy importante cuya respuesta necesitaba. Pero ignoraba cuál era la pregunta.
—Padre —repitió.
—¿Sí?
Y como Nafai no pudo expresar la pregunta verdadera, la pregunta profunda, la pregunta importante, hizo la única pregunta que se le ocurrió.
—¿Qué debo hacer?
—Observar las antiguas tradiciones del Alma Suprema —respondió Padre.
—¿Qué significa eso?
—O el mundo arderá.
Y Padre se marchó. Nafai se quedó mirando la puerta y al fin se volvió hacia los demás. Todos lo miraban a él, como si esperaran que hiciera algo.
—¿Qué hay? —preguntó.
—Nada —dijo Madre. Se levantó del asiento que ocupaba a la sombra del árbol kaplya—. Todos volveremos a nuestras labores.
—¿Eso es todo? —preguntó Issib—. Nuestro padre, tu compañero, acaba de decirnos que el Alma Suprema le habla, ¿y nosotros debemos regresar a los estudios?
—No entendéis, ¿verdad? —dijo Madre—. Habéis vivido todos estos años como hijos míos, como alumnos míos, pero sólo sois un par de mozuelos que merodean por las calles de Basílica buscando una mujer complaciente y una cama donde pasar la noche.
—¿Cómo que no entendemos? —pregunto Nafai—. El hecho de que las mujeres toméis en serio a esta brújula no significa que…
—Yo estuve en las aguas profundas —dijo Madre con voz metálica—. Los hombres podéis fingir que el Alma Suprema está distraída o durmiendo, o que es sólo una máquina que compila nuestras transmisiones y las envía a las bibliotecas de las ciudades. Sea cual fuere vuestra teoría, no cambiará la verdad. Para mí, y para casi todas las mujeres de esta ciudad, el Alma Suprema está viva. Al menos como guardiana de los recuerdos de este mundo. Todos recibimos esos recuerdos cuando bajamos al agua. A veces parecen caprichosos, a veces recibimos exactamente el recuerdo que necesitamos. El Alma Suprema mantiene la historia del mundo tal como fue vista por los ojos de otros. Sólo unas pocas, como Luet y Hushidh, reciben sabiduría del agua, y aún menos reciben visiones de cosas reales que todavía no han sucedido. Desde que murió la gran Izumina, Luet es la única vidente que conozco en Basílica. Así que, en efecto, la tomamos muy en serio.
¿Las mujeres bajan al agua y reciben visiones? Era la primera vez que Nafai oía describir una parte del culto del lago. Siempre había supuesto que el culto de las mujeres era como el de los hombres: un modo físico, ascético, doloroso y desapasionado de descargar las emociones. En cambio todas eran místicas. Lo que para un hombre era leyenda o locura ocupaba el centro de la vida de una mujer. Nafai tuvo la sensación de que las mujeres pertenecían a otra especie. La pregunta era quiénes eran los humanos: las mujeres o los hombres. ¿Los hombres, racionales pero brutales? ¿O las mujeres, irracionales pero tiernas?
—Hay una sola cosa más rara que una muchacha como Luet —dijo Madre—, y es un hombre que oiga la voz del Alma Suprema. Ahora sabemos que tu padre oye, pues Luet lo ha confirmado. No sé qué desea el Alma Suprema, ni por qué ha hablado a tu padre, pero tengo sabiduría suficiente para comprender que es importante.