—¿Por qué prefieres perder tiempo con un pequeñín lampiño y ñoño? Mejor fuera follar sin freno con un vejete feo y fogoso, y así asimilar su Alma Suprema.
—De acuerdo —intervino el autor—. Funcionará. Ahora veamos la escena de la calle.
Otro grupo de enmascarados subió al escenario. Nafai cruzó el parque para acercarse a Mebbekew, quien, con la máscara puesta, ya estaba garabateando nuevos diálogos en un papel.
—Meb.
Meb se volvió sorprendido, tratando de ver mejor a través de los pequeños orificios de la máscara.
—¿Cómo me has llamado? —Entonces vio que era Nafai. Se levantó de un brinco y trató de alejarse—. Aléjate de mí, mequetrefe.
—Meb, tengo que hablar contigo. Mebbekew siguió caminando.
—¡Antes de que actúes esta noche en la obra! —gritó Nafai. Meb se volvió bruscamente.
—No es una obra, es una sátira. No soy un actor, soy un enmascarado. Y tú no eres mi hermano, eres un torpe. La furia de Meb lo desconcertó.
—¿Qué te he hecho? —preguntó Nafai.
—Te conozco, Nyef. Siempre terminas contándoselo todo a Padre.
Como si Padre al fin no fuera a averiguar que su hijo participaba en una sátira destinada a ridiculizarlo ante toda la ciudad.
—Lo que me saca de quicio —dijo Nafai— es que sólo te importan tus problemas. No tienes la menor lealtad hacia la familia.
—Esto no perjudica a mi familia. Las máscaras son un buen modo de iniciarse como actor, me permiten ganarme la vida y de vez en cuando me procuran un poco de respeto y placer, mucho más de lo que jamás obtuve trabajando para Padre.
¿De qué hablaba Meb?
—No me molesta que seas enmascarado. Más aún, me parece magnífico. Hoy he venido aquí porque yo también pensaba intentarlo.
Meb se quitó la máscara y lo miró de arriba abajo.
—Tu cuerpo puede funcionar en el escenario. Pero aún tienes voz de chiquillo.
—Mebbekew, eso no importa ahora. No importan las máscaras. ¡Pero no puedes hacerle esto a Padre!
—¡No le hago nada a Padre! Hago esto por mí. Hablar con Mebbekew siempre conducía a lo mismo. Nunca seguía la ilación de un razonamiento.
—De acuerdo, sé enmascarado —dijo Nafai—. ¡Pero ni siquiera tú puedes rebajarte a ridiculizar a Padre! Meb lo miró sin entender.
—¿Ridiculizar a mi padre?
—No me digas que no lo sabes.
—¿En qué lo ridiculiza esta sátira?
—La escena que acabas de terminar, Meb.
—Padre no es la única persona de Basílica que cree en el Alma Suprema. De hecho, pienso que él no cree seriamente.
—¡La visión, Meb! ¡El fuego en el desierto, la profecía sobre el fin del mundo! ¿De quién crees que habla?
—No lo sé. El viejo Drotik no nos cuenta de qué son estas cosas. No importa que no hayamos oído el chisme. Decimos las líneas y listo. —De pronto Meb puso cara de sorpresa—. ¿Qué tiene que ver con Padre este asunto del Alma Suprema?
—Tuvo una visión. En el Camino del Desierto, esta mañana antes del alba, cuando regresaba del viaje. Vio una columna de fuego en una roca, y Basílica en llamas, y cree que significa la destrucción del mundo, como la Tierra de la vieja leyenda. Madre le cree y él ya debe de haber comenzado a hablar con los demás sobre el asunto. De lo contrario el autor no incluiría esta parte en su sátira.
—Es lo más descabellado que he oído nunca.
—No lo estoy inventando —dijo Nafai—. Esta mañana estuve en el pórtico de Madre y…
—¡La escena del pórtico! Ésa es… Él describe que el boticario… ¿Se supone que ése es Padre?
—¿Qué crees que te estoy diciendo?
—Bastardo —susurró Meb—. Ese bastardo. Y me puso en el papel de Alma Suprema.
Meb enfiló hacia el enmascarado que hacía el papel de boticario. Se detuvo un instante a examinar la máscara y el disfraz.
—Es tan evidente. Debo de tener cerebro de mosquito… ¡Pero una visión!
—¿De qué hablas? —preguntó el enmascarado.
—Dame esa máscara —dijo Mebbekew—. ¡Dámela!
—Claro, aquí tienes.
Meb se la arrancó de las manos y corrió colina arriba hacia el autor. Nafai lo siguió. Meb agitaba la máscara frente al autor.
—¡Cómo te atreves, Drotik, viejo repulsivo!
—Oh, no finjas que no lo sabías, muchacho.
—¿Cómo iba a saberlo? He estado durmiendo hasta la hora de los ensayos. Me pusiste en escena ridiculizando a mi padre y es mera coincidencia que no conocieras ese detalle. Sí, vaya si te creo.
—Oye, esto atrae al público.
—¿ Qué pensabas hacer, decir a la gente quién soy, cuando has prometido que protegerías mi anonimato? ¿Y qué significan estas máscaras? —Meb se volvió hacia los demás, que estaban desconcertados por la situación—. Escuchadme. ¿Sabéis qué pensaba hacer este viejo infecto? Iba a ridiculizar a mi padre y revelar al público que yo hacía el papel de Alma Suprema. ¡Iba a desenmascararme!
El autor estaba inquieto por este giro de los acontecimientos. Aunque la mayoría de los enmascarados aún ocultaba el rostro, sin duda se enfurecería ante la idea de que un autor expusiera la identidad de sus enmascarados. Así que Drotik procuró dominar la situación.
—No perdáis tiempo en estas tonterías —dijo a los demás—. Acabo de despedirlo porque ha tenido el descaro de rescribir mis líneas, y ahora quiere estropear el espectáculo.
Los enmascarados se relajaron visiblemente.
Meb comprendió que había perdido la discusión. Los enmascarados querían creer al autor, pues de lo contrario perderían el empleo.
—Mi padre no es el mentiroso, sino tú —dijo Meb.
—La sátira es maravillosa, ¿verdad? —preguntó Drotik—. Hasta que uno es víctima de las befas.
Meb alzó la máscara de melena blanca como si fuera a golpear al autor. Drotik alzó un brazo para defenderse. Pero Meb no pretendía golpearlo. Partió la máscara sobre la rodilla y arrojó los fragmentos sobre el regazo de Drotik.
Drotik bajó el brazo y enfrentó la mirada de Mebbekew.
—Mi artesano tardará diez minutos en ponerle barba a otra máscara. ¿O se trata de una amenaza metafórica?
—No lo sé —dijo Meb—. ¿Tú tratabas de que yo asesinara metafóricamente a mi padre?
Drotik movió la cabeza en un ademán incrédulo.
—Es una parodia, hijo. Meras palabras. Algunas carcajadas.
—Algunos billetes más.
—Eso te pagaba el sueldo.
—Eso te ha hecho rico.
Meb giró sobre los talones y se marchó, seguido por Nafai. Drotik pidió al ayudante que fuera a la muralla en busca de enmascarados que pudieran aprender un papel en tres horas.
Mebbekew no permitió que Nafai lo alcanzara. Apretaba el paso cada vez más, hasta que al fin echaron a correr por las calles, subiendo y bajando las lomas. Pero Mebbekew no tenía resistencia para superar a Nafai, y al fin se apoyó en la esquina de una casa, jadeando.
Nafai no sabía qué decir. No quería perseguir a Meb, sólo decirle lo que pensaba: que había estado sensacional al poner al autor en cintura, al llamarlo mentiroso sin rodeos y pulverizar cada argumento con que Drotik se defendía. Cuando partiste la máscara, quise aplaudirte. Eso quería decirle.
Pero cuando se le acercó, comprendió que Meb no sólo jadeaba para recobrar el aliento. Estaba llorando, no de pesar, sino de rabia, y golpeaba la pared con el puño.
—¿Cómo pudo hacerlo? —repetía—. ¡Ese estúpido y egoísta hijo de puta!
—No te preocupes —dijo Nafai para consolarlo—. Drotik no vale la pena.
—¡No Drotik, imbécil! —respondió Meb—. Drotik es exactamente como yo pensaba, excepto que ahora he perdido el empleo y nunca tendré otro. Drotik dirá a todo el mundo que lo dejé plantado tres horas antes de una función.