—La razón era mera superstición —dijo Elemak—, pero ahora tenemos la oportunidad de construir doscientos carros. Potokgavan los pagará y nos brindará el diseño, y el precio que ha negociado Gaballufix es tan alto que podemos construir doscientos más para nosotros.
—¿Y por qué los potoku no se construyen sus propios carros ?
—Vendrán aquí en barco. En vez de construir los carros en Potokgavan y luego trasladarlos por agua, enviarán aquí sus soldados, donde los carros los esperarán.
—¿Por qué aquí?
—Porque aquí es donde trazarán el límite. Los gorayni no deben avanzar más, o tendrán que enfrentarse a la ira de los potoku. No intentes entenderlo, Nafai. Es cosa de hombres.
—Me parece que Padre tiene razón en oponerse. Si averiguan que construimos carros para los potoku, los gorayni también enviarán un ejército para detenernos.
—No se enterarán hasta que ya sea demasiado tarde.
—¿Por qué no? ¿Basílica es tan hábil para guardar secretos ?
—Aunque lo averigüen, Nyef, los potoku estarán aquí para impedir que nos castiguen.
—Pero si los potoku no vinieran y si no fabricáramos carretas para ellos, los gorayni no tendrían motivos para castigarnos.
Elemak agachó la cabeza, dando a entender que era imposible explicarle nada a Nafai.
—El mundo está cambiando —dijo Issib—. Estamos habituados a que las guerras sean reyertas locales. Pero los gorayni han alterado la situación. Están conquistando países que nunca les causaron daño.
Elemak continuó la explicación.
—Algún día avanzarán contra nosotros, contemos o no con la protección de los potoku. Personalmente, prefiero que los potoku se encarguen de pelear.
—No puedo creer que todo esto esté sucediendo y nadie lo mencione en la ciudad —dijo Nafai—. No tengo lodo en los oídos y no he oído decir que construyéramos carros para Potokgavan.
Elemak sacudió la cabeza.
—Es un secreto. O lo era, hasta que Padre lo expuso ante el consejo del clan.
—¿Quieres decir que alguien hacía esto y el consejo lo ignoraba?
—Era un secreto. ¿Cuántas veces tendré que repetirlo?
—¿Conque alguien hacía esto en nombre de Basílica y del clan Palwashantu sin consultar a ningún miembro del consejo del clan ni del consejo de la ciudad?
Issib se echó a reír.
—Cuando lo dices de ese modo, suena bastante raro, ¿eh?
—No suena raro —dijo Elemak—. Veo que ya estás con el partido de Roptat.
—¿Quién es Roptat?
—Es un Palwashantu de la edad de Elya —respondió Issib—, que ha usado esta charla sobre la guerra para granjearse cierta reputación como profeta. No es como Padre. No tiene visiones del Alma Suprema sino que escribe profecías que suenan como si un tiburón te arrancara la pierna. Y dice lo mismo que tú acabas de decir.
—¿Quieres decir que este plan secreto es tan conocido que ya existe un partido encabezado por Roptat para impedir que se cumpla?
—No era tan secreto —dijo Elemak—. No es una confabulación. Sólo se trata de buenas personas que procuran hacer algo en favor de los intereses vitales de Basílica, y de algunos traidores que se empeñan en detenerlas.
Elemak tenía una visión parcial de las cosas. Nafai aportó otro punto de vista.
—O quizás hay mercachifles codiciosos que ponen nuestra ciudad en gran peligro para enriquecerse, y buenas personas que tratan de salvar la ciudad. Sólo lo sugiero como posibilidad alternativa.
Elemak se enfureció.
—La gente que trabaja en este proyecto es tan rica que no necesita más dinero —espetó—. Y no entiendo por qué un sabio de catorce años que jamás hizo trabajos de hombre de pronto tiene opiniones acerca de cuestiones políticas cuya existencia ignoraba hace diez minutos.
—Sólo hacía una pregunta —dijo Nafai—. No te acusaba de nada.
—Por supuesto que no me acusabas —replicó Elemak—. Yo no formo parte del proyecto.
—Claro que no —dijo Nafai—. Es un proyecto secreto.
—Esta mañana debí arrancarte los dientes a puñetazos —masculló Elemak.
¿Por qué siempre terminaban amenazándose?
—¿Arrancas los dientes a puñetazos a todos los que te hacen preguntas para las que no tienes buenas respuestas?
—Nunca lo he hecho —rezongó Elemak, levantándose—. Pero ahora compensaré todas las oportunidades perdidas.
—¡Basta! —exclamó Issib—. ¿No tenemos suficientes problemas?
Elemak titubeó, se sentó.
—No sé por qué dejo que me enfurezca. Nafai respiró de nuevo. Ni siquiera había notado que había contenido el aliento.
—Él es un mocoso. ¿Qué puede saber? —suspiró Elemak—. Pero Padre debería saber cómo portarse. Está irritando a mucha gente. A gente muy peligrosa.
—¿Quieres decir que lo están amenazando? —preguntó Nafai.
—Nadie amenaza —dijo Elemak—. Eso sería grosero. Sólo están… preocupados por Padre.
—Pero si todos se ríen de Padre, ¿a qué preocuparse por lo que él diga? Parece que más bien deberían preocuparse por el tal Roptat.
—Es el asunto de la visión. El Alma Suprema. La mayoría de los hombres no lo toman en serio, pero las mujeres… el consejo de la ciudad… Tu madre no ayuda mucho.
—O ayuda mucho, según de qué lado estés.
—Muy bien —dijo Elemak. Se levantó de la mesa, pero esta vez sin amenazas—. Ya veo de qué lado estás, Nyef, y te advierto que si Padre se sale con la suya terminaremos engrillados en cadenas gorayni.
—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Nafai—. ¿Acaso el Alma Suprema te ha presentado una visión?
—Estoy seguro, amiguito, porque entiendo la cosas. Cuando crezcas, tal vez llegues a saber qué significa eso. Pero lo dudo.
Elemak se marchó de la cocina. Issib suspiró.
—¿Alguien quiere a alguien en esta familia?
La comida de Nafai se había cocido en exceso, pero no le importó. Temblaba tan violentamente que apenas podía llevar la bandeja a la mesa.
—-¿Por qué tiemblas?
—No sé. Quizá tenga miedo.
—¿De Elemak?
—¿Por qué iba a temerle? ¿Sólo porque me puede romper la crisma de un codazo?
—¿Pues por qué insistes en provocarlo?
—Quizá también tenga miedo por él.
—¿Por qué?
—¿Te parece gracioso, Issib? Elya nos cuenta que Padre corre peligro porque irrita a gente peligrosa… y su solución no consiste en denunciar a esa gente, sino en tratar de silenciar a Padre.
—Nadie actúa racionalmente.
—Algo entiendo de política. Estudio historia continuamente. Superé hace años a los de mi curso. Sé algo acerca de cómo comienzan las guerras y quién las gana. Y este plan es el colmo de la estupidez. Potokgavan no tiene oportunidad de defender esta zona ni razones de peso para intentarlo. ¿Sabes qué ocurrirá? Enviarán un ejército, provocarán un ataque de los gorayni, comprenderán que no pueden vencer y regresarán a sus llanuras, donde los cabeza mojada no pueden tocarlos. Y nosotros sufriremos la ira gorayni. Construir carros de guerra para ellos es un modo tan evidente de invitar al desastre que sólo una persona cegada por la codicia accedería a ello. Y si el Alma Suprema dice a Padre que se oponga a la construcción de carros, el Alma Suprema tiene razón.
—Sin duda el Alma Suprema se sentirá aliviada de contar con tu aprobación.
—Haré lo que sea para ayudar.
—Nafai, tienes catorce años.
—¿Y?
—Elemak no quiere que le hables así.
—Y tú tampoco, ¿verdad?
—Estoy cansado. Ha sido un largo día.
Issib se fue de la cocina y Nafai se puso a comer. Notó exasperado que no le apetecía, aunque aún tenía hambre. Debo comer pero no puedo. Olvídalo. Arrojó la comida y puso el plato en la limpiadora.