—Quizá la próxima vez me hablarás con el debido respeto —dijo Madre, aunque tampoco ella pudo mantener su tono severo e incluso mientras hablaba lo rodeó con el brazo, se sentó junto a él y lo consoló.
Madre no entendía que ese abrazo sólo agudizaba la humillación y confirmaba su decisión de considerarla una enemiga. Si Madre tenía poder para hacerle llorar porque él la amaba, entonces sólo existía una solución: dejar de amarla. Sería la última vez que ella le hacía esto.
—Estás sangrando —observó Madre.
—No es nada —dijo él.
—Déjame curarte… con un pañuelo limpio, no con ese horrible trapo que llevas en el bolsillo, chiquillo absurdo.
Conque eso seré siempre en esta casa, ¿verdad? Un chiquillo absurdo. Se apartó de ella, negándose a permitir que el pañuelo le tocara la mejilla. Pero ella insistió, le enjugó la herida y la tela blanca quedó manchada de sangre. Nafai la cogió y se la apretó contra la herida.
—Creo que es profunda —murmuró.
—Si no hubieras movido la cabeza, mis uñas no te habrían lastimado la mejilla.
Si no hubieras pegado, tus uñas se habrían quedado en tu regazo. Pero contuvo la lengua.
—Veo que te preocupas por la situación familiar, Nafai, pero tus valores están algo trastrocados. ¿Qué importa esa sátira? Todos saben que las grandes figuras de la historia de Basílica han sido ridiculizadas en un momento u otro, y habitualmente por las razones que les dieron grandeza. Podemos soportarlo. Lo que importa es que la visión de Padre fue una clarísima advertencia del Alma Suprema, con implicaciones inmediatas para las decisiones de nuestra ciudad. El bochorno pasará. Y entre las mujeres eminentes de esta ciudad, Padre es un hombre notable. Lo respetan cada vez más. Así que no te sientas avergonzado de que tu padre sea centro de atención.
Los adolescentes son extremadamente sensibles a la vergüenza, pero con el tiempo aprenderás que la crítica y el ridículo no siempre son malos. Ganarse la enemistad de gentes malignas puede hablar muy bien de ti.
No podía creer que ella lo subestimara tanto como para endilgarle ese sermón. ¿De verdad creía que temía la vergüenza? Si ella hubiera escuchado en vez de sermonearlo, Nafai le habría hablado sobre la advertencia de Elemak acerca del peligro que corría Padre, sobre su visita secreta a la casa de Gaballufix. Pero para ella sólo era un niño. No tomaría su advertencia en serio. Quizá le soltara otro sermón diciéndole que no se dejara abrumar por temores ni preocupaciones, sino que se concentrara en sus estudios y dejara que los adultos se preocuparan por los problemas reales del mundo.
Para ella aún tengo seis años, siempre los tendré.
—Lo siento, Madre. No volveré a hablarte así. —Más aún, creo que jamás en mi vida te hablaré de asuntos serios o importantes mientras viva.
—Acepto tus disculpas, Nafai, y espero que aceptes la mía por haberte pegado en mi furia.
—Desde luego, Madre. —Aceptaré tu disculpa… cuando me la des y cuando yo crea que hablas en serio. Sin embargo, querida y amada progenitora, en ningún momento te has disculpado sinceramente. Sólo has expresado tu esperanza de que yo acepte una disculpa que no has llegado a pronunciar.
—Espero, Nafai, que reanudes tus estudios y no permitas que estos acontecimientos alteren tu vida normal. Tienes una mente aguda, y no hay razones para que permitas que estas cosas te impidan aguzarlas, aún más.
Gracias por tu cuota de alabanza, Madre. Me has dicho que soy pueril, que soy esclavo de mi lascivia y que mis opiniones merecen ser silenciadas, no escuchadas. Escuchas cada palabra de esa bruja, pero no valores en nada mis opiniones.
—Sí, Madre. Pero prefiero no regresar ahora a clase, si no te importa.
—Claro que no. Lo entiendo perfectamente. Querida Alma Suprema, impide que me ría.
—No puedo consentir que andes merodeando por las calles, Nafai. Supongo que lo entiendes. La visión de Padre ha llamado tanto la atención que alguien dirá algo que te enfurecerá, y no quiero que pelees.
Conque te preocupa que yo me pelee, Madre. Por favor, recuerda quién golpeó a quién.
—¿Por qué no pasas el día en la biblioteca, con Issib? El ejercerá una sana influencia sobre ti… siempre es tan sosegado.
¿Issib, siempre sosegado? Pobre Madre, no sabes nada de tus hijos. Las mujeres nunca entienden a los hombres. Desde luego, los hombres tampoco entienden a las mujeres, pero al menos tampoco pretenden entenderlas.
—Sí, Madre. La biblioteca está bien. Ella se levantó.
—Entonces ve allá ahora. Quédate el pañuelo.
Se marchó del pórtico, sin esperar a ver si él obedecía.
Nafai se levantó, rodeó el biombo, enfiló hacia la balaustrada y miró el Valle de la Grieta.
No se veía el lago. Una densa nube cubría las zonas más bajas del valle, pero las paredes eran tan abruptas que quizás el lago fuera invisible desde allí, aun sin la niebla.
Nafai sólo veía la nube blanca y el verdor exuberante del bosque que orillaba el valle. Aquí y allá brotaba humo de una chimenea, pues había mujeres que vivían en las laderas. El ama de llaves de Padre, Truzhnisha, era una de ellas. Tenía una casa en Bancal Oeste, uno de los doce barrios de Basílica donde sólo podían vivir o entrar mujeres. Los Distritos de Mujeres estaban menos poblados que los veinticuatro distritos donde los hombres podían vivir (aunque no poseer propiedades), pero en el consejo de la ciudad gozaban de gran poder, porque sus representantes siempre votaban en bloque. Conservadoras, religiosas: sin duda ésas eran las consejeras más impresionadas por la confirmación de Luet. Si estaban de acuerdo con Padre en el tema de los carros de guerra, se requerían los votos de otras seis consejeras para empatar, y siete votos para actuar contra los planes de Gaballufix.
Las consejeras de los Barrios de Mujeres, durante miles de años, habían rehusado permitir una subdivisión de los densamente poblados Barrios Abiertos, otorgar votos a los barrios de allende las murallas, o cualquier otra cosa que pudiese diluir o debilitar el dominio de las mujeres en Basílica. Ahora, al mirar ese valle secreto, Nafai, enfurecido con su madre, no veía la belleza de ese lugar rebosante de misterio y vitalidad, sólo veía que había muy pocas casas.
¿Cómo dividen esto en una docena de barrios? Debe de haber algunos distritos donde las tres mujeres que lo habitan se turnan para ser consejeras.
Y fuera de la ciudad, en los diminutos pero costosos cubículos donde debían vivir los hombres sin compañera ni familia, no había recursos legales para exigir un trato más equitativo, para promover leyes que protegieran a los solteros de las propietarias, o de las mujeres cuyas promesas se esfumaban en cuanto perdían interés en un hombre, o incluso de la violencia mutua. Por un instante, mientras contemplaba el indómito verdor del valle, Nafai comprendió que un sujeto como Gaballufix tuviera poder para convocar a otros hombres y luchara para conquistar poder en una ciudad donde las mujeres castraban a los hombres a cada instante.
El viento del valle desplazó la nube y se vio un parpadeo de luz. La superficie de un lago, no en el centro de la parte más honda de la grieta, sino a mayor altura, más lejos. Sin pensarlo, Nafai desvió la mirada. Una cosa era ir a la balaustrada desobedeciendo a su madre, y otra era mirar el lago sagrado adonde las mujeres iban a adorar. Si algo se estaba aclarando en este asunto era que el Alma Suprema podía ser real. Era absurdo atraer su ira por una tontería, como la de mirar un lago desde el pórtico de Madre.
Nafai se alejó de la balaustrada y regresó deprisa al otro lado del biombo, sintiéndose estúpido. ¿Y si me pillan? Bien, ¿y qué? No, no, el riesgo no valía la pena. Tenía cosas más prácticas que hacer. Si Madre no quería escuchar sus advertencias sobre el peligro que corría Padre, Nafai tendría que actuar por su cuenta. Pero antes necesitaba saber más: acerca de Gaballufix, acerca del Alma Suprema, acerca de todo.