—Sí, Padre.
Abandonó la alcoba, atravesó la biblioteca y la sala pública y salió al patio. Las puertas de Elemak y Mebbekew aún estaban cerradas. Nafai fue a la letrina, cuyas dos paredes la dejaban abierta al patio. Acababa de entrar cuando oyó que Padre golpeaba la puerta de Mebbekew.
—Despierta, pero en silencio —dijo Padre. Luego llamó a Elemak.
—Sal al patio.
Todos salieron, incluso Issib, aunque nadie lo había llamado.
—¿Dónde está Nyef? —preguntó Issib.
—En la letrina —dijo Padre.
—Qué bien —dijo Meb.
—Tú puedes esperar —replicó Padre.
Nafai salió del excusado, dejando que el inodoro se lavara automáticamente. Al menos Padre no los obligaba a vivir en un primitivismo total.
—Lo siento —se disculpó Nafai—. No quise haceros esperar.
Meb lo miró de mal talante, pero con ojos demasiado legañosos como para temer una pelea.
—Nos vamos al desierto —dijo Padre.
—¿Todos? —preguntó Issib.
—Lo siento, sí. Tú usarás la silla. Sé que no es igual que los flotadores, pero es algo.
—¿Por qué? —preguntó Elemak.
—El Alma Suprema me hizo una advertencia en sueños. Meb cloqueó desdeñosamente y regresó a su habitación.
—Será mejor que me escuches —advirtió Padre—, pues si te quedas aquí no será como hijo mío.
Meb se detuvo donde estaba, dándole la espalda.
—Hay un complot para matarme. Esta mañana yo debía asistir a una reunión con Gaballufix y Roptat, y allí iba a morir.
—Gabya me dio su palabra —intervino Elemak—. Nadie va a salir herido.
Conque Elemak llamaba a Gaballufix por su diminutivo.
—El Alma Suprema conoce su corazón mejor que él mismo. Si voy, moriré. Y si no voy, será sólo cuestión de tiempo. Ahora que Gaballufix ha resuelto matarme, mi vida vale poco aquí. Me quedaría en la ciudad si supiera que mi muerte cumple algún propósito… no le temo. Pero el Alma Suprema me ha pedido que me fuera.
—En un sueño —objetó Elemak.
—No necesito un sueño para saber que Gaballufix es peligroso cuando está irritado, y tampoco tú. Cuando no me presente en el cobertizo esta mañana, quién sabe cómo reaccionará. Debo estar en el desierto cuando él lo descubra. Tomaremos la Senda de Hematites.
—Los camellos no podrán resistirlo —alegó Elemak.
—Podrán porque deben hacerlo —dijo Padre—. Llevaremos provisiones para un año.
—Esto es monstruoso —protestó Mebbekew—. No lo haré.
—¿Qué haremos al cabo de un año? —preguntó Elemak.
—El Alma Suprema me mostrará algo para entonces.
—Quizá las cosas ya se hayan calmado en Basílica —sugirió Issib.
—Si nos vamos, Gabya pensará que lo has traicionado, Padre —señaló Elemak.
—¿Ah, sí? Pues si me quedo, él me traicionará a mí.
—Según lo que dice un sueño.
—Según lo que dice mi sueño. Te necesito. Quédate si quieres, pero no como hijo mío.
—No me fue bien como hijo tuyo —observó Mebbekew.
—No —dijo Elemak—. Te fue bien fingiendo que no eras hijo suyo. Pero todos lo sabían.
—Vivía de mi talento.
—Vivías de la esperanza de la gente de la farándula, que aspiraba a que tu padre invirtiera en sus espectáculos… o tú, en el futuro, cuando heredaras.
Mebbekew reaccionó como si lo abofetearan.
—¿Tú también, Elya?
—Hablaré contigo más tarde —dijo Elemak—. Si Padre dice que nos vamos, pues nos vamos… y no hay tiempo que perder. —Se volvió hacia Padre—. No porque hayas amenazado con desheredarme, anciano. Sino porque eres mi padre y no permitiré que vayas al desierto sin más ayuda que la de éstos.
—Yo te enseñé todo lo que sabes, Elya —dijo Padre.
—Cuando eras más joven. Y siempre tuvimos sirvientes. Supongo que los dejaremos a todos.
—Excepto a los criados de la casa. Mientras preparas los animales y las vituallas, Elya, daré instrucciones a Rashgallivak.
Durante la hora siguiente, Nafai trabajó con más prisa de la que habría creído posible. Todos tenían una tarea que cumplir, incluido Issib, y Nafai admiró nuevamente a Elemak por su destreza. Siempre sabía qué hacer y quién debía hacerlo, y cuánto tardaría; también sabía cómo lograr que Nafai se sintiera idiota por no aprender sus faenas con mayor celeridad, aunque él sabía que no lo hacía tan mal por ser la primera vez.
Al fin estuvieron preparados: una verdadera caravana del desierto, formada sólo por camellos, aunque eran los animales de carga más temperamentales y los más incómodos para montar. La silla de Issib iba amarrada al flanco de un camello, con sacos de agua en polvo al otro lado. El agua serviría luego para emergencias; Padre y Elemak conocían todos los pozos del primer tramo del viaje, y las lluvias otoñales del desierto les aumentarían la provisión. Pero en verano estaría más seco y sería demasiado tarde para regresar a Basílica en busca del precioso polvo. ¿Y si los perseguían obligándolos a internarse en parajes apartados del desierto? Entonces quizá necesitaran verter parte del polvo en una sartén, encenderlo y observar cómo la llama lo transformaba en agua al absorber el oxígeno del aire. Nafai la había probado una vez: era repelente, con ese sabor metálico que le daban los agentes químicos que permitían transformar el hidrógeno en polvo. Pero la beberían con gusto si alguna vez la necesitaban.
La silla de Issib sería la mayor incomodidad. Nafai sabía que Issya realizaría el mayor sacrificio, privado de sus flotadores y amarrado a la silla. Los flotadores le daban la sensación de tener un cuerpo ágil y fuerte; en la silla sentía la presión de la gravedad y necesitaba todas sus fuerzas para operar los controles. Al cabo de un día en la silla Issya quedaba exhausto. ¿Cómo podría afrontarlo día tras día, semana tras semana, mes tras mes? Quizá se fortaleciera, quizá se debilitara, quizá muriera; quizás el Alma Suprema lo ayudara.
Quizá descendieran ángeles para llevarlos a la luna.
Aún faltaba una hora para el alba cuando se pusieron en marcha.
Habían actuado con tanto sigilo que no habían despertado a los criados. O quizá los hubieran despertado, pero como nadie les pidió ayuda y los empleados no querían ofrecerse para ninguna faena a esa hora de la noche, habían decidido seguir durmiendo.
La Senda de Hematites era muy traicionera, pero el claro de luna y las instrucciones de Elemak les permitieron cruzarla. Nafai sintió renovada admiración por su hermano mayor. ¿Nada era imposible para Elya? ¿Nafai llegaría a ser tan fuerte y competente?
Al fin cruzaron el Sendero Sinuoso en la cresta del risco más alto; abajo se extendía el desierto. Las primeras luces del alba ya despuntaban en el este, pero habían marchado a buena velocidad. Ahora seguirían cuesta abajo, todavía con dificultad, pero faltaba poco para la gran meseta del desierto occidental. No sería fácil seguirlos hasta allí, y menos para gente de la ciudad. Elemak repartió pulsadores entre todos y los hizo practicar, señalando piedras hacia las que disparaban ese haz de luz fulgurante. Issib era bastante torpe —no podía empuñar el pulsador con firmeza—, pero Nafai se enorgulleció al comprobar que tenía mejor puntería que Padre.
Claro que ignoraba si tendría agallas para matar a un salteador. Sin duda no sería necesario. Cumplían una misión del Alma Suprema, ¿verdad? El Alma Suprema alejaría a los salteadores. Y el Alma Suprema los guiaría hacia el agua y la comida cuando se les acabaran las provisiones.
Pero Nafai recordó que todo eso había comenzado porque el Alma Suprema no era tan competente como antes. ¿Cómo sabía si el Alma Suprema podía hacer esas cosas? ¿O si tenía un plan? Sí, había enviado a Luet a avisarles y había despertado a Nafai para que oyera la advertencia, y también había enviado un sueño a Padre. Pero eso no significaba que el Alma Suprema tuviera la intención de protegerlos o de conducirlos a alguna parte. ¿Quién sabía cuáles eran sus planes ? Tal vez sólo necesitaba liberarse de Wetchik y su familia.