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Se internó en el matorral. Las ramillas la azotaban, las espinas le rasgaban las ropas y la piel, y el suelo irregular la confundía, haciéndole tropezar y caer. Pero esa luz la guiaba siempre, atrayéndola hasta que se perdió de vista cuando Luet quedó debajo del pórtico.

Formaba una abrupta pared vertical que se erguía desde la base hasta la balaustrada sin ningún peldaño. Y eran por lo menos cuatro metros de altura. Aunque Tía Rasa estuviera esperando, no había manera de subir sin llamar a la servidumbre. Y si iba a causar un alboroto en la casa, bien podía haber tirado del cordel de la campanilla en la puerta principal.

Tras dar tantas vueltas por el tosco terreno del bosque, Luet se había aproximado a la casa de Rasa desde el sur. Casi todo el frente del pórtico estaba oculto para ella. Era posible que la casa dispusiera de alguna comunicación entre el pórtico y el bosque. Sin duda las constructoras habían planeado algo más que una mera vista del Valle de la Grieta. Y aunque no hubiera un acceso concreto, tenía que haber un sitio por donde fuera posible escalar.

Tras rodear la curva superficie de piedra, Luet al fin halló lo que buscaba: un sitio donde el escabroso terreno se elevaba más en relación con el pórtico. Ahora la cima de la balaustrada estaba a un brazo de distancia. Y, al estirar las manos para tratar de aferrar una fisura, Luet vio el rostro de Tía Rasa, bienvenido como el amanecer, y sus brazos abiertos hacia ella.

Si Luet hubiera sido más corpulenta, Tía Rasa quizá no habría podido alzarla; pero si hubiera sido más corpulenta podría haber trepado sin ayuda.

Cuando al fin se sentó en el banco, acurrucándose contra Tía Rasa, a punto de llorar de alivio y agotamiento, Tía Rasa le hizo la pregunta obvia:

—¿Qué hacías ahí en vez de llamar a la puerta principal como cualquier estudiante que regresa fuera de hora? ¿Tanto temías una reprimenda que preferiste arriesgar el pellejo en el bosque?

Luet sacudió la cabeza…

En el bosque tuve una visión. Pero quizá la hubiera visto de todos modos, así que haber elegido ese camino puede haber sido una tontería.

Al fin Luet contó a Tía Rasa lo que había ocurrido: la visión que había referido a Nafai, la advertencia sobre la conspiración para asesinar a Wetchik, las palabras de la mujer sagrada en la oscura calle y la visión de Rasa y sus sobrinas.

—No entiendo qué significa esa visión —dijo Rasa—. Si el Alma Suprema no te lo reveló a ti, ¿cómo he de saberlo yo?

—No me interesa interpretarla. No quiero más visiones ni charlas sobre visiones. Tengo todo el cuerpo dolorido y quiero acostarme.

—Claro que sí, claro que sí. Puedes dormir y dejar que Wetchik y yo pensemos qué decisión debemos tomar ahora. A menos que él cometiera la tontería de pensar que el honor le exigía mantener esa traicionera cita en el cobertizo refrigerado.

Un pensamiento sobrecogió a Luet.

—¿Y si Nafai no le advirtió? Tía Rasa la miró severamente.

—¿Que Nafai no advirtiera a su padre de una conspiración contra su vida? Estás hablando de mi hijo.

¿Qué podía significar eso para Luet, que no conocía a su madre y cuyo padre podía ser cualquier hombre de la ciudad, siendo los más bestiales los candidatos más probables? Madre e hijo: era un vínculo que no revestía ninguna autoridad para ella. En un mundo de promesas incumplidas, cualquier cosa era posible.

No, era su fatiga la que la inducía a no fiarse de nadie. Estaba dudando del juicio de Tía Rasa, no sólo de la lealtad de Nafai. Obviamente su mente no funcionaba con claridad. Se dejó llevar escalera arriba hasta la habitación de Rasa, quien la acostó en el mullido lecho de la señora de la casa, donde Luet se durmió casi antes de comprender dónde estaba.

—Toda la noche fuera —espetó Hushidh.

Luet abrió un ojo. La luz que entraba por la ventana era muy brillante, pero el aire estaba fresco. Pleno día, y Luet acababa de despertar.

—Y ni siquiera tuviste el buen tino de entrar por la puerta principal.

—No siempre me dejo guiar por el buen tino.

—Ya me he dado cuenta —dijo Hushidh—. Debiste llevarme contigo.

—Dos personas siempre llaman más la atención que una sola.

—¡A la casa de Wetchik! ¿No pensaste que quizá yo conociera el camino?

—Ignoraba adonde iba.

—Sola de noche. Pudo haber ocurrido cualquier cosa. Y con ese tonto juramento me comprometiste a no decir nada a nadie. Tía Rasa casi me despelleja viva y me cuelga en el porche cuando comprendió que yo sabía adonde habías ido y no se lo había contado.

—No te enfades conmigo, Hushidh.

—La ciudad entera está conmocionada. Un súbito temor la apuñaló.

—No, Hushidh… no me digas que se ha cometido el asesinato a pesar de todo.

—¿Asesinato? En absoluto. Pero Wetchik y sus hijos han huido, y Gaballufix afirma que se debe a que él descubrió el complot de Wetchik para asesinarlo a él y a Roptat en una reunión secreta que Wetchik había organizado en su cobertizo, cerca de la Puerta de la Música.

—Eso no es verdad.

—Nunca pensé que lo fuera —dijo Hushidh—. Sólo te repito lo que dice la gente de Gaballufix. Sus soldados ocupan las calles.

—Estoy tan cansada, Hushidh, y no puedo hacer nada acerca de esto.

—Tía Rasa cree que puedes hacer algo. Por eso me envió a despertarte.

—¿Sí?

—Bien, ya la conoces. Me mandó dos veces «para ver si la pobre Luet aún está descansando como debe». La tercera vez comprendí que esperaba que yo te despertase pero no tenía corazón para ordenarme que lo hiciera.

—Qué considerada has sido al leer entre líneas, mi espléndida hermana mayor.

—Puedes dormir después, mi dulce hermana menor.

Luet tardó poco en lavarse y vestirse, pues como era pequeña Tía Rasa no la obligaba a arreglarse el cabello y la indumentaria para parecer grácil y esbelta antes de presentarse en público. Dada su corta edad, podía tener un aspecto desgarbado y desmañado, lo cual exigía menos esfuerzo. Cuando Luet bajó, Tía Rasa estaba en su salón con un hombre, un desconocido a quien presentó de inmediato.

—Él es Rashgallivak, querida Luet. Es fidelísimo y muy digno de confianza, o al menos eso dice mi amado compañero.

—He servido toda mi vida a la finca Wetchik —dijo Rashgallivak—, y así lo haré hasta que muera. Quizá yo no pertenezca a las grandes casas pero soy un auténtico Palwashantu.

Tía Rasa asintió. Luet se preguntó si debía escuchar a ese hombre con credulidad o ironía. Pero Rasa parecía confiar en él, así que Luet decidió imitarla.

—Entiendo que fuiste tú quien llevó la advertencia —dijo Rashgallivak. ¿ Luet miró sorprendida a Tía Rasa.

—Él ha jurado no revelarlo a nadie más —dijo Tía Rasa—4 No queremos implicarte en un intento de asesinato, querida. Pero Rash tenía que saberlo, para no creer que mi Wetchik había perdido el juicio. Wetchik le dejó órdenes detalladas para hacer algo totalmente descabellado.

—Cerrar todo —dijo Rashgallivak—. Despedir a todos los empleados que fuera posible, vender todos los animales de carga y liquidar las acciones. Sólo he de retener la tierra, los edificios y los activos líquidos, en cuentas intocables. Muy sospechoso, si mi señor es inocente. Eso dirían algunos. Eso dicen algunos.

—Hacía apenas media hora que se conocía la ausencia de Wetchik cuando Gaballufix fue a su casa, exigiendo, como jefe del clan Palwashantu, que se le entregaran todas las propiedades de la familia Wetchik. Tuvo el descaro de llamar a mi compañero por su nombre de natalicio, Volemak, como si hubiera renunciado a su derecho al título familiar.