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—Si mi amo ha dejado Basílica para siempre —dijo Rashgallivak—, Gaballufix está en su derecho. La propiedad no se puede vender ni donar a nadie que no pertenezca al clan.

—Y yo trato de convencer a Rashgallivak de que fue tu advertencia de peligro inmediato lo que puso a Wetchik en fuga, no una confabulación para abandonar la ciudad y llevarse la fortuna familiar.

Luet comprendió cuál era su deber en esta conversación.

—Hablé con Nafai —le dijo a Rashgallivak—. Le advertí que Gaballufix se proponía matar a Wetchik y Roptat. Al menos eso sugería mi sueño.

Rashgallivak asintió lentamente.

—Claro que esto no bastará para presentar una acusación contra Gaballufix. En Basílica ni siquiera los hombres son juzgados por actos que planearon pero no llegaron a realizar. Pero bastará para convencerme de que debo impedir que Gaballufix se adueñe de la propiedad.

—Una vez fui su compañera —observó Rasa—. Conozco muy bien a Gabya. Sugiero que tomes medidas extraordinarias para proteger la fortuna… sobre todo los activos líquidos.

—Nadie los tendrá salvo el jefe de la casa de Wetchik —dijo Rashgallivak—. Señora, te doy las gracias. Y también a ti, niña sabia.

Se marchó sin decir otra palabra. Era muy distinto de los hombres atildados —artistas, científicos, gente del gobierno y las finanzas— que Luet había conocido en el salón de Tía Rasa. Esos hombres siempre se demoraban hasta que Tía Rasa los obligaba a partir fingiendo fatiga o aduciendo que tenía deberes urgentes en la escuela, como si su personal docente no fuera capaz de apañárselas sin una supervisión directa. Pero Rashgallivak, por su clase social, no podía aspirar razonablemente a ser compañero de una persona como Tía Rasa, ni de sus sobrinas.

—Lamento que no hayas podido dormir más —dijo Tía Rasa—, pero me alegro de que te despertaras en un momento tan oportuno.

Luet asintió.

—Anoche pasé tanto tiempo creyendo que caminaba en sueños que quizás esta mañana sólo necesitaba la mitad del reposo.

—Te enviaría a dormir de inmediato, pero antes debo hacerte una pregunta.

—A menos que sea algo que hemos estudiado recientemente en clase, no conocerá la respuesta, mi señora.

—No finjas que no sabes de qué hablo.

—No imagines que realmente comprendo al Alma Suprema.

Luet supo de inmediato que se había extralimitado. Tía Rasa enarcó las cejas y frunció la nariz, pero contuvo su enfado y habló con serenidad.

—A veces, querida mía, olvidas tu lugar. Finges que te comportas con modestia aunque el Alma Suprema te haya hecho vidente, pero me hablas con una impertinencia en la que no incurriría ninguna mujer de esta ciudad, joven o anciana. ¿En qué debo creer? ¿En tus humildes palabras o en tus soberbios modales?

Luet inclinó la cabeza.

—En mis palabras, señora. Mis modales trasuntan la brusquedad natural de una chiquilla. Tía Rasa se echó a reír.

—Esas palabras son las más difíciles de creer. Pues bien, te ahorraré mis preguntas. Ahora ve a acostarte, aunque esta vez en tu propia cama… Prometo que nadie te molestará.

Luet estaba en la puerta del salón cuando ésta se abrió y una joven irrumpió, obligándola a retroceder.

—¡Madre, esto es abominable!

—Sevet, me encanta que vengas al cabo de tantos meses… y sin el menor anuncio, ni siquiera la cortesía de aguardar a que se te invite a entrar.

Sevet, la hija mayor de Tía Rasa, Luet la había visto una sola vez. Siguiendo la costumbre, Rasa no enseñaba a sus propias hijas, sino que había confiado su crianza a su querida amiga Dhelembuvex. Esta hija era compañera de un joven sabio de cierto renombre —¿Vas?—, pero eso no había entorpecido su carrera de cantante, con una creciente reputación por su singular estilo para las canciones pichalny, las melancólicas canciones de muerte y pérdida que constituían una antigua tradición en Basílica. Pero ahora no había en ella nada de pichalny. Estaba irritada y furiosa, al igual que su madre. Luet decidió marcharse antes de oír otra palabra, pero Tía Rasa no lo consintió.

—Quédate, Luet. Creo que será educativo para ti ver qué poco ha aprendido esta hija mía de su madre y su Tía Dhel. Sevet fulminó a Luet con la mirada.

—¿Qué es esto? ¿Ahora te dedicas a la beneficencia?

—Su madre era una mujer sagrada, Sevya. Tal vez hayas oído hablar de Luet. Sevet se ruborizó.

—Te ruego que me perdones —dijo.

Luet no sabía cómo responder, pues a fin de cuentas la habían acogido allí por caridad y no debía mostrarse ofendida por la hiriente frase de Sevet.

Tía Rasa la salvó de tener que pensar una respuesta apropiada.

—Consideraré que el perdón se ha solicitado y concedido, y ahora podemos iniciar nuestra conversación en un tono más civilizado.

—Por supuesto —dijo Sevet—. Comprenderás que he venido aquí directamente de casa de Padre.

—Por tus modales bruscos y ofensivos, he llegado a sospechar que habías pasado por lo menos una hora con él.

—El pobre hombre está hecho una furia. ¿Y cómo podría ser de otro modo cuando su propia compañera difunde terribles mentiras sobre él?

—Pobre hombre. Me sorprende que esa nulidad que tiene por compañera haya tenido agallas para hablar contra él… y cerebro para inventar una mentira. ¿Qué está diciendo?

—Me refería a ti, Madre, no a su compañera actual. Nadie piensa en ella.

—Pero como cancelé el contrato de mi querido Gabya hace quince años, no creerá que yo tengo el deber de abstenerme de decir la verdad acerca de él.

—Madre, no seas imposible.

—Nunca soy imposible. A lo sumo me concedo el capricho de ser un poquitín improbable.

—Eres la madre de las dos hijas de Padre, y ambas somos famosas… las más famosas de tus vástagos, y por razones honorables, aunque es verdad que la carrera de la pequeña Koya está apenas en su comienzos, y ni siquiera tiene su propio myachik…

—Ten la bondad de ahorrarme tus alusiones a tu rivalidad con tu hermana.

—Es sólo una rivalidad desde su punto de vista, Madre… a mí ni siquiera me importa que su carrera de cantante sea un poco más lenta. Siempre es más difícil adquirir notoriedad para una soprano lírica… Hay tantas que apenas puedes discernirlas, a menos que esa soprano sea tu amada y leal hermana.

—Sí, yo siempre te pongo ante mis niñas como ejemplo de lealtad.

Sevet sonrió un instante, pero comprendió que su madre se estaba burlando de ella y frunció el ceño.

—Eres muy desagradable conmigo.

—Si tu padre te ha enviado para hacerme retractar de mis comentarios acerca de los acontecimientos de esta mañana, puedes decirle que sé lo que estaba planeando gracias a una fuente incuestionable, y que si no deja de proclamar que Wetchik pretendía asesinarlo, presentaré mis pruebas ante el consejo para enviarlo al destierro.

—¡No puedo decirle semejante cosa a Padre!

—Pues no lo hagas. Que se entere cuando yo lo haga.

—¿Desterrarlo? ¿Desterrar a Padre?

—Si hubieras estudiado más historia (y pensándolo bien, dudo que Dhelya te haya enseñado mucha), sabrías que cuanto más poderoso y célebre es un hombre, más probabilidades tiene de ser desterrado de Basílica. Se ha hecho antes y se hará de nuevo. A fin de cuentas, es Gabya, no Wetchik ni Roptat, quien manda a sus soldados a patrullar las calles, fingiendo que nos protege de los matones que quizás él mismo ha contratado. La gente se alegrará de que se vaya… y eso significa que estará dispuesta a creer en cada prueba que yo presente.

Sevet adoptó una expresión grave.

—Padre puede ser irascible y un poco escurridizo en sus negocios, Madre, pero no es un homicida.