—Claro que no. Wetchik se marchó de Basílica y Gabya no se atrevería a matar a Roptat sin que Wetchik esté aquí para cargar con la culpa. Aunque sospecho que si Gabya hubiera sabido que Wetchik había huido, habría matado a Roptat al instante para usar la apresurada partida de Wetchik como prueba de que mi querido compañero era el asesino.
—Hablas de Padre como si fuera un monstruo. ¿Por qué lo aceptaste como compañero?
—Porque quería tener una hija con una extraordinaria voz para el canto y sin el menor discernimiento moral. Funcionó tan bien que renové el contrato por un segundo año y tuve otra. Y luego me di por satisfecha.
Sevet rió.
—Eres una tonta, Madre. Sí tengo discernimiento moral. Y no sólo moral. Me casé con Vasya, no con un actor de segunda.
—Deja de hacer insinuaciones sobre el compañero de tu hermana. El Obring de Kokor es un encanto, aunque no posea el menor talento ni la menor oportunidad de que Koya le dé un hijo, y mucho menos de que le renueve el contrato.
—Un encanto. Tendré que recordar qué significa esa palabra, ahora que la has dicho.
Sevet se levantó para marcharse. Luet le abrió la puerta, pero Tía Rasa detuvo a su hija.
—Querida Sevya —llamó—. Quizá llegue un momento en que debas escoger entre tu padre y yo.
—Ambos me habéis obligado a ello al menos una vez al mes desde que era pequeña. Hasta ahora me las he arreglado para escabullirme de los dos, y me propongo continuar igual.
Rasa batió las palmas, un ruido brusco como el choque de dos piedras.
—Escúchame, hija. Sé por lo que has pasado y te he admirado por el modo en que actuaste al tiempo que te compadecía por el hecho de que fuera necesario. Lo que estoy diciendo es que pronto, muy pronto, quizá no sea posible escabullirse. Es hora de que examines a tus progenitores y decidas quién merece tu lealtad. No digo amor, porque sé que nos quieres a los dos. Digo lealtad.
—No deberías hablarme así, Madre. No soy tu alumna. Y aunque logres desterrar a Padre, eso no significa que deba escoger entre ambos.
—¿Y si tu padre enviara soldados a silenciarme? O tolchocks… lo cual es más probable. ¿Y si tu madre fuera degollada por un cuchillo que él contrató?
Sevet observó a su madre en silencio.
—Entonces tendría inspiración para una magnífica canción pichalny, ¿no crees?
—Creo que tu padre es enemigo del Alma Suprema, y también enemigo de Basílica. Reflexiona, mi Sevet de triste voz, reflexiona y medita, pues cuando llegue el día de escoger no habrá tiempo para pensar.
—Siempre te he respetado, Madre, porque nunca has intentado volverme contra mi padre, a pesar de las cosas pérfidas que él dijo de ti. Lamento que hayas cambiado.
Con gran dignidad, Sevet se marchó de la habitación. Luet, aún desconcertada por esta conversación tan violenta por debajo de su apariencia elegante, vaciló en seguirla.
—Luet —susurró Tía Rasa.
Luet se volvió hacia esa gran mujer y tembló por dentro al verle las mejillas húmedas.
—Luet, debes decirme una cosa. ¿Qué nos está haciendo el Alma Suprema? ¿Qué planea el Alma Suprema?
—No lo sé. Ojalá lo supiera.
—Si lo supieras, ¿me lo dirías?
—Claro.
—¿Incluso si el Alma Suprema te lo prohibiera? Luet no había pensando en esta posibilidad. Tía Rasa tomó su titubeo por una respuesta.
—Bien —dijo—. Era lo que esperaba. El Alma Suprema no escoge servidores débiles ni desleales. Pero dime una cosa, si puedes: ¿es remotamente posible que no hubiera tal confabulación para matar a Wetchik? ¿Que el Alma Suprema hubiera enviado esa advertencia para obligarle a marcharse de Basílica? Piénsalo, Lutya. ¿No es posible que el Alma Suprema sólo deseara librarse de Issib y Nafai? Tiene sentido, ¿verdad? Ellos estorbaban al Alma Suprema, manteniéndola tan atareada que sólo podía hablar con ellos. ¿No pudo enviarte esa visión para que abandonaran la ciudad, porque ellos la amenazaban?
Luet sintió el impulso de negarlo a gritos, de reprenderla por atreverse a decir cosas sacrílegas del Alma Suprema, como si ésta pudiera actuar en beneficio propio.
Pero recobrando la calma, recordó que Hushidh le había contado que Issib y Nafai podían ser la causa del silencio del Alma Suprema. Y si el Alma Suprema pensaba que esos dos chicos atentaban contra su capacidad para guiar y proteger a sus hijas, ¿podía actuar para eliminarlos?
—No —respondió—. No lo creo.
—¿Estás segura?
—Nunca estoy segura de nada, excepto de la visión misma. Pero el Alma Suprema jamás me ha engañado. Todas mis visiones han sido verdaderas.
—Pero ésta aún sería un verdadero instrumento de la voluntad del Alma Suprema.
—No —repitió Luet—. No, imposible. Porque Nafai e Issib ya se habían detenido. Nafai fue a orar…
—Me lo han dicho. Pero también fue Mebbekew, el hijo que Wetchik tuvo con Kilvishevex, esa pelandusca…
—Y el Alma Suprema le habló a Nafai y lo despertó, y lo guió hasta el cuarto de los viajeros para que hablara conmigo. Si el Alma Suprema quería que Nafai la dejara en paz, se lo habría dicho, y él habría obedecido. No, Tía Rasa. Estoy segura de que el mensaje fue real.
Tía Rasa asintió.
—Lo sé. Lo sabía. Sólo que sería…
—Más simple.
—Sí. —Rasa sonrió con amargura—. Sería más simple que Gaballufix fuera tan inocente como pretende. Pero sería incongruente. ¿Sabes por qué renuncié a él?
—No —dijo Luet. Ni quería saberlo. Por tradición, una mujer nunca explicaba sus razones para anular un contrato, y era de pésima educación preguntar o siquiera especular acerca del tema.
—No debería contarlo, pero lo haré… porque tú debes saber la verdad para comprender todas las cosas.
Pero también soy una niña, pensó Luet. Nunca le contarías esto a otras niñas de trece años. Ni siquiera se lo contarías a tu hija. Pero yo soy vidente, y todo se me revela y se me prohíbe ser inocente de nada excepto la alegría.
—Renuncié a él porque supe que…
Luet se preparó para una sórdida revelación, pero no llegó.
—¿Acaso es tonto? —le preguntó Hushidh a Luet un día—. ¿No sabe que cada acto de su soldadesca brinda a sus enemigos nuevos motivos para desterrarlo?
—Debe de saberlo, así que querrá que lo destierren.
—Pues que ese día llegue pronto, nos alegraremos de librarnos de él.
Luet aguardaba una visión del Alma Suprema, un mensaje de advertencia para presentar al consejo. Pero la única visión que obtuvo fueron palabras de consuelo para una anciana del distrito del Olivar, asegurándole que su hijo perdido aún vivía y regresaba en una nave que pronto tocaría puerto. Luet no sabía si alegrarse de que el Alma Suprema aún se tomara tiempo para responder a las fervientes plegarias de mujeres afligidas, o enfurecerse porque el Alma Suprema dedicara tiempo a esos asuntos en vez de impedir que la ciudad se desmoronara.
Al fin llegó el momento más temido. Sonó la campanilla y tronaron puñetazos contra la puerta. Cuando abrieron se enfrentaron a un grupo de soldados. La criada que atendió lanzó un grito y no sólo porque fueran hombres armados en tiempos turbulentos. Luet se encontró entre las primeras que acudió en auxilio de la aterrada criada y vio por qué se había asustado. Todos los soldados usaban uniformes idénticos, con idénticas armaduras y cascos y espadas energéticas, como cabía esperar, pero dentro de esos cascos todos también tenía un rostro idéntico.
Fue la sobrina mayor de Rasa, Shedemei la genetista, quien habló a los soldados.
—No tenéis nada qué hacer aquí. Nadie os quiere. Largo.
—No me iré sin ver a la señora de la casa —dijo el soldado que encabezaba la partida.
—Ya te he dicho que ella no quiere saber nada de ti. Pero Tía Rasa se aproximó y dijo con voz vibrante: