—Claro que no —dijo Nafai—. Tuve las visiones.
—Sí, claro —replicó Mebbekew—. Yo también tuve visiones anoche. Muchachas que ni siquiera tienes gónadas para soñar, Nafai. Creeré en tus sueños del Alma Suprema cuando estés dispuesto a casarte con una chica de mis sueños. Hasta te daré una de las más bonitas.
Elemak rió, e incluso Padre sonrió un poco. Pero las burlas de Mebbekew enfurecieron a Nafai.
—Os digo la verdad —insistió—. ¡Os cuento lo que el Alma Suprema intenta lograr!
—Prefiero pensar en lo que intentan lograr las chicas de mis sueños —dijo Meb.
—Basta de vulgaridades —intervino Padre, aunque seguía riendo entre dientes. Era un golpe cruel que Padre creyera, con Elemak, que Nafai inventaba sus visiones.
Cuando Elemak y Mebbekew fueron a atender los animales, Nafai se quedó con Padre e Issib.
—¿Por qué no vas? —preguntó Padre—. Issib no puede ayudar en esas tareas, pues aquí no funcionan sus flotadores. Pero tú puedes colaborar.
—Padre, pensé que tú me creerías.
—Te creo. Creo que sinceramente anhelas formar parte de la obra del Alma Suprema. Te respeto por ello, y es posible que algunos de esos sueños fueran enviados por el Alma Suprema. Pero no intentes convencer a tus hermanos mayores. No te lo consentirán. —Rió amargamente—. Apenas me lo consienten a mí.
—Yo creo a Nafai —dijo Issib—. Y no eran sueños. Estaba despierto, a orillas del río. Le vi regresar a la tienda, mojado y aterido.
Nafai nunca había sentido tanta gratitud por nadie. No esperaba que Issib lo respaldara; más aún, temía que su hermano dejara de creerle al ver que Padre no lo tomaba en serio.
—Yo también le creo —dijo Padre—. Pero las cosas que dijiste eran mucho más concretas de lo que el Alma Suprema nos revela en sus visiones. Acepto que exista un fondo de verdad en lo que dices, pero la mayor parte debe de venir de tu imaginación, y no seré yo quien trate de discernir una cosa de otra, y menos esta noche.
—Yo te creí —objetó Nafai.
—Al principio no. Y no se cambian creencias como si fueran favores. La confianza debe ganarse. No pretendas que yo te crea más pronto de lo que tú me creíste a mí.
Humillado, Nafai se levantó de la alfombra. La tienda de Padre era tan amplia que no tuvo que agachar la cabeza cuando se incorporó.
—Fui ciego al principio, cuando me contaste lo que viste. Pero ahora veo que tú eres sordo, pues no oyes lo que he oído.
—Ayuda a tu hermano a volver a la silla. Y sé más respetuoso con tu padre.
Esa noche, en su tienda, Issib trató de consolar a Nafai.
—Padre es un padre, Nafai. No le puede gustar que su hijo menor obtenga mucha más información del Alma Suprema de la que él ha recibido.
—Quizá yo esté mejor sintonizado o algo por el estilo —sugirió Nafai—. No puedo evitarlo. ¿Pero qué importa a quién le habla el Alma Suprema? ¿Acaso Gaballufix no tendría que creer a Padre, aunque Padre ocupe un rango inferior en el clan Palwashantu?
—Su puesto será inferior, no su rango. Si Padre hubiera querido ser jefe del clan, lo hubieran escogido. Por algo es el Wetchik de nacimiento. Por eso Gaballufix lo odia, porque sabe que si Padre no hubiera despreciado la política habría borrado de un plumazo el poder y la influencia de Gaballufix desde el principio.
Pero Nafai no deseaba hablar de política basilicana. Guardó silencio, y en el silencio habló nuevamente con el Alma Suprema. Tienes que lograr que Padre me crea, dijo. Tienes que mostrarle lo que sucede. No puedes presentarme una visión y luego no ayudarme a persuadir a Padre.
—Yo te creo, Nyef —susurró Issib—. Y creo en lo que el Alma Suprema intenta lograr. Tal vez sea todo lo que el Alma Suprema necesite, ¿no lo has pensado? Tal vez el Alma Suprema no necesita que Padre te crea ahora. Acéptalo. Confía en el Alma Suprema.
Nafai miró a Issib, pero en la oscuridad de la tienda no distinguió si su hermano tenía los ojos abiertos. ¿Era Issib quien hablaba, o Issib estaba dormido y Nafai oía palabras del Alma Suprema en la voz de Issib?
—Algún día, Nyef, tal vez suceda lo que dijo Elemak. Quizá debas impartir órdenes a tus hermanos. O incluso a Padre. ¿Crees que entonces el Alma Suprema te librará a tu suerte?
No, no podía ser Issib. El Alma Suprema le decía, con la voz de Issib, cosas que Issib jamás diría. Y ahora, al comprender que tenía su respuesta, Nafai podía dormir de nuevo. Pero antes se formaron nuevas preguntas en su mente:
¿Y si el Alma Suprema me revela más que a Padre, no porque forme parte de un plan sino sólo porque soy el único que puede oír y entender?
¿Y si el Alma Suprema cuenta con que yo pueda hallar el modo de persuadir a los demás, porque ya no tiene poder para convencerlos?
¿Y si estoy realmente solo, excepto por este hermano que me cree, un hermano tullido que nada puede hacer?
La creencia es importante, susurró la voz en la mente de Nafai. Gracias a que Issib cree en ti, no has comenzado a dudar tú mismo.
Díselo a Padre, suplicó Nafai mientras se dormía. Habla con Padre para que él me crea.
El Alma Suprema habló con Padre esa noche, pero no con la visión que Nafai había esperado.
—Vi que los cuatro regresabais a Basílica —dijo Padre.
—Ya era hora —suspiró Mebbekew.
—Regresabais, pero con un solo propósito. Conseguir el índice y traérmelo.
—¿El índice? —preguntó Elemak.
—Pertenece al clan Palwashantu desde el comienzo. Es la razón por la cual el clan ha conservado su identidad durante tantos años. Una vez nos llamaban los Guardianes del índice, y mi padre me contó que era derecho de los Wetchik utilizarlo.
—¿Utilizarlo para qué? —preguntó Mebbekew.
—No estoy seguro. Sólo lo he visto unas pocas veces. Mi abuelo se lo dejó al consejo del clan cuando comenzó a viajar, y mi padre no intentó recobrarlo después de la muerte del abuelo. Ahora está en casa de Gaballufix. Pero, a juzgar por su nombre, sospecho que es una guía para una biblioteca.
—Qué útil —se burló Elemak—. ¿Y para eso nos envías a Basílica? ¿A buscar un objeto cuyo propósito no entiendes?
—A buscarlo y traérmelo. A cualquier precio.
—¿Hablas en serio? —se asombró Elemak—. ¿A cualquier precio?
—Es lo que desea el Alma Suprema. No se trata de sentimientos personales. Quiero que regreséis sanos y salvos.
—De acuerdo —asintió Mebbekew—. Puedes darlo por hecho. Ningún problema.
—¿Traemos más provisiones? —preguntó Nafai.
—No habrá más provisiones. Ordené a Rashgallivak que vendiera todos los suministros para caravanas.
Nafai notó que Elemak se ruborizaba bajo la piel tostada.
—Y cuando nuestro exilio haya terminado, Padre, ¿cómo piensas reiniciar los negocios?
Nafai comprendió que era un momento cruciaclass="underline" Elemak se daba cuenta de que los actos de Padre estaban destinados a ser irrevocables. Si Elya iba a rebelarse, se valdría de este pretexto, lo que él consideraba un derroche de su herencia. Así que Padre respondió sin remilgos.
—No me propongo reiniciar nada. Obedece, Elemak, o tú no deberás preocuparte por la fortuna Wetchik.
Más claro imposible. Si Elemak deseaba ser Wetchik alguna vez, más le valía acatar las órdenes del Wetchik actual.
—De todas formas, nunca me gustaron esos animales pestilentes —cloqueó Mebbekew—. ¿Quién los necesita?
Su mensaje era igualmente claro: no me importaría en absoluto ser Wetchik en tu lugar, Elemak, así que hazme el favor de irritar a Padre.
—Te traeré el índice, Padre —aseguró Elemak—. ¿Pero por qué enviar a estos otros? Déjame ir solo. O déjame llevar a Mebbekew, y quédate con los pequeños. Ninguno de los dos me servirá de nada.