La mirada de Kate Atkinson extrae toda una mística de la normalidad. Ninguno de los sucesos de su libro, tan frecuentemente dramático, puede considerarse fantástico o extraordinario. Ninguna de sus mujeres es admirable, y ninguno de sus hombres pasa de ser una víctima infeliz de un siglo en el que tan a menudo se le ha negado al hombre la posibilidad de dirigir sus propios pasos, suponiendo que la haya tenido alguna vez. Todos flotan como pueden en la corriente, y a mi juicio es de esta confraternidad, unida a un humor inquebrantable, de donde surge la extrema eficacia de la crítica social que manifiestamente anima el libro. Ninguna escritora con conciencia puede dejar de sublevarse contra la centenaria opresión de su sexo, pero pocas han ofrecido una pieza tan tersa y convincente como Entre bastidores. Su fuerza está en demostrar, sin alboroto, que la distribución tradicional de papeles entre hombres y mujeres los condena a todos a una infelicidad innecesaria que ni unos ni otras merecen.
Algunas observaciones comunes
Estas tres escritoras, tan diferentes entre sí, poseen, a mi juicio, afinidades significativas. Las tres, y ésta es para mí una de sus mejores cualidades, tienen el coraje y la habilidad de sostener su mirada a partir de las mujeres reales y corrientes que existen en su época, antes que recurrir a mujeres estrambóticas, que ofrecen la facilidad del ruido o el escándalo pero la desventaja de su casi invariable inconsistencia. Las tres practican resueltamente el humor, que es el mejor antídoto contra las visiones obtusas y fanáticas que tanto degradan la literatura y cualquier otra creación del intelecto; la risa nos acerca a los dioses tanto como la ofuscación nos aproxima a las bestias. Las tres, por último, se apartan de la estéril reyerta entre sexos y deslizan una mirada atenta y comprensiva no sólo sobre las mujeres sino también sobre los hombres, que padecen más que se sirven de los privilegios que las viejas convenciones les asignan.
Su obra nos confirma en una de las hipótesis que avanzábamos al principio: la preferencia en la literatura femenina por los aspectos concretos, por una visión pragmática y apegada a la tierra. Alguna de estas escritoras llega incluso a contraponer esta visión, humorísticamente, con los desatinos fantasiosos de sus personajes masculinos.
Más en entredicho queda el supuesto sesgo emotivo, con desdén de lo racional, que también señalábamos antes como propio de la idea preconcebida sobre la literatura femenina. Estas tres autoras, sin prescindir del todo de los sentimientos, nos transmiten una mirada cargada de una ironía bastante acerada, y la manera en que nos presentan tanto las relaciones sociales como la psicología de hombres y mujeres, viene claramente precedida de una fría disección de tales realidades.
No es quizá ocioso señalar que esta tendencia es tanto más acusada a medida que avanzamos en el tiempo, y que se corresponde en buena medida con la evolución que desde 1800 hasta aquí ha experimentado la realidad social de la mujer en esa Europa occidental a la que Gran Bretaña (aunque a veces se resista) pertenece.
Tampoco sobrará decir, por cierto, que en esos mismos años y en ese mismo ámbito geográfico se puede advertir un mayor peso de los aspectos emocionales y una mayor valoración del detalle por los escritores varones, desde Stendhal a nuestros días (pasando por Proust, quizá el más brusco salto en esa dirección).
CASO PRÁCTICO 2: EL HOY DIVERSO
El segundo caso práctico que quiero proponer tiene una naturaleza radicalmente diferente. Se basa en tres textos correspondientes a otras tantas autoras. Dos de ellas son marroquíes y una norteamericana. Las tres escriben hoy, pero desde contextos socioeconómicos muy distintos. No hay que explicar demasiado en que difiere la orgullosa y frenética California, donde reside y escribe la autora norteamericana, y Casablanca, de donde proceden las dos marroquíes. La diferencia entre estas dos es un poco más suticlass="underline" una de ellas es una hija de la emigración a Europa, y por tanto una mujer a caballo entre los dos mundos; la otra es una de esas pocas profesionales que tratan de abrirse paso en la realidad tradicionalmente machista de su país.
El viaje en el espacio es también un viaje en el tiempo, por lo que respecta a la emancipación de la mujer, y lo es especialmente visto desde la realidad española actual. La escritora marroquí y residente en Marruecos, Fadela Sebti, representa un estadio mucho más atrasado que el nuestro. La otra marroquí, Leïla Houari, la difícil transición desde la tradición a la modernidad europea. Por el contrario, la estadounidense, Jen Banbury, ilustra una sociedad en la que la equiparación entre hombres y mujeres, por haberse iniciado antes, puede considerarse más avanzada que la nuestra.
(Lo dicho es naturalmente una simplificación y puede discutirse desde muy diversos ángulos, pero sirve a nuestros efectos).
Un somero análisis de los textos de cada una permite observar la importancia dramática del entorno social en la mirada de cada escritora. Permite, también, observar en qué medida una mayor proximidad a la sociedad machista tradicional redunda en una mayor proximidad a la idea tópica o usual sobre la literatura femenina, y cómo un mayor alejamiento provoca un desdibujamiento e incluso una inversión de los perfiles.
Fadela Sebti
En su breve nouvelle titulada Elle, esta escritora, abogada de profesión y especialista en el singular derecho de familia marroquí (que regula, entre otras cosas, la repudiación unilateral por parte del marido), nos relata la historia de un adulterio desde la perspectiva de la mujer, una profesional publicitaria de Casablanca (que viene a ser la más europeizada ciudad de Marruecos, aunque como se advertirá a continuación eso no es decir mucho). El relato se centra en la descripción física de la consumación de dicho adulterio y en las impresiones que experimenta la mujer mientras está quebrantando los rígidos moldes que se derivan de las reglas sociales a las que está sometida.
La protagonista intenta afirmarse contra esas reglas, sostener por la vía de la infracción su aspiración a la dignidad y a la autonomía personal. Pero lo que acaba constatando es que el adulterio la arroja a una inferioridad semejante al matrimonio, y casi se resigna a no poder transgredir el papel que tiene asignado. Sus esfuerzos por abrirse paso como competitiva profesional en el mundo de la publicidad tampoco le procuran la ansiada liberación, sino una "alienación suplementaria".
Así las cosas, la mujer acaba atrapada en sus sentimientos, reintegrada a su realidad de madre, esposa y casi sierva, sin posibilidad alguna de salvarse.
Leïla Houari
El relato titulado Mimuna, de Leïla Houari, narra un día en la vida de una chica de ese nombre, en una aldea del sur de Marruecos (lo que equivale a decir en una de sus regiones más pobres y atrasadas). A lo largo de ese día le suceden dos cosas: primero su amiga Haiat le revela que ha recibido una oferta de matrimonio, y que muy probablemente se marchará a la gran ciudad a vivir con su futuro marido; y después la vieja Rahma, una mujer que escandalizó en otro tiempo al pueblo por su vida licenciosa, y con la que Mimuna vive desde su infancia, muere de repente.