Déjate de bromas. ¿Acaso eres tú, el pueblo? ¿O bien soy yo? ¿O bien el pretendido nosotros? No escribo más que para mí.
Lo que me gusta de ti es que siempre dices la verdad.
Eso, por supuesto. Vamos, viejo hermano, ponte tu abrigo, vamos a comer, que tengo hambre.
Alguien llama de nuevo a la puerta. El hombre al que abro me resulta desconocido. Lleva una bolsa de plástico negro. Le digo que no quiero comprar huevos, que salgo a comer.
El no vende huevos. Abre su bolsa para mostrarme lo que contiene. No esconde ningún arma en su interior. Bueno, no es ningún delincuente. Incómodo, saca un grueso manuscrito y me explica que ha venido a verme para pedirme consejo. Ha escrito una novela y quiere que yo le eche un vistazo. Le hago entrar y le invito a sentarse.
Él declina el ofrecimiento. Quiere dejar su manuscrito y volver a pasarse otro día.
Yo le digo que no merece la pena, que es mejor hablar de lo que haya que hablar ahora mismo.
Rebusca con ambas manos en su bolsa y saca un paquete de cigarrillos. Yo le alargo las cerillas, esperando que encienda rápidamente su cigarrillo y que termine por exponerme lo que ha venido a decirme.
Me explica entre balbuceos que ha escrito una historia real…
Le interrumpo para puntualizarle que yo no soy periodista y que no me intereso por la realidad.
Farfullando aún más, me dice que sabe que la literatura no es lo mismo que un reportaje de prensa. Lo que él ha escrito es una novela basada en unos hechos y personajes reales, con un soporte de ficción. Desea que yo le diga si esta novela puede ser publicada.
Le digo que no soy editor.
Dice que lo sabe perfectamente, que lo único que él quiere es que yo le recomiende y también que corrija su manuscrito. Si acepto, podría incluso añadir mi nombre, sería una especie de colaboración. Por supuesto, su nombre se mencionaría a continuación del mío en la cubierta.
Digo que temo que sea aún más difícil de publicar si se añade mi nombre.
¿Por qué?
Porque bastantes problemas tengo ya para publicar mis propias obras.
Él asiente, para indicarme que comprende.
Temiendo que no haya comprendido del todo, le explico que lo mejor sería que encontrase por su propia cuenta un editor.
Él guarda silencio, perplejo.
Anticipándome, yo le pregunto: ¿Puede llevarse su manuscrito?
¿Puede usted hacérselo llegar a un editor?, replica él desorbitando los ojos.
Es preferible que lo envíe usted directamente a una editorial, eso le evitará seguramente problemas. Exhibo una gran sonrisa.
Él ríe también, vuelve a meter el manuscrito en su bolsa y balbucea algunas palabras de agradecimiento.
No, soy yo quien le estoy agradecido.
Llaman de nuevo a la puerta, pero ya no tengo ninguna intención de abrir.
80
Jadeando, paso a paso, sorteando mil dificultades, avanzas hacia el glaciar. El río helado es de un verde esmeralda, oscuro y transparente. Bajo el hielo, negras y verdes, parecen serpentear inmensas vetas de jadeíta.
Resbalas por la superficie reluciente, el frío paraliza tus mejillas, los témpanos que descubres delante de tus ojos tornasolan de mil fuegos. El vaho que sale de tu boca se hiela de inmediato en tus cejas. Una inmensa soledad gélida te rodea.
El lecho del río está bien marcado, el glaciar se ha desplazado poco a poco, de forma imperceptible, unos metros o unas decenas de metros por año.
Trepas por el glaciar, como un insecto que pronto va a quedar inmovilizado, congelado por el frío.
Delante, en la sombra que el sol no puede alcanzar, se alza una pared de hielo barrida por el viento. Cuando sopla a más de cien metros por segundo, pule esta muralla enteramente lisa.
Permaneces inmóvil entre estas paredes de cristales de hielo, incapaz de respirar. Tus pulmones están transidos de dolor, tu cerebro casi completamente helado, ya no puedes pensar, ¿acaso este quedarse con la mente en blanco no es el estado que tú perseguías? Un estado como este mundo de hielo hecho de imágenes vagas, formadas de sombras imposible de reconocer que no indican nada, no tienen ningún sentido: la soledad total.
Corres el riesgo de caerte a cada paso, no pasa nada, sigues trepando, tus pies y tus manos están insensibles desde hace rato.
Sobre el hielo, la capa de nieve es cada vez más fina, se sostiene tan sólo en las esquinas resguardadas del viento. La nieve está sólida, su esponjosidad en la superficie es contenida por la dura costra de los cristales.
A tus pies, en el barranco, revolotea un águila; otra vida al margen de la tuya, no sabes si se trata solamente de una impresión, pero lo importante es que tengas aún una visión.
Subes dando vueltas y revueltas, pero, en esas vueltas y revueltas, entre la vida y la muerte, te sigues debatiendo. Sigues existiendo, puesto que por tus venas corre la sangre, tu vida no se ha detenido.
En este inmenso silencio, te parece oír un sonido cristalino, el sonido sostenido de una campanilla, como si golpearan sobre el hielo.
Unas nubes violeta aparecen sobre el glaciar, son anunciadoras de la tempestad que remolinea en medio de ellas. Su borde recortado es una señal de su fuerza.
El sonido cada vez más nítido de la campanilla ha despertado tu corazón entumecido. Ves a una mujer montada a caballo. La cabeza del animal y la silueta de la mujer se destacan sobre el horizonte nevado. Detrás se extiende un sombrío abismo. Te parece oír un canto acompañado de los cascabeles del caballo.
De Changdu la mujer ha venido
tocada con una fina trenza, como un hilo de seda,
unos pendientes de turquesa en las orejas,
en las muñecas unos brazaletes de plata que despiden mil destellos,
y en el talle un cinturón multicolor…
Te parece haber visto ya a una tibetana a caballo que pasaba por delante del punto geodésico situado al lado de la carretera principal, señalando una altitud de cinco mil seiscientos metros cuando viajabas por la Gran Montaña de la Nieve. Ella rió mientras volvía la cabeza hacia ti, incitándote a penetrar en el abismo sombrío y, en aquel momento, no pudiste dejar de caminar en dirección a ella…
Pero no son más que recuerdos, el sonido de la campanilla está en ti, como si resonara en tu frente, el dolor que desgarra tus pulmones es insoportable, tu corazón late como loco, tu cabeza va a estallar. Cuando la sangre se hiele en tus venas, estallará silenciosamente. La vida es frágil, pero se debate con fuerza, una obstinación instintiva.
Abres los ojos, la luz te deslumbra, no ves nada, tan sólo te das cuenta de que estás trepando, el sonido molesto de la campanilla no es más que un recuerdo lejano, un pensamiento indistinto, como un estallido centelleante de hielo, tenue, flotante en los aires, dejando su marca en tu retina, te esfuerzas por reconocer los colores del arco iris, te tropiezas, das vueltas, vuelves sobre tus pasos, has perdido la fuerza de controlarte, ¡todo no es más que un esfuerzo inútil, deseo impreciso, negativa a desaparecer, agujero negro, cuencas de un cráneo, túnel profundo, no hay nada, melodía discordante, fisión, explosión!
… Una limpidez desconocida, todo es tan puro, una tenuidad difícil de percibir, una música silenciosa que se torna transparente, arreglada, tamizada, depurada, caes, pero flotas durante tu caída, eres ligero, ni viento, ni obstáculo, tus sentimientos son profundos, tu cuerpo experimenta una sensación de frescor, te concentras para escuchar y oyes esta música informe pero que llena el aire, el hilo de araña de tus recuerdos se ha adelgazado pero sigue siendo perfectamente claro ante tus ojos, es fino como un cabello, se asemeja también a una hendidura cuyos dos extremos se fundieran en la oscuridad, pierde su forma y se dispersa, convirtiéndose en un minúsculo rayo de luz antes de transformarse en otras tantas motas de polvo infinitas, luego éstas te envuelven, y la luz se concentra en esos flecos de nubes deshilachadas, perfectamente claros, penetra en ellos, se mueve, transformándose en una nebulosa igual que una neblina, luego cambia de nuevo y se fija para convertirse en un sol redondo y oscuro que difunde un resplandor azulado, un sol en el sol, muda al violeta, luego se abre, su centro se estabiliza, pasa al rojo oscuro y difunde una luz difusa púrpura, cierras los ojos para impedir que sus rayos te alcancen, pero no lo consigues, los estremecimientos y los deseos que suben en tu corazón, al borde de las tinieblas, oyes la música, ese sonido que adquiere forma se amplifica, se prolonga, te atraviesa, imposible saber dónde estás, ese sonido cristalino y penetrante invade tu cuerpo por todas partes, una frecuencia más corta se mezcla con él cuyo ritmo no llegas a captar, pero percibes su altura, está unido a otro sonido con el que se mezcla, se expanden, se convierten en un río que desaparece y retorna, retorna y desaparece, el sol azul oscuro se transforma en una luna más oscura aún, contienes el aliento y dejas de pensar, ya no respiras, llegas al final de tu vida, pero las ondas sonoras son cada vez más fuertes, te inundan, te llevan al paroxismo, orgasmo puramente cerebral, delante de tus ojos y en tu corazón y en tu cuerpo, del que no sabes en qué rincón habitas, el reflejo del sol en la luna oscura, en medio de un estruendo desencadenado cada vez más fuerte crece crece crece aumenta aumenta aumenta y estalla… De nuevo el silencio absoluto, te sumerges en una oscuridad más densa aún, sigues sintiendo los latidos de tu corazón, el dolor físico, el miedo ante la muerte de este cuerpo con vida es concreto, este cuerpo que no consignes abandonar ha recobrado su conciencia.